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										Capítulo 2
 LA AYUDA MUTUA ENTRE LOS ANIMALES (Continuación)
 
										Apenas vuelve la primavera a la zona 
										templada, miríadas de aves, dispersas 
										por los países templados del sur, se 
										reúnen en bandadas innumerables y se 
										apresuran, llenas de alegre energía, a 
										ir hacia el norte para criar su 
										descendencia. Cada seto, cada 
										bosquecillo, cada roca de la costa del 
										océano, cada lago o estanque de los que 
										se halla sembrado el norte de América, 
										el norte de Europa, y -el norte de Asia, 
										podrían decirnos, en esa época del año, 
										qué representa la ayuda mutua en la vida 
										de las aves; qué fuerza, qué energía y 
										cuánta protección dan a cada ser 
										viviente por débil e indefenso que sea 
										de por sí. 
										Tomad, por ejemplo, uno de los 
										innumerables lagos de las estepas rusas 
										o siberianas, al principio de la 
										primavera. Sus orillas están pobladas de 
										miríadas de aves acuáticas, 
										pertenecientes por lo menos a veinte 
										especies diferentes que viven en pleno 
										acuerdo y que se protegen entre sí 
										constantemente. He aquí cómo describe 
										Syevertsof uno de estos lagos: 
										"El lago se halla oculto entre las 
										arenas de color rojo amarillo, las talas 
										verde oscuro y las cañas. Aquello es un 
										hervidero de aves, un torbellino que nos 
										marea... El espacio, lleno de gaviotas
										(Larus rudibundus) y golondrinas 
										marinas (Sterna hirundo) es 
										conmovido por sus gritos sonoros. Miles 
										de avefrías recorren las orillas y 
										silban... Más allá, casi sobre cada ola, 
										un pato se mece y grita. En lo alto se 
										extienden las bandadas de patos kazarki; 
										más abajo, de tanto en tanto, vuelan 
										sobre el lago los 'podorliki' (Aquila 
										clanga) y los buhardos de pantano, 
										seguidos inmediatamente por la bandada 
										bullanguera de los pescadores. Mis ojos 
										se fueron en pos de ellos". 
										Por todas partes brota la vida. Pero he 
										aquí las rapaces, "las más fuertes y 
										ágiles" -como dice Huxley- e -idealmente 
										dotadas para el ataque" -como dice 
										Syeverstof. Se oyen sus voces 
										hambrientas y ávidas y sus gritos 
										exasperados cuando, durante horas 
										enteras, esperan una ocasión conveniente 
										para atrapar, en esta masa de seres 
										vivientes, siquiera un solo individuo 
										indefenso. No bien se acercan, decenas 
										de centinelas voluntarios avisan su 
										aparición, y en seguida centenares de 
										gaviotas y golondrinas marinas inician 
										la persecución del rapaz. Enloquecido 
										por el hambre, deja de lado por último 
										sus precauciones habituales; se arroja 
										de improviso sobre la masa viva de aves; 
										pero, atacado por todas partes, de nuevo 
										es obligado a retirarse. En un arranque 
										de hambre desesperada, se arroja sobre 
										los patos salvajes; pero, las ingeniosas 
										aves sociales, rápidamente, se reúnen en 
										una bandada y huyen si el rapaz es un 
										águila pescadora; si es un halcón, se 
										zambullen en el lago; si es un buitre, 
										levantan nubes de salpicaduras de agua y 
										sumen al rapaz en una confusión 
										completa. Y mientras la vida continúa 
										pululando en el lago, como antes, el 
										rapaz huye con gritos coléricos en busca 
										de carroña, o de algún pajarilla joven o 
										ratón de campo, aún no acostumbrado a 
										obedecer a tiempo las advertencias de 
										los camaradas. En presencia de toda esta 
										vida que fluye a torrentes, el rapaz, 
										armado idealmente, tiene que contentarse 
										sólo con los desechos de ella. 
										Aún más lejos, hacia el norte, en los 
										archipiélagos árticos, "podéis navegar 
										millas enteras a lo largo de la orilla y 
										veréis que todos los saledizos, todas 
										las rocas y los rincones de las 
										pendientes de las montañas hasta 
										doscientos pies, y a veces hasta 
										quinientos sobre el nivel del mar, están 
										literalmente cubiertos de aves marinas, 
										cuyos pechos blancos se destacan sobre 
										el fondo de las rocas sombrías, de tal 
										modo que parecen salpicadas de creta. El 
										aire, tanto de cerca como a lo lejos, 
										está repleto de aves. 
										Cada una de estas "montañas de aves" 
										constituye un ejemplo viviente de la 
										ayuda mutua, y también de la variedad 
										sin fin de caracteres, individuales y 
										específicos,- que son resultado de la 
										vida social. Así, por ejemplo, el 
										ostrero es conocido por su presteza en 
										atacar a cualquier ave de presa. El arga 
										de los pantanos es renombrada por su 
										vigilancia e inteligencia como guía de 
										aves más pacíficas. Pariente de la 
										anterior, el revuelve piedras, cuando 
										está rodeado de camaradas pertenecientes 
										a especies más grandes, deja que se 
										ocupen ellos de la protección de todos, 
										y hasta se vuelve un ave bastante 
										tímida; pero cuando está rodeado de 
										pájaros más pequeños, toma a su cargo, 
										en interés de la sociedad, el servicio 
										de centinela, y hace que le obedezcan, 
										dice Brehm. 
