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			 Piotr Kropotkin El apoyo mutuo 
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| Prólogo a la Edición Rusa - Introducción - Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 - Capítulo 4 -Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 - Conclusión | |
										Capítulo 7LA AYUDA MUTUA EN LA SOCIEDAD MODERNA
										La inclinación de los hombres a la ayuda 
										mutua tiene un origen tan remoto y está 
										tan profundamente entrelazada con todo 
										el desarrollo pasado de la humanidad, 
										que los hombres la han conservado hasta 
										la época presente, a pesar de todas las 
										vicisitudes de la historia. Esta 
										inclinación se desarrolló, 
										principalmente, en los períodos de paz y 
										bienestar; pero aun cuando las mayores 
										calamidades azotaban a los hombres, 
										cuando países enteros eran devastados 
										por las guerras, y poblaciones enteras 
										morían de miseria, o gemían bajo el yugo 
										del poder que los oprimía, la misma 
										inclinación, la misma necesidad continuó 
										existiendo en las aldeas y entre las 
										clases más pobres de la población de las 
										ciudades. A pesar de todo, las 
										fortificó, y, al final de cuentas, actuó 
										aun sobre la minoría gobernante, 
										belicosa y destructiva que trataba a 
										esta necesidad como si fuera una 
										tontería sentimental. Y cada vez que la 
										humanidad tenía que elaborar una hueva 
										organización social, adaptada a una 
										nueva fase de su desarrollo, el genio 
										creador del hombre siempre extraía la 
										inspiración y los elementos para un 
										nuevo adelanto en el camino del 
										progreso, de la misma inclinación, 
										eternamente viva, a la ayuda mutua. 
										Todas las nuevas doctrinas morales y las 
										nuevas religiones provienen de la misma 
										fuente. De modo que el progreso moral 
										del género humano, si lo consideramos 
										desde un punto de vista amplio, 
										constituye una extensión gradual de los 
										principios de la ayuda mutua, desde el 
										clan primitivo, a la nación y a la unión 
										de pueblos, es decir, a las agrupaciones 
										de tribus v hombres, más y más amplia, 
										hasta que por último estos principios 
										abarquen a toda la humanidad sin 
										distinciones de creencias, lenguas y 
										razas. 
										Atravesando el período del régimen 
										tribal y el período siguiente de la 
										comuna aldeana, los europeos, como hemos 
										visto, elaboraron en la Edad Media una 
										nueva forma de organización que tenía 
										una gran ventaja. Dejaba un amplio 
										margen a la iniciativa personal y, al 
										mismo tiempo, respondía en grado 
										considerable a la necesidad de apoyo 
										mutuo del hombre. En las ciudades 
										medievales, fue llamada a la vida la 
										federación de las comunas aldeanas, 
										cubierta por una red de guildas y 
										hermandades, v con ayuda de esta nueva 
										forma de doble unión se alcanzaron 
										resultados inmensos en el bienestar 
										común, en la industria, en el arte. la 
										ciencia y el comercio. Hemos considerado 
										estos resultados con bastante detalle en 
										los dos capítulos precedentes, y hemos 
										tratado de explicar por qué, al final, 
										del siglo XV las repúblicas medievales, 
										rodeadas por los feudos hostiles, 
										incapaces de liberar a los campesinos 
										del yugo servil y gradualmente 
										corrompidas por las ideas del cesarismo 
										romano, inevitablemente debían ser presa 
										de los estados guerreros que nacían y 
										habían sido creados para ofrecer 
										resistencia a las invasiones de los 
										mogoles, turcos y árabes. 
										Sin embargo, antes que someterse, en los 
										trescientos años siguientes, al poder 
										del estado que lo absorbía todo, las 
										masas populares hicieron una tentativa 
										grandiosa de reconstruir la sociedad, 
										conservando la base anterior de la ayuda 
										y el apoyo mutuos. Ahora es ya bien 
										sabido que el gran movimiento de los 
										hussitas y de la reforma no fue, de 
										ningún modo, sólo una revuelta en contra 
										de los abusos de la Iglesia católica. 
										Este movimiento expuso también su ideal 
										constructivo, y ese ideal era la vida en 
										las comunas fraternales libres. Los 
										escritos y discursos de los predicadores 
										del período primitivo de la reforma, que 
										habían hallado el mayor eco en el 
										pueblo, estaban impregnados de las ideas 
										de una hermandad económica y social de 
										los hombres. Son conocidos los "doce 
										puntos" de los campesinos alemanes, 
										expuestos por ellos en su guerra contra 
										los terratenientes y duques, y los 
										artículos de fe, parecidos a ellos, 
										difundidos entre los campesinos y 
										artesanos alemanes y suizos, que exigían 
										no sólo el establecimiento del derecho 
										de cada uno a interpretar la Biblia 
										según su propia razón, sino que incluían 
										también la exigencia de la devolución de 
										las tierras comunales a las comunas 
										aldeanas y la supresión de la prestación 
										feudal, y en estas exigencias se aludía 
										siempre a la fe cristiana "verdadera", 
										es decir a la fe en la fraternidad 
										humana. Al mismo tiempo, decenas de 
										miles de hombres ingresaron en Moravia 
										en las hermandades comunistas, 
										sacrificando en beneficio de las 
										hermandades todos sus bienes y creando 
										numerosas y florecientes poblaciones, 
										fundadas en los principios del 
										comunismo. Solamente las masacres en 
										masa, durante las cuales perecieron 
										decenas de miles de personas, pudieron 
										detener éste movimiento popular que se 
										extendía ampliamente y solamente con 
										ayudas de la espada, del fuego y de la 
										rueda, los estados jóvenes se aseguraron 
										la primera y decisiva, victoria sobre 
										las masas populares. 
										Durante los tres siglos siguientes, los 
										Estados que se formaron en toda Europa 
										destruían sistemáticamente las 
										instituciones en las que hallaba 
										expresión la tendencia de los hombres al 
										apoyo mutuo. Las comunas aldeanas fueron 
										privadas del derecho de sus asambleas 
										comunales, de la jurisdicción propia y 
										de la administración independiente, y 
										las tierras que les pertenecían fueron 
										sometidas al control de los funcionarios 
										del estado y entregadas a merced de los 
										caprichos y de la venalidad. Las 
										ciudades fueron desposeídas de su 
										soberanía, y las fuentes mismas de su 
										vida interior, la véche (la 
										asamblea, el tribunal electo, la 
										administración electa y la soberana de 
										la parroquia y de las guildas, todo esto 
										fue destruido. Los funcionarios del 
										estado, tornaron en sus manos todos los 
										eslabones de lo que antes constituía un 
										todo orgánico. 
										Debido a esta política fatal y a las 
										guerras engendradas por ella, países 
										enteros, antes poblados y ricos, fueron 
										asolados. Ciudades ricas populosas se 
										transformaron en aldehuelas 
										insignificantes; hasta los caminos que 
										unían a las ciudades entre sí se 
										hicieron intransitables. La industria, 
										el arte, la ilustración, decayeron. La 
										educación política, la ciencia y el 
										derecho fueron sometidos a la idea de la 
										centralización estatal. En las 
										universidades, y desde las cátedras 
										eclesiásticas se empezó a enseñar que 
										las instituciones en que los hombres 
										acostumbraban a encarnar hasta entonces 
										su necesidad de ayuda mutua no pueden 
										ser toleradas en un estado debidamente 
										organizado; que sólo el estado y la 
										iglesia pueden constituir los lazos de 
										unión entre sus súbditos; que el 
										federalismo y el "particularismo" es 
										decir, el cuidado de los intereses 
										locales de una región o de una ciudad 
										eran enemigos del progreso. El estado es 
										el único impulsor apropiado de todo 
										desarrollo ulterior. 
										Al final del siglo XVIII., los reyes del 
										continente europeo, el Parlamento, en 
										Inglaterra, y hasta la convención 
										revolucionaria en Francia, aunque se 
										hallaban en guerra, entre sí, 
										coincidían, en la afirmación de que 
										dentro del Estado no debía haber ninguna 
										clase de uniones separadas entre los 
										ciudadanos, aparte de las establecidas 
										por, el estado y sometidas a él; que 
										para los trabajadores que se atrevían a 
										ingresar a una "coalición", es decir, en 
										uniones para la defensa de sus derechos, 
										el único castigo conveniente era el 
										trabajo forzado y la muerte. "No 
										toleraremos un estado en el estado". 
										Unicamente el estado y la Iglesia del, 
										estado debían ocuparse de los intereses 
										generales de los súbditos, los mismos 
										súbditos debían ser grupos de hombres 
										poco vinculados entre sí, no unidos por 
										clase alguna de lazos especiales y 
										obligados a recurrir al estado cada vez 
										que tenían una necesidad común. Hasta la 
										mitad del siglo XIX esta teoría. y su 
										práctica correspondiente dominaban en, 
										Europa. 
										Hasta las sociedades comerciales e 
										industriales eran miradas con 
										desconfianza por todos los estados. En 
										cuanto a los trabajadores, recordamos 
										aún que sus uniones eran consideradas 
										ilegales hasta en Inglaterra. El mismo 
										punto de vista sosteníase no hace mucho 
										más de veinte arios, al final del siglo 
										XIX, en todo el continente, incluso en 
										Francia; a pesar de las revoluciones que 
										vivió, los mismos revolucionarios eran 
										tan feroces partidarios del estado como 
										los funcionarios del rey y del 
										emperador. Todo el sistema de nuestra 
										educación estatal, hasta la época 
										presente, aun en Inglaterra, era tal que 
										una parte importante de la sociedad 
										consideraba como una medida 
										revolucionaria que el pueblo recibiese 
										los derechos de que gozaban todos 
										-libres y siervos- en la Edad Media, 
										quinientos años Antes, en la asamblea 
										aldeana, en su guilda, en su parroquia y 
										en la ciudad. 