										Se puede observar aquí a los cisnes, 
										dominadores, y a la par de ellos, a las 
										gaviotas Kitty-Wake -extremadamente 
										sociables y hasta tiernas y entre las 
										cuales, como dice Nauman, las disputas 
										se producen muy raramente y siempre son 
										breves; se ve a las atractivas kairas 
										polares, que continuamente se prodigan 
										caricias; a las gansas-egoístas, que 
										entregan a los caprichos de la suerte 
										los huérfanos de la camarada muerta, y 
										junto a ellas, a otras gansas que 
										adoptan a los huérfanos y nadan rodeadas 
										de cincuenta o sesenta pequeñuelos, de 
										los cuales cuidan como si fueran sus 
										propios hijos. Junto a los pingüinos, 
										que se roban los huevos unos a otros, se 
										ven las calandrias marinas, cuyas 
										relaciones familiares son ,"tan 
										encantadoras y conmovedoras" que ni los 
										cazadores apasionados se deciden a 
										disparar a la hembra rodeada de su cría; 
										o a los gansos del norte, entre los 
										cuales (como los patos velludos o 
										"coroyas" de las sabanas), varias 
										hembras empollan los huevos en un mismo 
										nido; o los kairas (Uria troile) 
										que -afirman observadores dignos de fe- 
										a veces se sientan por turno sobre el 
										nido común. La naturaleza es la variedad 
										misma, y ofrece todos los matices 
										posibles de caracteres, hasta lo más 
										elevado: por eso no es posible 
										representarla en una afirmación 
										generalizada. Menos aún puede juzgársela 
										desde el punto de vista moral, puesto 
										que las opiniones mismas del moralista 
										son resultado -la mayoría de las veces 
										inconsciente- de las observaciones sobre 
										la naturaleza. 
										La costumbre de reunirse en el período 
										de anidamiento es tan común entre la 
										mayoría de las aves, que apenas es 
										necesario dar otros ejemplos. Las cimas 
										de nuestros árboles están coronadas por 
										grupos de nidos de pequeños pájaros; en 
										las granjas anidan colonias de 
										golondrinas; en las torres viejas y 
										campanarios se refugian centenares de 
										aves nocturnas; y fácil sería llenar 
										páginas enteras con las más encantadoras 
										descripciones de la paz y armonía que se 
										encuentran en casi todas estas 
										sociedades volátiles para el 
										anidamiento. Y hasta dónde tales 
										asociaciones sirven de defensa a las 
										aves más débiles, es evidente de por sí. 
										Un excelente observador, como el 
										americano Dr. Couës, vio, por ejemplo, 
										que las pequeñas golondrinas (cliff 
										swallaws) construían sus nidos en la 
										vecindad inmediata de un halcón de las 
										estepas (Falco polyargus). El 
										halcón había construido su nido en la 
										cúspide de uno de aquellos minaretes de 
										arcilla de los que tantos hay en el 
										Cañón del Colorado, y la colonia de 
										golondrinas vivía inmediatamente debajo 
										de él. Los pequeños pájaros pacíficos no 
										temían a su rapaz vecino: simplemente no 
										le permitían acercarse a su colonia. Si 
										lo hacía, inmediatamente lo rodeaban y 
										comenzaban correrlo, de modo que el 
										rapaz había de alejarse enseguida. 
										La vida en sociedades no cesa cuando ha 
										terminado la época del anidamiento; toma 
										solamente nueva forma. Las crías jóvenes 
										se reúnen en otoño, en sociedades 
										juveniles, en las que ordinariamente 
										ingresan varias especies. La vida social 
										es practicada en esta época 
										principalmente por los placeres que ella 
										proporciona, y también, en parte, por su 
										seguridad. Así encontramos en otoño, en 
										nuestros bosques, sociedades compuestas 
										de picamaderos jóvenes (Sitta 
										coesia), junto con diversos paros, 
										trepadores, reyezuelos, pinzones de 
										montaña y pájaros carpinteros. En 
										España, las golondrinas se encuentran en 
										compañía de cernícalos, atrapamoscas y 
										hasta de palomas. 
										En el Far West americano, las jóvenes 
										calandrias copetudas (Horned 
										Park) viven en grandes sociedades, 
										conjuntamente con otras especies de 
										cogujadas (Spragues Lark), con el 
										gorrión de la sabana (Savannah 
										sparoow) y algunas otras especies de 
										verderones y hortelanos. En realidad, 
										sería más fácil describir todas las 
										especies que llevan vida aislada que 
										enumerar aquellas especies cuyos 
										pichones constituyen sociedades, cuyo 
										objeto de ningún modo es cazar o anidar, 
										sino solamente disfrutar de la vida en 
										común y pasar el tiempo en juegos y 
										deportes, después de las pocas horas que 
										deben consagrar a la búsqueda de 
										alimento. 