										La absorción por el estado de todas las 
										funciones sociales, fatalmente favoreció 
										el desarrollo del individualismo 
										estrecho, desenfrenado. A medida que los 
										deberes del ciudadano hacia el estado se 
										multiplicaban, los ciudadanos 
										evidentemente se liberaban de los 
										deberes hacia los otros. En la guilda 
										-en la Edad Media todos pertenecían a 
										alguna guilda o cofradía-, dos 
										"hermanos" debían cuidar por turno al 
										hermano enfermo; ahora basta con dar al 
										compañero de trabajo la del hospital, 
										para pobres, más próximo. En la sociedad 
										"bárbara" presenciar una pelea entre dos 
										personas por cuestiones personales y no 
										preocuparse de que no tuviera 
										consecuencias fatales significaría 
										atraer sobre sí la acusación de 
										homicidio, pero, de acuerdo con las 
										teorías más recientes del estado que 
										todo lo. vigila, el que presencia una 
										pelea no tiene necesidad de intervenir, 
										pues para eso está la policía. Cuando 
										entre los salvajes -por ejemplo, entre 
										los hotentotes-, se considerarla 
										inconveniente ponerse a comer sin haber 
										hecho a gritos tres veces una invitación 
										Al que deseara unirse al festín, entre 
										nosotros el ciudadano respetable se 
										limita a pagar un impuesto para los 
										pobres, dejando a los hambrientos 
										arreglárselas como puedan. 
										El resultado obtenido fue que por 
										doquier -en la vida, la ley, la ciencia, 
										la religión- triunfa ahora la afirmación 
										de que cada uno puede y debe procurarse 
										su propia felicidad, sin prestar 
										atención alguna a las necesidades 
										ajenas. Esto se transformó en la 
										religión de nuestros tiempos, y los 
										hombres que dudan de ella son 
										considerados utopistas peligrosos. La 
										ciencia proclama en alta voz que la 
										lucha de cada uno contra todos 
										constituye el principio dominante de la 
										naturaleza en general, y de las 
										sociedades humanas en particular. 
										Justamente a esta guerra la biología 
										actual atribuye el desarrollo progresivo 
										del mundo animal. La historia juzga del 
										mismo modo; y los economistas, en su 
										ignorancia ingenua, consideran que el 
										éxito de la industria y de la mecánica 
										contemporánea son los resultados 
										"asombrosos" de la influencia del mismo 
										principio. La religión misma de la 
										Iglesia es la religión del 
										individualismo, ligeramente suavizada 
										por las relaciones más o menos 
										caritativas hacia el prójimo, con 
										preferencia los domingos. Los hombres 
										"prácticos" y los teóricos, hombres de 
										ciencia y predicadores religiosos, 
										legistas y políticos, están todos de 
										acuerdo en que el individualismo, es 
										decir, la afirmación de la propia 
										personalidad en sus manifestaciones 
										groseras, naturalmente, pueden ser
										suavizadas con la beneficencia, y 
										que ese individualismo es la única base 
										segura para el mantenimiento de la 
										sociedad y su progreso ulterior. 
										Parecería, por esto, algo desesperado 
										buscar instituciones de ayuda mutua en 
										la sociedad moderna, y en general las 
										manifestaciones prácticas de este 
										principio. ¿Qué podía restar de ellas? Y 
										además, en cuanto empezamos a examinar 
										cómo viven millones de seres humanos y 
										estudiamos sus relaciones cotidianas, 
										nos asombra, ante todo, el papel enorme 
										que desempeñan en la vida humana, aún en 
										la época actual, los principios de ayuda 
										y apoyo mutuo. A pesar de que hace ya 
										trescientos o cuatrocientos años que, 
										tanto en la teoría, como en la vida 
										misma se produce una destrucción de las 
										instituciones y de los hábitos de ayuda 
										mutua, sin embargo, centenares de 
										millones de hombres continúan viviendo 
										con ayuda de estas instituciones y 
										hábitos; y religiosamente las apoyan 
										allí donde pudieron ser conservadas y 
										tratan de reconstruirlas donde han sido 
										destruidas. Cada uno de nosotros, en 
										nuestras relaciones mutuas, pasamos 
										minutos en los que nos indignamos contra 
										el credo estrechamente individualista, 
										de moda en nuestros días; sin embargo 
										los actos en cuya realización los 
										hombres son guiados por su inclinación a 
										la ayuda mutua constituyen una parte tan 
										enorme de nuestra vida cotidiana que, si 
										fuera posible ponerles término 
										repentinamente, se interrumpiría de 
										inmediato todo el progreso moral 
										ulterior de la humanidad. La sociedad 
										humana, sin la ayuda mutua, no podría 
										ser mantenida más allá de la vida de una 
										generación. 
										Los hechos de tal género, a los que no 
										se presta atención, que son muy 
										numerosos y que describen la vida de las 
										sociedades, tienen un sentido de primer 
										orden para la vida y la elevación 
										ulterior de la humanidad. También los 
										examinaremos ahora, comenzando por las 
										instituciones existentes de apoyo mutuo 
										y pasando luego a los actos de ayuda 
										mutua que tienen origen en las simpatías 
										personales o sociales. 
										Echando una mirada amplia a la 
										constitución contemporánea de la 
										sociedad europea nos asombra, en primer 
										lugar, el hecho de que, a pesar de todos 
										los esfuerzos para terminar con la 
										comuna aldeana, está forma de unión de 
										los hombres continúa existiendo en 
										grandes proporciones, como se verá a 
										continuación, y que en el presente se 
										hacen tentativas ya sea para 
										reconstituirla en una u otra forma, ya 
										sea para hallar algo en su reemplazo. 
										Las teorías corrientes de los 
										economistas burgueses y de algunos 
										socialistas afirman que la comuna ha 
										muerto en la Europa occidental de muerte 
										natural, puesto que se encontró que la 
										posesión comunal de la tierra era 
										incompatible con las exigencias 
										contemporáneas del cultivo de la tierra. 
										Pero la verdad es que en ninguna 
										parte desapareció la comuna aldeana por 
										propia voluntad, al contrario, en 
										todas partes las clases dirigentes 
										necesitaron varios siglos de medidas 
										estatales persistentes para desarraigar 
										la comuna y confiscar las tierras 
										comunales. Un ejemplo de tales medidas y 
										de los métodos para ponerla en práctica 
										nos lo ha dado recientemente el gobierno 
										zarista en el celo del ministro 
										Stolypin. 
										En Francia, la destrucción de la 
										independencia de las comunas aldeanas y 
										el despojo de las tierras que les 
										pertenecían empezó ya en el siglo XVI. 
										Además, sólo en el siglo siguiente, 
										cuando la masa campesina fue reducida a 
										la completa esclavitud y a la 
										miseria por las requisiciones y 
										las guerras tan brillantemente descritas 
										por todos los historiadores, el despojo 
										de las tierras comunales pudo realizarse 
										impunemente y entonces alcanzó 
										proporciones escandalosas "Cada uno les 
										tomaba cuanto podía... las dividían... 
										para despojar a las comunas, se servían 
										de deudas simuladas". Así sé 
										expresaba el edicto promulgado por Luis 
										XIV, en el año 1667. Y como era de 
										esperar, el estado no halló otro medio 
										de curar éstos males que una mayor 
										sumisión de las comunas a su 
										autoridad y un despojo mayor, esta vez 
										hecho por el Estado mismo. En realidad, 
										dos años después todos los ingresos 
										monetarios de las comunas fueron 
										confiscados por el rey. En cuanto a la
										usurpación de las tierras comunales, 
										se extendió más y más, y en el siglo 
										siguiente la nobleza y el clero eran ya 
										dueños de enormes extensiones de tierra: 
										Según algunas apreciaciones, poseían la 
										mitad de la superficie apta para el 
										cultivo, y la mayoría de esas 
										tierras permanecía inculta. Pero los 
										campesinos todavía conservaban sus 
										instituciones comunales y hasta el año 
										1787 la asamblea comunal campesina, 
										compuesta por todos los jefes de 
										familia, se reunía, generalmente a la 
										sombra de un campanario o de un árbol, 
										para distribuir las porciones de tierra 
										o partir los campos que quedaban en su 
										posesión, para fijar los impuestos y 
										elegir la administración comunal, 
										exactamente lo mismo que el mir 
										ruso hoy. Esto ha sido demostrado ahora 
										plenamente por Babeau. 
										El gobierno francés encontró, sin 
										embargo, que las asambleas populares 
										comunales eran "demasiado ruidosas", es 
										decir, demasiado desobedientes, y en- el 
										año 1787 fueron sustituidas por consejos 
										electivos, compuestos por un alcalde y 
										de tres o seis síndicos que eran 
										elegidos entre los campesinos más 
										acomodados. Dos años más tarde, la 
										Asamblea Constituyente "revolucionaria", 
										que en este sentido concordaba 
										plenamente con la vieja organización, 
										ratificó (el 14 de diciembre de 1789) la 
										ley citada, y la burguesía aldeana
										se dedicó ahora, a su vez, al 
										despojo de las tierras campesinas, que 
										se prolongó durante todo el período 
										revolucionario. El 16 de agosto del año 
										1792, la Asamblea Legislativa, bajo la 
										presión de las insurrecciones campesinas 
										y del ánimo alterado del pueblo de 
										París, después de haber éste ocupado el 
										palacio real, decidió devolver a las 
										comunas las tierras que les habían 
										quitado; pero, al mismo tiempo, dispuso 
										que de estas tierras, las de laboreo 
										fueran distribuidas solamente entre los 
										"ciudadanos", es decir, entre los 
										campesinos más acomodados. Esta medida, 
										naturalmente, provocó nuevas 
										insurrecciones, y fue derogada al año 
										siguiente cuando, después de la 
										expulsión de los girondinos de la 
										Convención, los jacobinos dispusieron, 
										el 11 de junio de 1793, que todas las 
										tierras comunales quitadas a los 
										campesinos por los terratenientes y 
										otros, a partir del año 1669, fueran 
										devueltas a las comunas que podían -si 
										lo decidía una mayoría de dos tercios de 
										votos- repartir las tierras comunales, 
										pero, en tal caso, en partes iguales 
										entre todos los habitantes, tanto ricos 
										como pobres, tanto "activos" como 
										"inactivos". 