										Por último, tenemos ante nosotros, 
										todavía, un campo amplísimo de estudio 
										de la ayuda mutua en las aves, durante 
										sus migraciones, y hasta tal punto es 
										amplio que sólo puedo mencionar, en 
										pocas palabras, este gran hecho de la 
										naturaleza. Bastará decir que las aves 
										que han vivido, hasta entonces, meses 
										enteros en pequeñas bandadas diseminadas 
										por una superficie vasta, comienzan a 
										reunirse en la primavera o en el otoño a 
										millares; durante varios días seguidos, 
										a veces una semana o ' más, acuden a un 
										lugar determinado, antes de ponerse en 
										camino, y parlotean con vivacidad, 
										probablemente sobre la migración 
										inminente. Algunas especies, todos los 
										días, antes de anochecer, se ejercitan 
										en vuelos preparatorios, alistándose 
										para el largo viaje. Todas esperan a sus 
										congéneres retrasadas, y, por último, 
										todas juntas desaparecen un buen día; es 
										decir vuelan, en una dirección 
										determinada, siempre bien escogida, que 
										representa, sin duda, el fruto de la 
										experiencia colectiva acumulada. Los 
										individuos fuertes vuelan a la cabeza de 
										la bandada, cambiándose por turno para 
										cumplir con esta difícil obligación. De 
										tal modo, las aves atraviesan hasta los 
										vastos mares, en grandes bandadas 
										compuestas tanto de aves grandes como de 
										pequeñas; y, cuando, en la primavera 
										siguiente vuelven al mismo lugar, cada 
										ave se dirige al mismo sitio bien 
										conocido, y en la mayoría de los casos, 
										hasta cada pareja ocupa el mismo nido 
										que reparó o construyó el año anterior. 
										Este, fenómeno de migración se halla tan 
										extendido, y está al mismo tiempo tan 
										eficientemente estudiado, creó tantas 
										costumbres asombrosas de ayuda mutua -y 
										estas costumbres y el hecho mismo de la 
										migración requerirían un trabajo 
										especial- que me veo obligado a 
										abstenerme de dar mayores detalles. 
										Mencionaré solamente las reuniones 
										numerosas y animadas que tienen lugar de 
										año en año en el mismo sitio, antes de 
										emprender su largo viaje al norte o al 
										sur; y, del mismo modo, las reuniones 
										que se pueden ver en el norte, por 
										ejemplo, en las desembocaduras del 
										Yenesei, o en los condados del norte de 
										Inglaterra, cuando las aves vuelven del 
										sur a sus lugares habituales de 
										anidamiento, pero no se han asentado aún 
										en sus nidos. Durante muchos días, a 
										veces hasta un mes entero, se reúnen 
										todas las mañanas y pasan juntas 
										alrededor de media hora, antes de echar 
										a volar en busca de alimento, quizá 
										deliberando sobre los lugares donde se 
										dispondrán a construir sus nidos. si 
										durante la migración sucede que las 
										columnas de aves que emigran son 
										sorprendidas por una tormenta, entonces 
										la desgracia común une a las aves de las 
										especies más diferentes. La diversidad 
										de aves que, sorprendidas por una 
										nevasca durante la migración, golpean 
										contra los vidrios de los faros de 
										Inglaterra, sencillamente es asombrosa. 
										Necesario es observar también que las 
										aves no migratorias, pero que se 
										desplazan lentamente hacia el norte o 
										sur, conforme a la época del año; es 
										decir, las llamadas aves nómadas, 
										también realizan sus traslados en 
										pequeñas bandadas. No emigran aisladas, 
										para asegurarse de tal modo, y por 
										separado, el mejor alimento y encontrar 
										mejor refugio en la nueva región sino, 
										que siempre se esperan mutuamente y se 
										reúnen en bandadas antes de comenzar su 
										lento cambio de lugar hacia el norte o 
										el sur. 
										Pasando ahora a los mamíferos, lo 
										primero que nos asombra en esta vasta 
										clase de animales es la enorme 
										supremacía numérica de las especies 
										sociales sobre aquellos pocos carnívoros 
										que viven solitarios. Las mesetas, las 
										regiones montañosas, estepas y 
										depresiones del nuevo y viejo mundo, 
										literalmente hierven de rebaños de 
										ciervos, antílopes, gacelas, búfalos, 
										cabras y ovejas salvajes; es decir, de 
										todos los animales que son sociales. 
										Cuando los europeos comenzaron a 
										penetrar en las praderas de América del 
										Norte, las hallaron hasta tal punto 
										densamente poblados por búfalos, que 
										sucedía que los pioneros tenían, a 
										veces, que detenerse, y durante mucho 
										tiempo, cuando las columnas de búfalos 
										en densa columna se prolongaba a 
										veces hasta dos o tres días; y cuando 
										los rusos ocuparon Siberia, encontraron 
										en ella una cantidad tan enorme de 
										ciervos, antílopes, corzos, ardillas y 
										otros animales, que la conquista dé 
										Siberia no fue más que una expedición 
										cinegética que se prolongó durante dos 
										siglos. Las llanuras herbosas de Africa 
										oriental aún ahora están repletas de 
										cebras, jirafas y diversas especies de 
										antílopes. 
										Hasta hace un tiempo no muy lejano, los 
										ríos pequeños de América del Norte y de 
										la Siberia Septentrional estaban todavía 
										poblados por colonias de castores, y en 
										la Rusia europea, toda su parte norte, 
										todavía en el siglo XVIII, estaba 
										cubierta por colonias semejantes. Las 
										llanuras de los cuatro grandes 
										continentes están aún ahora pobladas de 
										innumerables colonias de topos, ratones, 
										marmotas, tarbaganes, "ardillas de 
										tierra" y otros roedores. En las 
										latitudes más bajas de Asia y Africa, en 
										esta época, los bosques son refugios de 
										numerosas familias de elefantes, 
										rinocerontes, hipopótamos y de 
										innumerables sociedades de monos. En el 
										lejano norte, los ciervos se reúnen en 
										innumerables rebaños, y aún más al 
										norte, encontramos rebaños de toros 
										almizcleros e incontables sociedades de 
										zorros polares. Las costas del océano 
										están animadas por manadas de focas y 
										morsas, y sus aguas por manadas de 
										animales sociales pertenecientes a la 
										familia de las ballenas; por último, y 
										aun en los desiertos del altiplano del 
										Asia central, encontramos manadas de 
										caballos salvajes, asnos salvajes, 
										camellos salvajes y ovejas salvajes. 
										Todos estos mamíferos viven en 
										sociedades y en grupos que cuentan, a 
										veces, cientos de miles de individuos, a 
										pesar de que ahora, después de tres 
										siglos de civilización a base de 
										pólvora, quedan únicamente restos 
										lastimosos de aquellas incontables 
										sociedades animales que existían en 
										tiempos pasados. 
										¡Qué insignificante, en comparación con 
										ella, es el número de los carnívoros! ¡Y 
										qué erróneo, en consecuencia, el punto 
										de vista de aquéllos que hablan del 
										mundo animal como si estuviera compuesto 
										solamente de leones y hienas que clavan 
										sus colmillos ensangrentados en la 
										presa! Es lo mismo que si afirmásemos 
										que toda la vida de la humanidad se 
										reduce solamente a las guerras y a las 
										masacres. 
										Las asociaciones y la ayuda mutua son 
										regla en la vida de los mamíferos. La 
										costumbre de la vida social se encuentra 
										hasta en los carnívoros, y en toda esta 
										vasta clase de animales solamente 
										podemos nombrar una familia de felinos 
										(leones, tigres, leopardos, etc.), cuyos 
										miembros realmente prefieren la vida 
										solitaria a la vida social, y sólo 
										raramente se encuentran, por lo menos 
										ahora, en pequeños grupos. Además, aun 
										entre los leones "el hecho más común es 
										cazar en grupos", dice el célebre 
										cazador y conocedor S. Baker. Hace poco, 
										N. Schillings, que estaba cazando en el 
										este del Africa Ecuatorial, fotografió 
										de noche -al fogonazo repentino de la 
										luz de magnesio- leones que se habían 
										reunido en grupos de tres individuos 
										adultos, y que cazaban en común; 
										por la mañana, contó en el río, adonde 
										durante la sequía acudían de 
										noche a beber los rebaños de 
										cebras, las huellas de una cantidad 
										mayor aún de leones -hasta treinta- que 
										iban a cazar cebras, y 
										naturalmente, nunca, en muchos años, ni 
										Schillings ni otro alguno, oyeron decir 
										que los leones se pelearan o se 
										disputaran la presa. En cuanto a los 
										leopardos, y esencialmente al puma 
										sudamericano (género de león), su 
										sociabilidad es bien conocida. El puma, 
										en consecuencia, como lo describió 
										Hudson, se hace amigo del hombre 
										gustosamente.  
										En la familia de los viverridoe, 
										carnívoros que representan algo 
										intermedio entre los gatos y las 
										martas, y en la familia de las martas 
										(marta, armiño, comadreja, garduña, 
										tejón, etc.), también predomina la forma 
										de vida solitaria. Pero puede 
										considerarse plenamente establecido que 
										en épocas no más tempranas que el 
										final del siglo XVIII, la comadreja 
										vulgar (mustela, vulgaris) era 
										más social que ahora; se encontraba 
										entonces en Escocia y también en el 
										cantón de Unterwald, en Suiza, en 
										pequeños grupos. 
										En cuanto a la vasta familia 
										canina (perros, lobos, chacales, zorros 
										y zorros polares), su sociabilidad, sus 
										asociaciones con fines de caza pueden 
										considerarse como rasgo característico 
										de muchas variedades de esta familia. Es 
										por todos sabido que los lobos se reúnen 
										en manadas para cazar, y el investigador 
										de la naturaleza de los Alpes, Tschudi, 
										dejó una descripción excelente de cómo, 
										disponiéndose en semicírculo, rodean a 
										la vaca que pace en la 
										pendiente montañosa y, luego, saltando 
										súbitamente, lanzando un fuerte aullido, 
										la hacen caer al precipicio, Audubon, en 
										el año 1830 vio también que los lobos 
										del Labrador cazaban en manadas, y que 
										una manada persiguió a un hombre hasta 
										su choza y destrozó a sus perros. En los 
										crudos inviernos, las manadas de lobos 
										vuelven tan numerosas que son peligrosas 
										para las poblaciones humanas, como 
										sucedió en Francia por el año 1840. En 
										las estepas rusas, los lobos nunca 
										atacan a los caballos si no es en 
										manadas, y deben soportar una lucha 
										feroz, durante la cual los caballos 
										(según el testimonio de Kohl), a: veces 
										pasan al ataque; en tal caso, si los 
										lobos no se apresuran a retroceder.. 
										corren riesgo de ser rodeados por los 
										caballos, que los matan a coces. Sabido 
										es, también, que los lobos de las 
										praderas americanas (canis latrans)
										se reúnen en manadas de 20 y 
										30 individuos para atacar al búfalo que 
										se ha separado accidentalmente del 
										rebaño. Los chacales, que se distinguen 
										por su gran bravura y pueden ser 
										considerados entre los más inteligentes 
										representantes de la familia canina, 
										siempre cazan en manadas; reunidos de 
										tal modo, no temen a los carnívoros 
										mayores. 