										Sin embargo, las leyes sobre la 
										repartición de las tierras comunales 
										eran contrarias de tal modo a las 
										concepciones de los campesinos, que 
										estos últimos no las cumplían, y en 
										todas partes donde los campesinos 
										volvían a poseer, aunque no fuera más 
										que una parte de las tierras, comunales 
										que les habían usurpado, las poseían en 
										común, dejándolas sin dividir. Pero 
										pronto sobrevinieron los largos años de 
										guerras y la reacción, y las tierras 
										comunales fueron llanamente confiscadas 
										por el estado (en el año 1794) para 
										asegurar los préstamos estatales; una 
										parte fue destinada a la venta, y al 
										final de cuentas, usurpada; luego fueron 
										devueltas las tierras nuevamente a las 
										comunas, y otra vez confiscadas (en el 
										año 1813), y recientemente en el año 
										1816, los restos de estas tierras, 
										constituidos por alrededor de 6.000.000 
										de deciatinas de la tierra menos 
										productiva, fueron devueltas a las 
										comunas aldeanas. Todo, régimen nuevo 
										veía en las tierras comunales una fuente 
										accesible para recompensar a sus 
										partidarios, y tres leyes (la primera en 
										1837, y la última bajo Napoleón III) 
										fueron promulgadas con el fin de incitar 
										a las comunas aldeanas a realizar la 
										repartición de las tierras comunales. 
										Pero tampoco éste fue, todavía, el fin 
										de las penurias comunales. Hubo que 
										derogar tres veces estas leyes, debido a 
										la resistencia que encontraron en las 
										aldeas, pero cada vez, el gobierno 
										consiguió usurpar algo de las posesiones 
										comunales; así Napoleón III, con el 
										pretexto de proteger, con un método 
										perfeccionado, la agricultura, entregó 
										grandes posesiones comunales a algunos 
										de sus favoritos. 
										He aquí la serie de violencias con que 
										los adoradores del centralismo luchaban 
										contra la comuna. Y a esto llaman los 
										economistas "muerte natural de la 
										agricultura comunal, en virtud de las 
										leyes económicas"  
										En cuanto a la administración propia de 
										las comunas aldeanas, ¿qué podía quedar 
										de ella después de tantos golpes? El 
										gobierno consideraba al alcalde y a los 
										síndicos Como funcionarios gratuitos, 
										que cumplían determinadas funciones de 
										la máquina estatal. Aun ahora, bajo la 
										tercera república, la aldea está privada 
										de toda independencia, y dentro de la 
										comuna no puede ser realizado el más 
										mínimo acto sin la intervención y 
										aprobación de casi todo el complejo 
										mecanismo estatal, incluyendo los 
										prefectos y los ministros. Resulta 
										difícil creerlo, y sin embargo tal es la 
										realidad. Si, por ejemplo, un campesino 
										tiene intención de pagar con un depósito 
										en dinero su parte de trabajo en la 
										reparación de un camino comunal (en 
										lugar de poner él mismo la cantidad 
										necesaria de pedregullo), no menos de 
										doce funcionarios del Estado, de 
										diferentes rangos, deben dar su 
										conformidad y para ello se necesitan 52 
										documentos, que deben intercambiar los 
										funcionarios, antes de que se permita al 
										campesino hacer su pago en dinero al 
										consejo comunal. Lo mismo si una 
										tormenta arroja un árbol en el camino; y 
										todo el resto tiene igual carácter. 
										Lo que ocurrió en Francia sucedió en 
										toda Europa occidental y central. Aun
										los años principales del colosal 
										saqueo de las tierras comunales 
										coinciden en todas partes. En 
										Inglaterra, la única diferencia reside 
										en que el pillaje se efectuó por medio 
										de actos aislados y no por medio de una 
										ley general, en una palabra, se produjo 
										con menor precipitación que en Francia 
										pero, sin embargo, con mayor solidez. La 
										usurpación de las tierras comunales por 
										los terratenientes (landlords) 
										empezó en el siglo XV, después de la 
										sofocación de la insurrección 
										campesina en el año 1380, como se 
										desprende de la Historia de 
										Rossus y del estatuto de Enrique VII, en 
										los cuales se habla de estas 
										usurpaciones bajo el título de 
										"Abominaciones y fecharías que 
										perjudican al bien público". Más tarde, 
										bajo Enrique VIII, se inició, como es 
										sabido, una investigación especial 
										(Great Inquest), cuyo objeto era hacer 
										cesar la usurpación de las tierras 
										comunales: pero esta investigación 
										terminó con la ratificación de las 
										dilapidaciones, en las proporciones en 
										que ya se habían llevado a cabo. 
										La dilapidación de las tierras comunales 
										se prolongó y se continuó expulsando a 
										los campesinos de las tierras. Pero 
										solamente desde mediados del siglo 
										XVIII, en Inglaterra como por doquier en 
										los, otros países, se instituyó una 
										política sistemática, con miras a 
										destruir la posesión comunal; de modo 
										que no es menester asombrarse de que la 
										posesión comunal haya desaparecido, sino 
										de que haya podido conservarse hasta en 
										Inglaterra y "predominar aún en el 
										recuerdo de los abuelos de nuestra 
										generación". El verdadero objeto de las 
										actas de cercamiento (Enclosure 
										Acts), como fue demostrado por 
										Seebohm, era la eliminación de la 
										posesión, comunal' y fue eliminada tan 
										por completo cuando el Parlamento 
										promulgó, entre 1760 y 1844, casi 4.000 
										actas de cercamiento, que de ella quedan 
										ahora sólo débiles huellas. Los lores se 
										apoderaron de las tierras de las comunas 
										aldeanas y cada caso de despojo fue 
										ratificado por el Parlamento. 
										En Alemania, Austria y Bélgica, la 
										comuna aldeana fue destruida por el 
										estado de modo exactamente igual. Fueron 
										raros los casos en que los comuneros 
										mismos dividieran entre sí las tierras 
										comunales, a pesar de que en todas 
										partes el estado obligaba a tal 
										repartición o, simplemente, favorecía el 
										despojo de sus tierras por particulares, 
										El último golpe a la posesión comunal en 
										el norte de Europa fue asestado también 
										a mediados del siglo XVIII. En Austria, 
										el gobierno tuvo qué poner en acción la 
										fuerza bruta, en el año 1768, para 
										obligar a las comunas a realizar la 
										división de las tierras, y dos años 
										después se designó, para este objeto, 
										una comisión especial. En Prusia, 
										Federico II, en varias de sus ordenanzas 
										(en 1752, 1763, 1765 y 1769) recomendó a 
										las Cámaras judiciales 
										(Justizcollegien) efectuar la 
										división por medio de la violencia. En 
										un distrito de Polonia, Silesia, con el 
										mismo objeto, fue publicada, en 1771, 
										una resolución especial. Lo mismo 
										sucedió también en Bélgica, pero, como 
										las comunas demostraron desobediencia, 
										entonces, en el año 1847, fue emitida 
										una ley que daba al gobierno el derecho 
										de comprar los prados comunales y 
										venderlos en parcelas y realizar una 
										venta obligatoria de las tierras 
										comunales si hubiese compradores. 
										Para abreviar, lo que se dice acerca de 
										la muerte natural de las comunas 
										aldeanas, en virtud de las leyes 
										económicas, constituye una broma tan 
										pesada como si habláramos de la muerte 
										natural de los soldados caídos en el 
										campo de batalla. El lado positivo de la 
										cuestión es este: las comunas aldeanas 
										vivieron más de mil años, y en los casos 
										en que los campesinos no fueron 
										arruinados por las guerras y las 
										requisiciones, gradualmente mejoraron 
										los métodos de cultivo; pero, como el 
										valor de la tierra aumentaba debido al 
										crecimiento de la industria, y la 
										nobleza, bajo la organización estatal, 
										alcanzó una autoridad como nunca tuvo en 
										el sistema feudal, se apoderó de la 
										mejor parte de las tierras comunales y 
										aplicó todos sus esfuerzos en destruir 
										las instituciones comunales. 
										Sin embargo, las instituciones de la 
										comuna aldeana responden tan bien a las 
										necesidades y concepciones de los que 
										cultivan la tierra, que a pesar de todo, 
										Europa hasta en la época presente está 
										aún cubierta de supervivencias vivas de 
										las comunas aldeanas, y en la vida 
										aldeana abundan aún hoy hábitos y 
										costumbres cuyo origen se remonta al 
										período comunal. En Inglaterra misma, a 
										pesar de todas las medidas ,draconianas 
										adoptadas para destruir el viejo orden 
										de cosas, existió hasta principios del 
										siglo XIX. Gomme, uno de los pocos 
										sabios ingleses que ha llamado la 
										atención sobre esta materia, señala en 
										su obra que en Escocia se han conservado 
										muchas huellas de la posesión comunal de 
										las tierras, y la "runrigtenancy";
										es decir, la posesión por los 
										granjeros de parcelas en muchos campos 
										(derechos del comunero traspasados al 
										granjero), se mantuvo en Forfarshire 
										hasta el año 1813; y en algunas aldeas 
										de Invernes, hasta el año 1801, era 
										costumbre arar la tierra para toda la 
										comuna, sin trazar límites, 
										distribuyéndola después de la labor. En 
										Kilmoriel la participación y repartición 
										de los campos estuvo en pleno vigor 
										"hasta los últimos veinticinco años", 
										decía Gomme, y la Comisión Crofter del 
										año ochenta halló que esta costumbre se 
										conservaba todavía en algunas islas". En 
										Irlanda, este mismo sistema predominó 
										hasta la época del hambre terrible del 
										año 1848. En cuanto a Inglaterra, las 
										obras de Marshall, que pasaron 
										inadvertidas mientras Nasse y Mine no 
										llamaron la atención sobre ellas, no 
										dejan la menor duda de que el sistema de 
										la comuna aldeana gozaba de amplia 
										difusión en casi todas las regiones de 
										Inglaterra, aún en los comienzos del 
										siglo XIX. 