										En cuanto a los perros salvajes del Asia
										(Jolzuni o Dholes), Williamson 
										vio que sus grandes manadas atacan 
										resueltamente a todos los animales 
										grandes, excepto elefantes y 
										rinocerontes, y que hasta consiguen 
										vencer a los osos y tigres, a quienes, 
										como es sabido, arrebatan siempre los 
										cachorros. 
										Las hienas viven siempre en sociedades y 
										cazan en manadas, y Cummings se refiere 
										con gran elogio a las organizaciones de 
										caza de las hienas manchadas (Lycain). 
										Hasta los zorros, que en nuestros países 
										civilizados indefectiblemente viven 
										solitarios, se reúnen a veces para 
										cazar, como lo testimonian algunos 
										observadores. También el zorro polar, es 
										decir, el zorro ártico, es o más 
										exactamente era, en los tiempos de 
										Steller, en la primera mitad del siglo 
										XVIII, uno de los animales más 
										sociables. Leyendo el relato de Steller 
										sobre la lucha que tuvo que sostener la 
										infortunada tripulación de Behring con 
										estos pequeños e inteligentes animales, 
										no se sabe de qué asombrarse más: de la 
										inteligencia no común de los zorros 
										polares y del apoyo mutuo que revelaban 
										al desenterrar los alimentos ocultos 
										debajo de las piedras o colocados sobre 
										pilares (uno de ellos, en tal caso, 
										trepaba a la cima del pilar y arrojaba 
										los alimentos a los compañeros que 
										esperaban abajo), o de la crueldad del 
										hombre, llevado a la desesperación por 
										sus numerosas manadas. Hasta, algunos 
										osos viven en sociedades en los lugares 
										donde el hombre no los molesta. Así, 
										Steller vio numerosas bandas de osos 
										negros de Kamchatka, y, a veces, se ha 
										encontrado osos polares en pequeños 
										grupos. Ni siquiera los insectívoros, no 
										muy inteligentes, desdeñan siempre la 
										asociación. 
										Por otra parte, encontramos las formas 
										más desarrolladas de ayuda mutua 
										especialmente entre los roedores, 
										ungulados y rumiantes. Las ardillas son 
										individualistas en grado considerable. 
										Cada una de ellas construye su cómodo 
										nido y acumula su provisión. Están 
										inclinadas a la vida familiar, y Brehm 
										halló que se sienten muy felices cuando 
										las dos crías del mismo año se juntan 
										con sus padres en algún rincón apartado 
										del bosque. Mas, a pesar de esto, las 
										ardillas mantienen relaciones 
										recíprocas, y si en el bosque donde 
										viven se produce una escasez de piñas, 
										emigran en destacamentos enteros. En 
										cuanto a las ardillas negras del Far 
										West americano, se destacan 
										especialmente por su sociabilidad. Con 
										excepción de algunas horas dedicadas 
										diariamente al aprovisionamiento, pasan 
										toda su vida en juegos, juntándose para 
										esto en numerosos grupos. Cuando se 
										multiplican demasiado rápidamente en 
										alguna región, como sucedió, por 
										ejemplo, en Pensylvania en 1749, se 
										reúnen en manadas casi tan numerosas 
										como nubes de langostas y avanzan -en 
										este caso- hacia el Suroeste, devastando 
										en su camino bosques, campos y huertos. 
										Naturalmente, detrás de sus densas 
										columnas se introducen los zorros, las 
										garduflas, los halcones y toda clase de 
										aves nocturnas, que se alimentan con los 
										individuos rezagados. El pariente de la 
										ardilla común, burunduk, se distingue 
										por una sociabilidad aún mayor. Es un 
										gran acaparador, y en sus galerías 
										subterráneas acumula grandes provisiones 
										de raíces comestibles y nueces, que 
										generalmente son saqueadas en otoño por 
										los hombres. Según la opinión de algunos 
										observadores, el burunduk conoce, 
										hasta cierto punto, las alegrías que 
										experimenta un avaro. Pero, a pesar de 
										eso, es un animal social. Vive siempre 
										en grandes poblaciones, y cuando Audubon 
										abrió, en invierno, algunas madrigueras 
										de "hackee" (el congénere americano más 
										cercano de nuestro burunduk) encontró 
										varios individuos en un refugio. Las 
										provisiones en tales cuevas, habían sido 
										preparadas por el esfuerzo común. 
										La gran familia de las marmotas, en la 
										que entran tres grandes géneros: las 
										marmotas propiamente dichas, los 
										susliki y los "perros de las 
										praderas" americanas (Arctomys, 
										Spermophilus y Cynomys), se distingue 
										por una sociabilidad y una inteligencia 
										aún mayor. Todos los representantes de 
										esta familia prefieren tener cada cual 
										su madriguera, pero viven en grandes 
										poblaciones. El terrible enemigo de los 
										trigales del Sur de Rusia -el suslik-
										de los cuales el hombre sólo 
										extermina anualmente alrededor de diez 
										millones, vive en innumerables colonias; 
										y mientras las asambleas provinciales 
										(Ziemstvo) rusas, discuten seriamente 
										los medios de liberarse de este "enemigo 
										social", los susliki, reunidos a 
										millares en sus poblados, disfrutan de 
										la vida. Sus juegos son tan encantadores 
										que no existe observador alguno que no 
										haya expresado su admiración y referido 
										sus conciertos melodiosos, formados por 
										los silbidos agudos de los machos y los 
										silbidos melancólicos de las hembras, 
										antes de que, recordando sus 
										obligaciones ciudadanas, se dedicaran a 
										la invención de diferentes medios 
										diabólicos para el exterminio de estos 
										saqueadores. Puesto que la reproducción 
										de todo género de aves rapaces y bestias 
										de presa para la lucha con- los 
										susliki resultó infructuosa, 
										actualmente la última palabra de la 
										ciencia en esta lucha consiste en 
										inocularles el cólera.  
										Las Poblaciones de los perros de las 
										praderas" (Cynomys), en las llanuras de 
										la América del Norte, presentan uno de 
										los espectáculos más atrayentes. Hasta 
										donde el ojo puede abarcar la extensión 
										de la pradera se ven, por doquier, 
										pequeños montículos de tierra, y sobre 
										cada uno se encuentra una bestezuela, en 
										conversación animadísima con sus 
										vecinos, valiéndose de sonidos 
										entrecortados parecidos al ladrido. 
										Cuando alguien da la señal de la 
										aproximación del hombre, todos, en un 
										instante, se zambullen en sus pequeñas 
										cuevas, desapareciendo como por encanto. 
										Pero no bien el peligro ha pasado, las 
										bestezuelas salen inmediatamente. 
										Familias enteras salen de sus cuevas y 
										comienzan a jugar. Los jóvenes se arañan 
										y provocan mutuamente, se enojan, 
										páranse graciosamente sobre las patas 
										traseras, mientras los viejos vigilan. 
										Familias enteras se visitan, y los 
										senderos bien trillados entre los 
										montículos de tierra, demuestran que 
										tales visitas se repiten muy a menudo. 
										Dicho más brevemente, algunas de las 
										mejores páginas de nuestros mejores 
										naturalistas están dedicadas a la 
										descripción de las sociedades de los 
										perros de las praderas de América, de 
										las marmotas del Viejo Continente y de 
										las marmotas polares de las regiones 
										alpinas. A pesar de eso, tengo que 
										repetir, respecto a las marmotas lo 
										mismo que dije sobre las abejas. Han 
										conservado sus instintos bélicos, que se 
										manifiestan también en cautiverio. Pero 
										en sus grandes asociaciones, en contacto 
										con la naturaleza libre, los instintos 
										antisociales no encuentran terreno para 
										su desarrollo, y el resultado final es 
										la paz y la armonía. 
										Aun animales tan gruñones como las 
										ratas, que siempre se pelean en nuestros 
										sótanos, son lo bastante inteligentes no 
										sólo para no enojarse cuando se entregan 
										al saqueo de las despensas, sino para 
										prestarse ayuda mutua durante sus 
										asaltos y migraciones. Sabido es que a 
										veces hasta alimentan a sus inválidos. 
										En cuanto al castor o rata almizclera 
										del Canadá (nuestra ondrata) y la
										desman, se distinguen por su 
										elevada sociabilidad. Audubon habla con 
										admiración de sus "comunidades 
										pacíficas, que, para ser felices, sólo 
										necesitan que no se les perturbe". Como 
										todos los animales sociales, están 
										llenos de alegría de vivir, son 
										juguetones y fácilmente se unen con 
										otras especies de animales, y, en 
										general, se puede decir que han 
										alcanzado un grado elevado de desarrollo 
										intelectual. En la construcción de sus 
										poblados, situados siempre a orillas de 
										los lagos y de los ríos, evidentemente 
										toman en cuenta el nivel variable de las 
										aguas, dice Audubon; sus casas 
										cupuliformes, construidas con arca y 
										cañas, poseen rincones apartados para 
										los detritus orgánicos; y sus salas, en 
										la época invernal, están bien tapizadas 
										con hojas y hierbas: son tibias, y al 
										mismo tiempo están dotados de un 
										carácter sumamente simpático; sus 
										asombrosos diques y poblados, en los 
										cuales viven y mueren generaciones 
										enteras sin conocer más enemigos que la 
										nutria y el hombre, constituyen 
										asombrosas muestras de lo que la ayuda 
										mutua puede dar al animal para la 
										conservación de la especie, la formación 
										de las costumbres sociales y el 
										desarrollo de las capacidades 
										intelectuales. Los diques y poblados de 
										los castores son bien conocidos por 
										todos los que se interesan en la vida 
										animal, y por esto no me detendré más en 
										ellos. Observaré únicamente que en los 
										castores, ratas almizcleras y algunos 
										otros roedores, encontramos ya aquel 
										rasgo que es también característico de 
										las sociedades humanas, o sea, el 
										trabajo en común. 