										En el año 1870, sir Henry Maine fue 
										"sorprendido extraordinariamente por la 
										cantidad de casos de títulos de 
										propiedad anormales, los que de modo 
										necesario suponen una existencia 
										primitiva de la posesión colectiva y del 
										cultivo conjunto de la tierra", y estos 
										casos llamaron su atención después de un 
										estudio comparativamente breve. Y como 
										la posesión comunal se conservó en 
										Inglaterra hasta una época tan reciente, 
										es indudable que en las aldeas inglesas 
										se hubiera podido hallar gran número de 
										hábitos y costumbres de ayuda mutua, con 
										sólo que los escritores ingleses 
										hubieran prestado mayor atención a la 
										vida aldeana real. 
										Por último, tales rastros fueron 
										señalados, no hace mucho, en un artículo 
										del Journal of the Statistical 
										Society, vol. IX, junio 1897, y en 
										un excelente artículo de la nueva 
										edición, undécima, de la Enciclopedia
										Británica. Por este artículo nos 
										enteramos de que, valiéndose del 
										"cercamiento" de los campos comunales y 
										dehesas, los supuestos dueños y los 
										herederos de los derechos feudales 
										quitaron a las comunas 1.016.700 
										deciatinas desde el año 1709 hasta 1797, 
										con preferencia campos cultivables; 
										484.490 deciatinas desde 1801 hasta 
										1842, y 228.910 deciatinas desde 1845 
										hasta 1869; además, 37.040 deciatinas de 
										bosques; en total 1.767.140 deciatinas, 
										es decir, más de la octava parte de toda 
										la superficie de Inglaterra, incluido 
										Gales (13.789.000 deciatinas), fue 
										quitada al pueblo. 
										Y a pesar de esto, la posesión comunal 
										de la tierra se ha conservado hasta 
										ahora en algunos lugares de Inglaterra y 
										Escocia, como lo demostró en el año 1907 
										el doctor Gilbert Slater en su obra 
										detallada The English Peasantry and 
										the Enclosure of Common Fields, 
										donde están los planos de algunas de 
										dichas comunas -que recuerdan plenamente 
										los planos del libro de P. P. Semionof- 
										y se describe su vida así: sistema de 
										tres o cuatro amelgas, y los comuneros 
										deciden todos los años en la asamblea 
										con qué sembrar la tierra en barbecho y 
										se conservan las "franjas" lo mismo que 
										en la comuna rusa. El autor del artículo 
										de la Enciclopedia Británica 
										considera que hasta ahora quedan bajo 
										posesión comunal, en Inglaterra, de 
										500.000 a 700.000 deciatinas de campos, 
										y principalmente dehesas. 
										En la parte continental de Europa, 
										numerosas instituciones comunales, que 
										han conservado hasta ahora su fuerza 
										vital, se encuentran en Francia, Suiza, 
										Alemania. Italia, Países Escandinavos y 
										en España, sin hablar de toda la Europa 
										occidental eslava. Aquí la vida aldeana, 
										hasta ahora, está impregnada de hábitos 
										y costumbres comunales, y la literatura 
										europea casi anualmente se enriquece con 
										trabajos serios consagrados a esta 
										materia, y lo que tiene relación con 
										ella. Por esto, en la elección de los 
										ejemplos, tengo que limitarme a algunos, 
										los más típicos. 
										Suiza nos ofrece uno de estos ejemplos. 
										Existen allí como repúblicas: Uri, 
										Schwytz, Appenzell, Glarus y 
										Unterwalden, que poseen una parte 
										importante de sus tierras sin dividir y 
										son administradas todas por la asamblea 
										popular de toda la república (cantón), 
										pero, en todas las otras repúblicas, las 
										comunas aldeanas también gozan de amplia 
										autonomía y vastas partes del territorio 
										federal permanecen hasta ahora en 
										posesión comunal. Dos tercios de todos 
										los prados alpinos y dos tercios de 
										todos los bosques de Suiza y un número 
										importante de campos, huertos, viñedos, 
										turberas, canteras, hasta ahora siguen 
										siendo de propiedad comunal. En el 
										cantón de Vaud, donde todos los jefes de 
										familia tienen derecho a participar con 
										voto consultivo en las deliberaciones de 
										los asuntos comunales, el espíritu 
										comunal se manifiesta con vivacidad 
										especial en los consejos elegidos por 
										ellos. Al final del invierno, en algunas 
										aldeas, toda la juventud masculina se 
										encamina al bosque por algunos días, 
										para cortar árboles y lanzarlos por las 
										pendientes abruptas de las montañas (en 
										forma semejante al deslizamiento en 
										trineo desde las montañas); la madera 
										para construcción y la leña se reparte 
										entre todos los jefes de familia o se 
										vende en su beneficio. Estas excursiones 
										son verdaderas fiestas del trabajo 
										viril. Sobre las orillas del lago de 
										Ginebra, una parte del trabajo necesario 
										para conservar en orden las terrazas de 
										los viñedos aun ahora se realiza en 
										común; y en primavera, cuando el 
										termómetro amenaza descender a bajo cero 
										antes de la salida del sol y cuando la 
										helada podría dañar los sarmientos, el 
										sereno nocturno despierta a todos los 
										jefes de familias, los cuales encienden 
										hogueras de paja y estiércol y preservan 
										de tal modo a las vides de la helada, 
										envolviéndolas en nubes de humo. 
										En el Tessino, los bosques son de 
										dominio comunal; se realiza la tala con 
										mucha regularidad, por secciones, y los 
										ciudadanos de cada comuna reciben, por 
										familia, su porción de rendimiento. 
										Luego, casi en todos los cantones las 
										comunas aldeanas poseen las llamadas 
										Bürgernútzen, es decir, mantienen en 
										común una determinada cantidad de vacas 
										para proveer de manteca a todas las 
										familias; o bien cuidan en común 
										los campos o viñedos, cuyos productos se 
										reparten entre los comuneros, o bien, 
										por último, arriendan su tierra, en cuyo 
										caso el ingreso se destina al beneficio 
										de toda la comuna. 
										En general, puede tomarse como regla que 
										allí donde las comunas han retenido una 
										esfera de derechos lo suficientemente 
										amplia como para ser partes vivas del 
										organismo nacional, y donde no han sido 
										reducidas a la miseria completa, los 
										comuneros no dejan de cuidar sus tierras 
										con atención. Debido a esto, las 
										propiedades comunales de Suiza presentan 
										un contraste asombroso, en comparación 
										con la situación lamentable de las 
										tierras "comunales" de Inglaterra. Los 
										bosques comunales del cantón de Vaud y 
										de Valais se conservan en excelente 
										orden, según las reglas de la moderna 
										silvicultura. En otros lugares, "las 
										pequeñas franjas" de los campos 
										comunales, que cambian de dueños bajo el 
										sistema de reparticiones, están muy bien 
										abonados, puesto que no hay escasez de 
										ganado ni de prados. Los elevados prados 
										alpinos, en general, se conservan bien, 
										y los caminos de las aldeas son 
										excelentes. Y cuando admiramos el chalet 
										suizo, es decir, la cabaña, los caminos 
										montañeses, el ganado campesino, las 
										terrazas de los viñedos y las casas de 
										escuela en Suiza, debemos recordar que 
										la madera para la construcción del 
										chalet, en su mayor parte, proviene de 
										los bosques comunales, y los caminos y 
										las casas escolares son resultado del 
										trabajo comunal. Naturalmente, en Suiza, 
										como en todas partes, la comuna perdió 
										muchos de sus derechos y funciones, y la 
										"corporación", compuesta por un pequeño 
										número de viejas familias, ocupó el 
										lugar de la comuna aldeana anterior, a 
										la que pertenecían todos. Pero lo que se 
										conservó, mantuvo, según la opinión de 
										investigadores serios, su plena 
										vitalidad. 
										Apenas es necesario decir que en las 
										aldeas suizas se conservan, hasta ahora, 
										muchos hábitos y costumbres de ayuda 
										mutua. Las veladas para descascarar 
										nueces, que se realizan por turno en 
										cada hogar; las reuniones al atardecer 
										para coser el ajuar en casa de la 
										doncella que se va a casar; las 
										invitaciones a la "ayuda" cuando se 
										construyen casas y para la recolección 
										de la cosecha, y de igual manera para 
										todos los trabajos posibles que pudieran 
										ser necesarios a cada uno de los 
										comuneros; la costumbre de intercambiar 
										los niños de un cantón a otro con el fin 
										de enseñarles dos idiomas distintos, 
										francés y alemán, etc., todo esto es un 
										fenómeno completamente corriente. 
										Es curioso observar que también 
										diferentes necesidades modernas se 
										satisfacen de este mismo modo. Así, por 
										ejemplo, en Glarus, la mayoría de los 
										prados alpinos fueron vendidos en época 
										de calamidades, pero las comunas 
										continúan aún comprando campos llanos, y 
										así, después que las parcelas 
										recompradas han permanecido en poder de 
										diferentes comuneros durante diez, 
										veinte o treinta años, vuelven al 
										cuerpo de las tierras comunales, que se 
										distribuyen según las necesidades de 
										todos los miembros. Existen también 
										grandes cantidades de pequeñas uniones 
										que se dedican a la producción de 
										artículos alimenticios necesarios -pan, 
										queso, vino- por medio del trabajo 
										común, a pesar de que esta 
										producción no ha alcanzado grandes 
										proporciones; y finalmente, gozan de 
										gran difusión en Suiza las cooperativas 
										rurales. Las asociaciones de diez a 
										treinta campesinos que compran y 
										siembran en común prados y campos 
										constituyen un fenómeno corriente; y las 
										asociaciones para la venta de leche y 
										queso están organizadas en todo el país. 
										En suma, Suiza fue la cuna de esta forma 
										de cooperación. Además, allí se presenta 
										un amplio campo para el estudio de toda 
										clase de sociedades pequeñas y grandes, 
										fundadas para la satisfacción de todas 
										las posibles necesidades modernas. Así, 
										por ejemplo, casi en todas las aldeas de 
										algunas partes de Suiza se puede hallar 
										toda una serie de sociedades: de 
										protección contra incendios, de 
										aprovisionamiento del agua, de paseos en 
										botes, de conservación de los muelles 
										del lago, etc.; además, todo el país 
										está sembrado de sociedades de arqueros, 
										tiradores, topógrafos, exploradores y de 
										otras sociedades semejantes, nacidas de 
										los peligros que significa el 
										militarismo moderno y el imperialismo. 