										Pasaré en silencio dos grandes familias, 
										en cuya composición entran los ratones 
										saltadores (la yerboa egipcia o 
										pequeño emuran, y el alataga), 
										la chinchilla, la vizcacha (liebre 
										americana subterránea) y los tushkan
										(liebre subterránea del sur de 
										Rusia), a pesar de que las costumbres de 
										todos estos pequeños roedores podrían 
										servir como excelentes muestras de los 
										placeres que los animales obtienen de la 
										vida social. Precisamente de los 
										placeres, puesto que es sumamente 
										difícil determinar qué es lo que hace 
										reunirse a los animales: si la necesidad 
										de protección mutua o simplemente el 
										placer, la costumbre, de sentirse 
										rodeados de sus congéneres. En todo 
										caso, nuestras liebres vulgares, que no 
										se reúnen en sociedades para la vida en 
										común, y más aún, que no están dotadas 
										de sentimientos paternales especialmente 
										fuertes, no pueden vivir, sin embargo, 
										sin reunirse para los juegos comunes. 
										Dietrich de Winckell, considerado el 
										mejor conocedor de la vida de las 
										liebres, las describe como jugadoras 
										apasionadas; se embriagan de tal manera 
										con el proceso del juego, que es 
										conocido el caso de unas libres que 
										tomaron a un zorro, que se aproximó 
										sigilosamente, como compañero de juego. 
										En cuanto a los conejos, viven 
										constantemente en sociedades, y toda su 
										vida reposa sobre él principio de la 
										antigua familia patriarcal; los jóvenes 
										obedecen ciegamente al padre, y hasta el 
										abuelo. Con respecto a esto, hasta 
										sucede algo interesante; estas dos 
										especies próximas, los conejos y las 
										liebres, no se toleran mutuamente, y no 
										porque se alimentan de la misma clase de 
										comida, como suelen explicarse casos 
										semejantes, sino, lo que es más 
										probable, porque la apasionada liebre, 
										que es una gran individualista, no puede 
										trabar amistad con una criatura tan 
										tranquila, apacible y humilde como el 
										conejo. Sus temperamentos son tan 
										diferentes, que deben constituir un 
										obstáculo para su amistad. 
										En la vasta familia de los equinos, en 
										la que entran los caballos salvajes y 
										asnos salvajes de Asia, las cebras, los 
										mustangos, los cimarrones de las pampas 
										y los caballos semisalvajes de Mongolia 
										y Siberia, encontramos de nuevo la 
										sociabilidad más estrecha. Todas estas 
										especies y razas viven en rebaños 
										numerosos, cada uno de los cuales se 
										compone de muchos grupos, que comprenden 
										varias yeguas bajo la dirección de un 
										padrino. Estos innumerables habitantes 
										del viejo y del nuevo mundo -hablando en 
										general, bastante débilmente organizados 
										para la lucha con sus numerosos enemigos 
										y también para defenderse de las 
										condiciones climáticas desfavorables- 
										desaparecerían de la faz de la tierra si 
										no fuera por su espíritu social. Cuando 
										se aproxima un carnicero, se reúnen 
										inmediatamente varios grupos; rechazan 
										el ataque del carnívoro y, a veces, 
										hasta lo persiguen; debido a esto, ni el 
										lobo, ni siquiera el león, pueden 
										capturar un caballo, ni aun una cebra 
										mientras no se haya separado del grupo. 
										Hasta, de noche, gracias a su no común 
										prudencia gregaria y a la inspección 
										preventiva del lugar, que realizan 
										individuos experimentados, las cebras 
										pueden ir a abrevar al río, a pesar de 
										los leones que acechan en los 
										matorrales. 
										Cuando la sequía quema la hierba de las 
										praderas americanas, los grupos de 
										caballos y cebras se reúnen en rebaños 
										cuyo número alcanza, a veces, hasta diez 
										mil cabezas, y emigran a nuevos lugares. 
										Y cuando en invierno, en nuestras 
										estepas asiáticas, rugen las nevascas, 
										los grupos se mantienen cerca unos de 
										otros y juntos buscan protección en 
										cualquier quebrada. Pero, si la 
										confianza mutua, por alguna razón, 
										desaparece en el grupo, o el pánico hace 
										presa de los caballos y los dispersa, 
										entonces la mayor parte perece, y se 
										encuentra a los sobrevivientes, después 
										de la nevasca, medio muertos de 
										cansancio. La unión es, de tal modo, su 
										arma principal en la lucha por la 
										existencia, y el hombre, su principal 
										enemigo. Retirándose ante el número 
										creciente de este enemigo, los 
										antecesores de nuestros caballos 
										domésticos (denominados por Poliakof 
										Equus Przewalski), prefirieron emigrar a 
										las más salvajes y menos accesibles 
										partes del altiplano de las fronteras 
										del Tibet, donde han sobrevivido hasta 
										ahora, rodeados en verdad de carnívoros 
										y en un clima que poco cede por su 
										crudeza a la región ártica, pero en un 
										lugar todavía inaccesible al hombre. 