										Sin embargo, Suiza no es, de ningún 
										modo, una excepción en Europa, puesto 
										que instituciones y hábitos semejantes 
										se pueden observar en las aldeas de 
										Francia, Italia, Alemania, Dinamarca, 
										etcétera. Así, en las páginas 
										precedentes hemos hablado de lo que 
										hicieron los gobernantes de Francia con 
										el fin de destruir la comuna aldeana y 
										usurparle sus tierras, pero, a pesar de 
										todos los esfuerzos del gobierno, una 
										décima parte de todo el territorio apto 
										para el cultivo, es decir, alrededor de 
										13.500.000 acres que comprenden la mitad 
										de los prados naturales y casi la quinta 
										parte de los bosques del país continúan 
										bajo posesión comunal. Estos bosques 
										proveen a los comuneros de combustible, 
										y la madera de construcción, en la 
										mayoría de los casos, es cortada por 
										medio del trabajo comunal, con toda la 
										regularidad deseable; el ganado de los 
										comuneros pace libremente en las dehesas 
										comunales, y el remanente de los campos 
										comunales se divide y reparte en algunos 
										lugares. de Francia -como en las 
										Ardenas- de modo corriente. 
										Estas fuentes suplementarias que ayudan 
										a los campesinos más pobres a 
										sobrellevar los años de malas cosechas 
										sin vender las parcelas pequeñas de 
										tierra de su pertenencia y sin enredarse 
										en deudas impagables, sin duda tienen 
										importancia tanto para los trabajadores 
										agrícolas como para casi 3.000.000 de 
										modestos campesinos-propietarios. Hasta 
										es dudoso que la pequeña propiedad 
										campesina pudiera conservarse sin ayuda 
										de estas fuentes suplementarias. Pero la 
										importancia ética de la propiedad 
										comunal, por pequeñas que fueran sus 
										proporciones, sobrepasa en mucho a su 
										importancia económica. Ayuda a la 
										conservación, en la vida aldeana, de un 
										núcleo de hábitos y costumbres de ayuda 
										mutua que indudablemente actúa como 
										contrapeso del individualismo estrecho y 
										de la codicia, que tan fácilmente se 
										desarrolla entre los pequeños 
										propietarios de la tierra, y facilita el 
										desenvolvimiento de las formas modernas 
										de cooperación y sociabilidad. La ayuda 
										mutua, en todas las circunstancias de la 
										vida aldeana, entra en la rutina 
										habitual de la aldea. Por todas partes 
										encontramos, bajo nombres distintos, el 
										"charroi", es decir, ayuda libre 
										prestada por los vecinos para levantar 
										la cosecha, para la recolección de uva, 
										para la construcción de una casa, 
										etcétera; por todas partes encontramos 
										las mismas reuniones vespertinas que en 
										Suiza. En todas partes los comuneros se 
										asocian para efectuar todos los trabajos 
										posibles que ellos por sí solos no 
										podrían realizar. Casi todos los que han 
										escrito sobre la vida aldeana francesa 
										han mencionado esta costumbre. Pero 
										quizá lo mejor de todo sería citar aquí 
										algunos fragmentos de cartas que recibí 
										de un amigo, al que rogué comunicarme 
										sus observaciones sobre esta materia. 
										Estas informaciones se deben a un hombre 
										de edad, que ha sido durante mucho 
										tiempo alcalde de su comuna natal en el 
										Sur de Francia (en el departamento de 
										Ariége); los hechos qué ha comunicado le 
										eran conocidos merced a una observación 
										personal de muchos años y tienen la 
										ventaja de que provienen de una 
										localidad y no están tomados por partes, 
										de observaciones hechas en lugares 
										alejados entre sí. Algunos de ellos 
										pueden parecer baladíes, pero en 
										general, pintan el mundillo entero de la 
										vida aldeana. 
										"En algunas comunas, próximas a las 
										nuestras -escribe mi amigo- se 
										mantiene en pleno vigor la vieja 
										costumbre de l'emprount. Cuando 
										en la granja se necesitan muchas manos 
										para el cumplimiento rápido de cierto 
										trabajo -recoger papas o segar un prado- 
										se convoca a los jóvenes de la vecindad; 
										reúnense mozos y muchachas y realizan el 
										trabajo animada y gratuitamente, y por 
										la tarde, después de una cena alegre, 
										los jóvenes organizan bailes. 
										"En las mismas aldeas, cuando una moza 
										se va a casar, las vecinas de la 
										aldehuela se reúnen en su casa para 
										coser su ajuar. En algunas aldeas las 
										mujeres, aún ahora, hilan con bastante 
										celo. Cuando le llega la época a 
										determinada familia de devanar el hilo, 
										se realiza este trabajo en una tarde, 
										con la ayuda de los vecinos invitados. 
										En muchas comunas de Ariége, y en otros 
										lugares del Suroeste de Francia, el 
										desgranamiento del maíz también se 
										efectúa con la ayuda de todos los 
										vecinos. Se les agasaja con castañas y 
										vino, y los jóvenes danzan después de 
										terminado el trabajo. La misma costumbre 
										se practica al elaborarse el aceite de 
										nueces y al recoger el cáñamo. En la 
										comuna L., la misma costumbre se observa 
										cuando se transporta el trigo. Estos 
										días de trabajo pesado se convierten en 
										fiestas, puesto que el dueño considera 
										un honor agasajar a los voluntarios con 
										una buena comida. No se fija pago 
										alguno: todos se ayudan mutuamente. 
										"En la comuna C., la superficie de las 
										dehesas comunales se aumenta cada año, 
										de modo que actualmente casi toda la 
										tierra de la comuna ha pasado a ser de 
										uso común. Los pastores son elegidos por 
										los dueños del ganado, incluyendo 
										también las mujeres. Los toros son 
										comunales. 
										"En la comuna M., los pequeños rebaños 
										de 40 a 50 cabezas que pertenecen a los 
										comuneros, se reúnen en uno y luego se 
										dividen en tires o cuatro rebaños antes 
										de enviarlos a los prados de la montaña. 
										Cada dueño permanece durante una semana 
										junto al rebaño, en calidad de pastor. 
										"En la aldea C., algunos jefes de 
										familia compraron en común una 
										trilladora, todas las familias, en 
										común, proveen los hombres que son 
										necesarios, quince o veinte, para 
										atender la máquina. Otras tres 
										trilladoras compradas por los jefes de 
										familia de la misma aldea son ofrecidas 
										en alquiler por ellos, pero el trabajo 
										en este caso es realizado por ayudantes 
										forasteros, invitados del modo habitual.
										 
										"En nuestra comuna R., era necesario 
										levantar un muro alrededor del 
										cementerio. La mitad de la suma 
										requerida para la compra de la cal y 
										para el pago de los obreros hábiles fue 
										dada por él consejo del distrito, y la 
										otra mitad fue reunida por suscripción. 
										En cuanto al trabajo de suministrar 
										arena y agua, mezclar la argamasa y 
										ayudar a los albañiles, todo fue 
										realizado por voluntarios (lo mismo que 
										sé hace en la djemâa kabileña). 
										Los caminos de la aldea son limpiados 
										también por medio del trabajo voluntario 
										de los comuneros. Otras comunas 
										construyeron de tal modo sus fuentes. La 
										prensa para extraer el jugo de la uva y 
										otras pequeñas instalaciones a menudo 
										son de propiedad comunal." 
										Dos habitantes de la misma localidad, 
										interrogados por mi amigo, agregaron lo 
										siguiente: 
										"En O., hace algunos años no existía 
										molino. La comuna construyó un molino 
										imponiendo una contribución a los 
										comuneros. En cuanto al molinero, para 
										evitar que incurriera en cualquier clase 
										de engaños y de parcialidad, se decidió 
										pagarle dos francos por consumidor y que 
										el trigo fuera molido gratis. 
										"En Saint G., muy pocos campesinos se 
										aseguran contra incendio. Cuando se 
										produce un incendio -como sucedió 
										recientemente- todos entregan algo a la 
										familia damnificada: una caldera, una 
										sábana, una silla, etc., y de tal modo 
										el modesto hogar es reconstituido. Todos 
										los vecinos ayudan al perjudicado por el 
										incendio a reconstruir su casa, y la 
										familia, mientras tanto, se aloja 
										gratuitamente en casa de los vecinos." 
										Semejantes hábitos de ayuda mutua, y se 
										podrían citar un sinnúmero, 
										indudablemente nos explican por qué los 
										campesinos franceses se asocian con tal 
										facilidad para el uso por turno del 
										arado y sus yuntas de caballos, o bien 
										de la prensa de uva o de la trilladora, 
										cuando los últimos pertenecen a una 
										cierta persona de la aldea, y de igual 
										modo también para la realización en 
										común de todo género de trabajos de 
										aldea. La conservación de los canales de 
										riego, el desmonte de los bosques, la 
										desecación de pantanos, la plantación de 
										árboles, etc., desde tiempo inmemorial, 
										eran realizados por el municipio. Lo 
										mismo continúa haciéndose ahora. Así, 
										por ejemplo, muy recientemente en La 
										Bome, en el departamento de Lozére, 
										las colinas áridas y bravías fueron 
										convertidas en ricos huertos mediante el 
										trabajo común. "La gente llevaba la 
										tierra sobre sus hombros; construyeron 
										terrazas y las sembraron de castaños y 
										durazneros; diseñaron huertos y 
										trajeron. el agua, por medio de un 
										canal, desde dos o tres millas de 
										distancia". Ahora, según parece, se ha 
										construido allí un nuevo acueducto de 
										once millas de longitud. 
										El mismo espíritu comunal explica el 
										notable éxito obtenido en los últimos 
										tiempos por los sindicatos agrícolas; es 
										decir, las asociaciones de campesinos y 
										granjeros. En el año 1884, se 
										autorizaron, en Francia, las 
										asociaciones compuestas por más de 19 
										personas, y apenas es necesario agregar 
										que cuando se decidió hacer esta 
										"experiencia peligrosa" -como se dijo en 
										la Cámara de los Diputados- los 
										funcionarios tomaron todas aquellas 
										"precauciones" posibles que sólo la 
										burocracia puede inventar. Pero, a pesar 
										de todo, Francia se llena de 
										asociaciones agrícolas (sindicatos). Al 
										principio se formaban solamente para la 
										compra de abono y semillas, puesto que 
										las adulteraciones en estos dos ramos y 
										las mezclas de toda clase de 
										desperdicios alcanzaron proporciones 
										inverosímiles. Pero gradualmente 
										extendieron su actividad en diversas 
										direcciones; incluso a la venta de 
										productos agrícolas y a la mejora 
										constante de las parcelas de tierras. En 
										el sur de Francia, los estragos 
										producidos por la filoxera originaron la 
										formación de gran número de asociaciones 
										entre los propietarios de viñedos. Diez, 
										veinte, a veces treinta de esos 
										propietarios organizaban un sindicato, 
										compraban una máquina a vapor para 
										bombear agua y hacían los preparativos 
										necesarios para inundar sus viñedos por 
										turno. Constantemente se forman nuevas 
										asociaciones para la defensa contra las 
										inundaciones, para el riego, para la 
										conservación de los canales de riego ya 
										existentes, etc. Y no constituye 
										obstáculo alguno el deseo unánime de 
										todos los campesinos de la vecindad en 
										cuestión que la ley exige. En otros 
										lugares encontramos las fruitiéres
										o asociaciones de queseros o 
										lecheros, y algunos de ellos reparten el 
										queso y la manteca en partes iguales, 
										independientemente del rendimiento de 
										leche de cada vaca. En Ariége existe una 
										asociación de ocho comunas diferentes 
										para el cultivo conjunto de sus tierras, 
										que se unieron en una; en el mismo 
										departamento, comunas en 172 sindicatos 
										han organizado la ayuda médica gratuita; 
										en conexión con los sindicatos surgen 
										también sociedades de consumidores, 
										etcétera. "Una verdadera revolución se 
										realiza en nuestras aldeas -dice Alfred 
										Baudrillart- por medio de estas 
										asociaciones que adquieren en cada 
										región de Francia su carácter propio". 
										Casi Tomismo puede decirse también de 
										Alemania. En todas partes donde los 
										campesinos han podido detener el despojo 
										de sus tierras comunales, las conservan 
										en propiedad comunal, la que predomina 
										ampliamente en Württemberg, Baden, 
										Hohenzollern, y en la provincia de 
										Hessen, en Starkenberg. Los bosques 
										comunales, en general, se conservan en 
										estado excelente, y en miles de comunas 
										tanto la madera de construcción como la 
										leña se reparte anualmente entre todos 
										los habitantes; hasta la antigua 
										costumbre denominada Lesholztag 
										goza aún ahora de amplia difusión: al 
										tañido de la campana del campanario de 
										la aldea, todos los habitantes se 
										dirigen al bosque para traer cada uno 
										cuanta leña pueda. En Westfalia existen 
										comunas en las cuales se cultiva toda la 
										tierra como si fuera una propiedad 
										común, según las exigencias de la 
										agronomía moderna. En cuanto a los 
										viejos hábitos y costumbres comunales, 
										se hallan hasta ahora en vigor en la 
										mayor parte de Alemania. Las 
										invitaciones a la "ayuda", verdaderas 
										fiestas del trabajo, son un fenómeno 
										arteramente corriente en Westfalia, 
										Hessen y Nassau. En las regiones en que 
										abundan maderas de construcción, para la 
										construcción de una casa nueva, se toma 
										habitualmente del bosque comunal y todos 
										los vecinos ayudan en la edificación. 
										Hasta en los arrabales de la gran ciudad 
										de Francfort, entre los hortelanos, en 
										casa de enfermedad de alguno de ellos, 
										existe la costumbre de ir los domingos a 
										cultivar el huerto del camarada 
										enfermos. 
										En Alemania, lo mismo que en Francia, 
										cuando los gobernantes del pueblo 
										derogaron las leyes dirigidas contra las 
										asociaciones de campesinos -lo que fue 
										hecho en 1884-1888- este género de 
										uniones comenzó a desarrollarse con 
										rapidez asombrosa, a pesar de toda clase 
										de obstáculos ofrecidos por la nueva 
										ley, que estaba lejos de favorecerlas. 
										El hecho es que -dice Buchenberger- 
										debido a estas uniones, en millares de 
										comunas aldeanas, en las que antes nada 
										sabían de abonos químicos ni de 
										alimentación racional del ganado, ahora 
										tanto el uno como la otra se aplican en 
										proporciones sin precedentes" (t. II, 
										pág. 507). Con ayuda de estas uniones se 
										compra todo género de instrumentos y de 
										máquinas agrícolas que economizan 
										trabajo, y de modo parecido se 
										introducen diferentes métodos para el 
										mejoramiento de la calidad de los 
										productos. Se forman también uniones 
										para la venta de los productos agrícolas 
										y para la mejora constante de las 
										parcelas de tierra. 
										Desde el punto de vista de la economía 
										social, todos estos esfuerzos de los 
										campesinos naturalmente no tienen gran 
										importancia. No pueden aliviar de modo 
										sustancial -y menos todavía durable- la 
										miseria a que están condenadas las 
										clases agrícolas de toda Europa. Pero 
										desde el punto de vista moral, que es el 
										que nos ocupa en este momento, su 
										importancia es enorme. Demuestra que, 
										aun bajo el sistema del individualismo 
										desenfrenado que domina ahora, las masas 
										agrícolas conservan piadosamente la 
										ayuda mutua heredada por ellos; y en 
										cuanto los Estados debilitan las leyes 
										férreas mediante las cuales destruyeron 
										todos los lazos existentes entre los 
										hombres para tenerlos mejor en sus 
										manos, estos lazos se reanudan 
										inmediatamente, a pesar de las 
										innumerables dificultades políticas, 
										económicas y sociales; y se 
										reconstituyen en las formas que mejor 
										responden a las exigencias modernas
										de la producción. Y señalan también 
										las direcciones en que es menester 
										buscar el máximo progreso, y las formas 
										en que tienden a fundirse. 
										Fácilmente podría aumentarse la cantidad 
										de ejemplos, tomándolos de Italia, 
										España y, especialmente, Dinamarca, y 
										podrían señalarse algunos rasgos muy 
										interesantes, propios de cada uno de 
										estos países. Sería menester, también, 
										mencionar la población eslava de Austria 
										y de la península balcánica, en la que 
										aún existe la "familia compuesta" y el 
										"hogar indiviso" y gran número de 
										instituciones de apoyo mutuo. Pero me 
										apresuro a pasar a Rusia, donde la misma 
										tendencia al apoyo mutuo asume algunas 
										formas nuevas e inesperadas. Además, 
										examinando la comuna aldeana en Rusia, 
										tenemos la ventaja de poseer una enorme 
										cantidad de material, emprendido por 
										algunos ziemstva (concejos 
										campesinos) y que comprendía una 
										población de casi 20.000.000 de 
										campesinos de diferentes partes de 
										Rusia. 
										De la enorme cantidad de datos reunidos 
										por los censos rusos se pueden extraer 
										dos importantes conclusiones. En la 
										Rusia Media, donde una tercera parte de 
										la población campesina, si no más, fue 
										arrastrada a la ruina completa (por los 
										impuestos gravosos, los nadiely 
										muy pequeños, de tierra mala, el elevado 
										arriendo y la recaudación muy severa de' 
										impuestos después de pérdidas completas 
										de cosechas) se hizo evidente, durante 
										los primeros veinticinco años de la 
										emancipación de los campesinos de la 
										servidumbre, la tendencia decidida a 
										establecer la propiedad, personal de la 
										tierra dentro de las comunas aldeanas. 
										Muchos campesinos empobrecidos, "sin 
										caballos", abandonaron sus nadiely, 
										y sus tierras a menudo pasaban a ser 
										propiedad de los campesinos más ricos, 
										los cuales, dedicados al comercio, 
										poseían fuentes suplementarias de 
										ingresos; o bien los nadiely 
										cayeron en manos de comerciantes 
										extraños que compraban tierras, 
										principalmente con objeto de arrendarlas 
										luego a los mismos campesinos a precios 
										desproporcionadamente elevados. Se debe 
										observar también que, debido a una 
										omisión en la Ley de Emancipación de 
										1861, ofrecíase una gran posibilidad de 
										acaparar las tierras de los campesinos a 
										precio muy bajo y los 
										funcionarios del Estado, a su vez, 
										utilizaban su influencia poderosa en 
										favor de la propiedad privada y se 
										comportaban en forma negativa hacia la 
										propiedad comunal. 
										Sin embargo, desde el año 1880 comenzó 
										también una fuerte oposición en Rusia 
										Media contra la propiedad personal, y 
										los campesinos que ocupaban una posición 
										intermedia entre los ricos y los pobres 
										hicieron esfuerzos enérgicos para 
										mantener las comunas. En cuanto a las 
										fértiles estepas del sur, que son las 
										partes de la Rusia europea actualmente 
										más pobladas y ricas, fueron 
										principalmente colonizadas durante el 
										siglo XIX, bajo el sistema de la 
										propiedad personal o la usurpación 
										reconocida en esta forma por el estado. 
										Pero desde que en la Rusia del sur 
										fueron introducidos, con ayuda de la 
										máquina, métodos mejorados de 
										agricultura, los campesinos propietarios 
										de algunos lugares comenzaron, por sí 
										mismos, a pasar de la propiedad personal 
										a la comunal, de modo que ahora en este 
										granero de Rusia se puede hallar, según 
										parece, una cantidad bastante importante 
										de comunas aldeanas, creadas libremente 
										y de origen muy reciente. 
										La Crimea y la parte del continente 
										situada al norte de ella (la provincia 
										de Tauride), de las cuales tenemos datos 
										detallados, pueden servir mejor que nada 
										para ilustrar este movimiento. Después 
										de su anexión a Rusia, en el año 1783, 
										esta localidad comenzó a ser colonizada 
										por emigrantes de la gran Rusia, la 
										pequeña Rusia y la Rusia blanca -por 
										cosacos, hombres libres y siervos 
										fugitivos- que afluían aisladamente o en 
										pequeños grupos de todos los rincones de 
										Rusia. Al principio se dedicaron a la 
										ganadería, y más tarde, cuando 
										comenzaron a arar la tierra, cada uno 
										araba cuanto podía. Pero, cuando debido 
										al aflujo de colonos que se prolongaba, 
										y a la introducción de los arados 
										perfeccionados, aumentó la demanda de 
										tierra, surgieron entre los colonos 
										disputas exasperadas. Las disputas se 
										prolongaron años enteros hasta que estos 
										hombres, no ligados antes por ningún 
										vínculo mutuo, llegaron gradualmente al 
										pensamiento de que era necesario poner 
										fin a las discordias introduciendo la 
										propiedad comunal de la tierra. Entonces 
										comenzaron a concertar acuerdos según 
										los cuales la tierra que hablan poseído 
										hasta entonces personalmente pasaba a 
										ser de propiedad comunal; e 
										inmediatamente después comenzaron a 
										dividir y a repartir esta tierra, según 
										las costumbres establecidas en las 
										comunas aldeanas. Este movimiento fue 
										adquiriendo, gradualmente, vastas 
										proporciones, y en un territorio 
										relativamente pequeño, las estadísticas 
										de Tauride hallaron 161 aldeas en las 
										que la posesión comunal había sido 
										introducida por los mismos campesinos 
										propietarios, en reemplazo de la 
										propiedad privada, principalmente 
										durante los años 1855-1885. De tal modo, 
										los colonos elaboraron libremente los 
										tipos más variados de comuna aldeana. Lo 
										que, añade todavía un especial interés a 
										este paso de la posesión personal 
										de la tierra a la comunas que se realizó 
										no sólo entre los grandes rusos, 
										acostumbrados a la vida comunal, 
										sino también entre los pequeños rusos, 
										que hacía mucho que bajo el dominio 
										polaco habían olvidado la comuna, y 
										también entre los griegos y búlgaros y 
										hasta entre los alemanes, quienes ya 
										hacía tiempo habían conseguido elaborar, 
										en sus florecientes colonias 
										semiindustriales, en el Volga, un tipo 
										especial de comuna aldeana. Los tártaros 
										musulmanes de la provincia de Tauride, 
										evidentemente, continuaron poseyendo la
										tierra según el derecho común 
										musulmán, que permitía sólo una limitada 
										posesión personal de la tierra; pero, 
										aun entre ellos, en algunos contados 
										casos implantaron la comuna aldeana 
										europea. En cuanto a las otras 
										nacionalidades que pueblan la provincia 
										de Tauride, la posesión privada fue 
										suprimida en seis aldeas estonas, dos 
										griegas, dos búlgaras, una checa y una 
										alemana. 
										El retorno a la posesión comunal de la 
										tierra es característico de las fértiles 
										estepas del sur. Pero, ejemplos aislados 
										del mismo retorno se pueden encontrar 
										también en la pequeña Rusia. Así, en 
										algunas aldeas de la provincia de 
										Chernigof, los campesinos eran antes 
										propietarios privados de la tierra; 
										tenían documentos legales individuales 
										de sus parcelas, y disponían libremente 
										de la tierra, dándola en arriendo o 
										dividiéndola. Pero en 1850 se inició 
										entre ellos un movimiento en favor de la 
										posesión comunal, y sirvió de argumento 
										principal el aumento del número de 
										familias empobrecidas. Inicióse tal 
										movimiento en una aldea, y después le 
										siguieron otras, y el último caso citado 
										por V. V. se remontaba al año 1882. 
										Naturalmente, se originaron choques 
										entre los campesinos pobres que exigían 
										el paso a la posesión comunal y los 
										ricos, que ordinariamente prefieren la 
										propiedad privada, y a veces la lucha se 
										prolongaba años enteros. En algunas 
										localidades, la resolución unánime de 
										toda la comuna, exigida por la ley para 
										el paso a la nueva forma de posesión de 
										la tierra, no pudo ser alcanzada, y la 
										aldea se dividió entonces en dos partes: 
										una continuaba con la posesión privada 
										de la tierra y la otra pasaba a la 
										comunal; a veces, se fundían, más tarde, 
										en una comuna, y a veces quedaban así, 
										cada cual con su forma de posesión de la 
										tierra. 
										En cuanto a Rusia central, en muchas 
										aldeas cuya población se inclinaba a la 
										posesión privada surgió, desde el año 
										1880, un movimiento de masas en favor 
										del restablecimiento de la comuna 
										aldeana. Hasta los campesinos 
										propietarios, que habían vivido durante 
										años bajo el sistema de posesión 
										personal de la tierra, volvían al orden 
										comunal. Así, por ejemplo, existe una 
										cantidad importante de ex-siervos que 
										han recibido sólo una cuarta parte de 
										nadie¡, pero Ubres de redención y 
										con títulos de propiedad privada. En el 
										año 1890, inicióse entre ellos un 
										movimiento (en las provincias de Kursk, 
										Riazan, Tanibof y otras) cuya finalidad 
										era establecer en común sus parcelas, 
										sobre la base de la posesión comunal. 
										Exactamente lo mismo "los agricultores 
										libres" (vólnye klebopáshtsy) que 
										fueron emancipados de la servidumbre por 
										la ley de 1803 y que compraron sus 
										nadiely cada familia por separado 
										casi todos pasaron ahora al sistema 
										comunal, libremente introducido por 
										ellos. Todos estos movimientos se 
										remontan a una época muy reciente, y en 
										ellos participan también los campesinos 
										de otras nacionalidades, además de la 
										rusa. Así, por ejemplo, los búlgaros del 
										distrito de Tiraspol, que poseyeron la 
										tierra durante sesenta años bajo régimen 
										de propiedad privada, introdujeron la 
										posesión comunal en los años 1876-1882. 
										Los, menonitas alemanes del distrito de 
										Berdiansk lucharon, en el año 1890. por 
										la introducción de la posesión comunal, 
										y los pequeños campesinos-propietarios
										(Kleinwirthschafiliche), entre 
										los bautistas alemanes, hicieron 
										propaganda en sus aldeas para la 
										adopción de la misma medida. Para 
										concluir citaré un ejemplo más: en la 
										provincia de Samara, el gobierno ruso 
										organizó, a modo de ensayo, en el año 
										1840, 103 aldeas bajo el régimen de la 
										posesión privada de la tierra. Cada jefe 
										de familia recibió un excelente 
										nadiel, de 40 deciatinas. En el año 
										1890, en 72 aldeas de estas 103, los 
										campesinos expresaron su deseo de pasar 
										a la posesión comunal. Tomo todos estos 
										hechos del excelente trabajo de V. V., 
										quien, a su vez, se limitó a clasificar 
										los que las estadísticas territoriales 
										señalaron durante los censos por hogar 
										arriba citados. 
										Tal movimiento en favor de la posesión 
										comunal va rotundamente en contra de las 
										teorías económicas modernas, según las 
										cuales el cultivo intensivo de la tierra 
										es incompatible con la comuna aldeana. 
										Pero de estás teorías se puede decir 
										solamente que nunca pasaron por el luego 
										de la experiencia práctica: pertenecen 
										enteramente al dominio de las teorías 
										abstractas. Los hechos mismos que 
										tenemos ante nuestros ojos demuestran, 
										por el contrario, que en todas partes 
										donde los campesinos rusos, gracias al 
										concurso de circunstancias favorables, 
										fueron menos presa de la miseria, y en 
										todas partes donde hallaron entre sus 
										vecinos hombres experimentados y que 
										tenían iniciativa la comuna aldeana 
										contribuían la introducción de 
										diferentes perfeccionamientos en el 
										dominio de la agricultura y, en general, 
										de, la vida campesina. Aquí, como en 
										todas partes, la ayuda mutua conduce al 
										progreso más rápidamente y mejor que la 
										guerra de cada uno contra todos, como 
										puede verse por los hechos siguientes. 
										Hemos visto ya (apéndice XVI) que los 
										campesinos ingleses de nuestro tiempo, 
										allí donde la comuna se conservó 
										intacta, convirtieron el campo en 
										barbecho, en campos de leguminosas y 
										tuberosas. Lo mismo empieza a hacerse 
										también en Rusia. 
										Bajo Nicolás 1, muchos funcionarios del 
										Estado y terratenientes obligaban a los 
										campesinos a introducir el cultivo 
										comunal en las pequeñas parcelas que 
										pertenecían a la aldea, con el fin de 
										llenar los depósitos comunales de grano. 
										Tales cultivos, que en el espíritu de 
										los campesinos van unidos a los peores 
										recuerdos de la servidumbre, fueron 
										abandonados inmediatamente después de la 
										caída del régimen servil; pero ahora los 
										campesinos comienzan, en algunas partes, 
										a establecerlos por iniciativa propia. 
										En un distrito (Ostrogozh, de la 
										provincia de Kursk) fue suficiente el 
										espíritu de empresa de una persona para 
										introducir tales cultivos en las cuatro 
										quintas partes de las aldeas del 
										distrito. Lo mismo se observa también en 
										algunas otras localidades. En. el día 
										fijado, los comuneros se reúnen para el 
										trabajo: los ricos con arados o carros, 
										y los más pobres aportan al trabajo 
										común sólo sus propias manos, y no se 
										hace tentativa alguna de calcular cuánto 
										trabaja cada uno. Luego, lo recaudado 
										por el cultivo comunal es destinado a 
										préstamo para los comuneros más pobres 
										-la mayoría de las veces sin 
										devolución-, o bien se utiliza para 
										mantener a los huérfanos y viudas, o 
										para reparar la iglesia de la aldea o la 
										escuela, o, por último, para el pago de 
										cualquier deuda de la comuna. 
										Como debe esperarse de hombres que viven 
										bajo el sistema de la comuna aldeana, 
										todos los trabajos que entran, por así 
										decirlo, en la rutina de la vida aldeana 
										(la reparación de caminos y puentes, la 
										construcción de diques y caminos de 
										fajina, la desecación de pantanos, los 
										canales de riego y pozos, la tala de 
										bosques, la plantación de árboles, 
										etc.), son realizados por las comunas 
										enteras; exactamente lo mismo que la 
										tierra, muy a menudo, se arrienda en 
										común, y los prados son segados por todo 
										el mir, y al trabajo van los 
										ancianos y los jóvenes, los hombres y 
										las mujeres, como lo ha descrito 
										magníficamente L.N. Tolstoy. Tal género 
										de trabajo es cosa de todos los días en 
										todas partes de Rusia; pero la comuna 
										aldeana no elude de modo alguno las 
										mejoras de la agricultura moderna, 
										cuando puede hacer los gastos 
										correspondientes y cuando el 
										conocimiento, que habla sido hasta 
										entonces privilegio de los ricos, 
										penetra, por fin, en la choza de la 
										aldea. 
										Hemos indicado ya que los arados 
										perfeccionados se extienden rápidamente 
										en el sur de Rusia, y está probado que 
										en muchos casos precisamente las comunas 
										aldeanas, cooperaron en esta difusión. 
										Sucedía también, cuando el arado era 
										comprado por la comuna, que, después de 
										probarlo en la parcela de la tierra 
										comunal, los campesinos indicaban los 
										cambios necesarios a aquellos a quienes 
										habían comprado el. arado; o bien, ellos 
										mismos prestaban ayuda para organizar la 
										producción artesana de atados baratos. 
										En el distrito de Moscú, donde la compra 
										de arados por los campesinos se extendió 
										rápidamente, el impulso fue dado por 
										aquellas comunas que arrendaban la 
										tierra en común y fue hecho esto con el 
										fin especial de mejorar sus cultivos. 
										En el nordeste de Rusia, en la provincia 
										de Viatka, pequeñas asociaciones de 
										campesinos que viajaban con sus 
										aventadoras (fabricadas por los 
										artesanos de uno de los distritos en que 
										abundaba el hierro) extendieron el uso 
										de estas máquinas entre ellos, y aun en 
										las provincias vecinas. La amplia 
										difusión de las trilladoras en las 
										provincias. de Samara, Sartof y Jerson, 
										es el resultado de la actividad de las 
										asociaciones de campesinos, que pueden 
										llegar a comprar hasta una máquina cara, 
										mientras que el campesino aislado no 
										está en condiciones de hacerlo. Y 
										mientras que en casi todos los, tratados 
										económicos dícese que la comuna aldeana 
										está condenada a desaparecer en cuanto 
										el sistema de tres amelgas sea 
										reemplazado por el cultivo rotativo, 
										vemos que en Rusia muchas comunas 
										aldeanas tomaron la iniciativa de la 
										introducción justamente de este sistema 
										de cultivo rotativo, lo mismo que 
										hicieron en Inglaterra. Pero antes de 
										pasar a él, los campesinos habitualmente 
										reservan, una parte de los campos 
										comunales para efectuar ensayos de 
										siembra artificial de pastos, y las 
										semillas son compradas por el mir . 
										Si el ensayo tiene éxito, los campesinos 
										no se sienten embarazados en hacer una 
										nueva repartición de los campos para 
										pasar a la economía de cuatro, cinco y 
										aun seis amelgas. 
										Este sistema se practica ahora en 
										centenares de aldeas de la provincia 
										de Moscú, Tver, Smolensk, Viatka y 
										Pskof. Y allí donde el posible separar 
										cierta cantidad de tierra para este fin, 
										las comunas reservan parcelas para el 
										cultivo de plantíos de frutales. 
										Además, las comunas emprenden, con 
										bastante frecuencia, mejoras constantes, 
										como el drenaje y el riego. Así, por 
										ejemplo, en tres distritos de la 
										provincia de Moscú, de carácter 
										industrial marcado, durante una década 
										(1880-1890), se ejecutaron trabajos de 
										drenaje en gran escala en 180 a 200 
										aldeas diferentes, y los comuneros 
										mismos trabajaron con el pico. En el 
										otro extremo de Rusia, en las estepas 
										áridas del distrito de Novouzen, fueron 
										erigidos por la comuna más de 1.000 
										diques para estanques y fosos, y fueron 
										excavados algunos centenares de pozos 
										profundos. Al mismo tiempo, en una rica 
										colonia alemana del sureste de Rusia, 
										los comuneros -hombres y mujeres- 
										trabajaron cinco semanas consecutivas en 
										la erección de un dique de tres verstas 
										de largo destinado al riego. Pues, ¿cómo 
										podrían luchar contra el clima seco 
										hombres aislados? ¿Y a dónde podrían 
										llegar con el esfuerzo personal, en 
										aquella época en que el sur de Rusia 
										sufría por la multiplicación de 
										marmotas, y todos los agricultores, 
										ricos y pobres. comuneros e 
										individualistas hubieron de aplicar el 
										trabajo de sus propias manos para 
										conjurar esa calamidad? La policía, en 
										tales circunstancias, no sirve de ayuda, 
										y el único medio es la 
										asociación. 
										Como es sabido, bajo el reinado de 
										Nicolás II, el ministro Stolypin hizo 
										una tentativa en gran escala para 
										destruir la posesión comunal de la 
										tierra y transportar los campesinos a 
										parcelas de granjas separadas. Muchos 
										esfuerzos y mucho dinero del estado se 
										gastó en esto, con éxito en algunas 
										provincias, según parece, especialmente 
										en Ucrania. Pero la guerra y la 
										revolución que siguió sacudieron tan 
										profundamente toda la vida de la aldea 
										que en el momento presente es imposible 
										dar respuesta que tenga cierta precisión 
										sobre, los resultados de esta campaña 
										del estado contra la comuna. 
										Después de haber hablado tanto de la 
										ayuda y del apoyo mutuos practicados por 
										los agricultores de los países 
										"civilizados", veo que podría aún 
										llenarse un tomo bastante voluminoso de 
										ejemplos tomados de la vida de los 
										centenares de millones de hombres que 
										viven más o me nos bajo la autoridad o 
										la protección de estados más o menos 
										civilizados, pero que, sin embargo, 
										están aún fuera de la civilización 
										moderna y de las ideas modernas. Podría 
										describir, por ejemplo, la vida interior 
										de la aldea turca, con su red de 
										asombrosos hábitos y costumbres ayuda 
										mutua. Consultando mis cuadernos de 
										apuntes con respecto a la ayuda 
										campesina del Cáucaso, hallo hechos muy 
										conmovedores de apoyo mutuo. Los mismos 
										hábitos hallo en mis notas sobre la 
										djemáa árabe, la purra 
										afgana, sobre las aldeas de Persia, 
										India y Java, sobre la familia indivisa 
										de los chinos, sobre los seminómadas del 
										Asia Central y los nómadas del lejano 
										Norte. Consultando las notas, tomadas en 
										parte al azar, de la riquísima 
										literatura sobre Africa, encuentro que 
										están llenas de los mismos hechos; aquí 
										también se convoca a la "ayuda" para 
										recoger la cosecha; las casas también se 
										construyen con ayuda de todos los 
										habitantes de la aldea. a veces para 
										reparar el estrago ocasionado por las 
										incursiones de bandidos "civilizados"; 
										en algunos casos, pueblos enteros se 
										prestan ayuda en la desgracia o bien 
										protegen a los viajeros, etcétera. 
										Cuando recurro a trabajos como el 
										compendio del derecho común africano 
										hecho por Post, empiezo a comprender por 
										qué, a pesar de toda la tiranía, de 
										todas las opresiones, de los despojos y 
										de las incursiones, a pesar de las 
										guerras internacionales, de los reyes 
										antropófagos, de los hechiceros 
										charlatanes y de los sacerdotes, a pesar 
										de los cazadores de esclavos, etc., la 
										población de estos países no se ha 
										dispersado por los bosques; por qué 
										conservó un determinado grado de 
										civilización; empiezo a comprender por 
										qué estos "salvajes" siguieron siendo, 
										sin embargo, hombres, y no descendieron 
										al nivel de familias errantes, como los 
										orangutanes que se están extinguiendo. 
										El caso es que los cazadores de 
										esclavos, europeos y americanos, los 
										saqueadores de los depósitos de marfil, 
										lo reyes belicosos, los "héroes" 
										matabeles y malgaches desaparecen 
										dejando tras sí sólo huellas marcadas 
										con sangre y fuego; pero el núcleo de 
										instituciones, hábitos y costumbres de 
										ayuda mutua creadas primero por la tribu 
										y luego por la comuna aldeana permanece 
										y mantiene a los hombres unidos en 
										sociedades, abiertas al progreso de la 
										civilización y prestas a aceptarla 
										cuando llegue el día en que, en lugar de 
										balas y aguardiente, comiencen a recibir 
										de nosotros la verdadera civilización. Lo mismo se puede decir también de nuestro mundo civilizado. Las calamidades naturales y las provocadas por el hombre pasan. Poblaciones enteras son periódicamente reducidas a la miseria y al hambre; las mismas tendencias vitales son despiadadamente aplastadas en millones de hombres reducidos al pauperismo de las ciudades; el pensamiento y los sentimientos de millones de seres humanos están emponzoñados por doctrinas urdidas en interés de unos pocos. Indudablemente, todos estos fenómenos constituyen parte de nuestra existencia. Pero el núcleo de instituciones, hábitos y costumbres de ayuda mutua continúa existiendo en millones de hombres; ese núcleo los une, y los hombres prefieren aferrarse a esos hábitos, creencias y tradiciones suyas antes que aceptar la doctrina de una guerra de cada uno contra todos, ofrecida en nombre de una pretendida ciencia, pero que en realidad nada tiene de común con la ciencia.  | 
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