										Muchos ejemplos sorprendentes de 
										sociabilidad podrían ser tomados de la 
										vida de los ciervos, y en especial de la 
										vasta división de los rumiantes, en la 
										que pueden incluirse a los gamos, 
										antílopes, las gacelas, cabras, ibex, 
										etcétera, en suma de la vida de tres 
										familias numerosas: antilopides, 
										caprides y ovides. La vigilancia con que 
										preservan sus rebaños de los ataques de 
										los carnívoros; la ansiedad demostrada 
										por el rebaño entero de gamuzas, 
										mientras no han atravesado todos un 
										lugar peligroso a través de los peñascos 
										rocosos; la adopción de los huérfanos; 
										la desesperación de la gacela, cuyo 
										macho o cuya hembra, o hasta un 
										compañero del mismo sexo, han sido 
										muertos; los juegos de los jóvenes, y 
										muchos otros rasgos, podríase agregar 
										para caracterizar su sociabilidad. Pero, 
										quizá, constituyan el ejemplo más 
										sorprendente de apoyo mutuo las 
										migraciones ocasionales de los corzos, 
										parecidas a las que observé una vez en 
										el Amur. 
										Cuando crucé los altiplanos del Asia 
										Oriental y su cadena limítrofe, el Gran 
										Jingan, por el camino de Transbaikalia a 
										Merguen, y luego seguí viaje por las 
										altas planicies de Manchuria, en mi 
										marcha hacia el Amur puede comprobar 
										cuán escasamente pobladas de corzos se 
										hallan estás regiones casi inhabitables. 
										Dos años más tarde, viajaba yo a caballo 
										Amur arriba y, a fines de octubre, 
										alcancé la comarca inferior de aquel 
										pintoresco paisaje estrecho con el cual 
										el Amur penetra a través de Dousse-Alin 
										(Pequeño Jingan), antes de alcanzar las 
										tierras bajas, donde se une con el 
										Sungari. En las stanitsas 
										distribuidas en esta parte del pequeño 
										Jingan, encontré a los cosacos Henos de 
										la mayor excitación, pues sucedía que 
										miles y miles de corzos cruzaban a nado 
										el Amur allí, en el lugar estrecho del 
										gran río, para llegar a las sierras 
										bajas del Sungari. Durante algunos días, 
										en una extensión de alrededor de sesenta 
										verstas río arriba, los cosacos 
										masacraron infatigablemente a los corzos 
										que cruzaban a nado el Amur, el cual ya 
										entonces llevaba mucho hielo. Mataban 
										miles por día, pero el movimiento de 
										corzos no se interrumpía 
										Nunca habían visto antes una migración 
										semejante, y es necesario buscar sus 
										causas, con toda probabilidad, en el 
										hecho de que en el Gran Jingan y en sus 
										declives orientales habían caído 
										entonces nieves tempranas desusadamente 
										copiosas, que habían obligado a los 
										corzos a hacer el intento desesperado de 
										alcanzar las tierras bajas del Este del 
										Gran Jingan. Y en realidad, pasados 
										algunos días, cuando comencé a cruzar 
										estas últimas montañas, las hallé 
										profundamente cubiertas de nieve porosa 
										que alcanzaba dos y tres pies de 
										profundidad. Vale la pena reflexionar 
										sobre esta migración de corzos. 
										Necesario es imaginarse el territorio 
										inmenso (unas 200 verstas de ancho por 
										700 de largo), de donde debieron 
										reunirse los grupos de corzos dispersos 
										en él, para iniciar la emigración, que 
										emprendieron bajo la presión de 
										circunstancias completamente 
										excepcionales. Necesario es imaginarse, 
										luego, las dificultades que debieron 
										vencer los corzos antes de llegar a un 
										pensamiento común sobre la necesidad de 
										cruzar el Amur, no en cualquier parte, 
										sino justo más al sur, donde su lecho se 
										estrecha en una cadena, y donde al 
										cruzar el río, cruzarían al mismo 
										tiempo la cadena y 
										saldrían a las tierras bajas templadas. 
										Cuando se imagina todo esto 
										concretamente, no es posible dejar de 
										sentir profunda admiración ante el grado 
										y la fuerza de la sociabilidad 
										evidenciada en el caso presente por 
										estos inteligentes animales. 
										No menos asombrosas, también, en lo que 
										respecta a la capacidad de unión y de 
										acción común, son las migraciones de 
										bisontes y búfalos que tienen lugar en 
										América del Norte. Verdad es que los 
										búfalos ordinariamente pacían en 
										cantidades enormes en las praderas, pero 
										esas masas estaban compuestas de un 
										número infinito de pequeños rebaños que 
										nuca se mezclaban. Y todos estos 
										pequeños grupos, por más dispersos que 
										estuvieran sobre el inmenso territorio, 
										en caso de necesidad, se reunían y 
										formaban las enormes columnas de 
										centenares de miles de individuos de que 
										he hablado en una de las páginas 
										precedentes. 
										Debería decir, también, siquiera unas 
										pocas palabras de las "familias 
										compuestas" de los elefantes, de su 
										afecto mutuo, de la manera 
										meditada como apostan sus centinelas, y 
										de los sentimientos de simpatía que se 
										desarrollan entre ellos bajo la 
										influencia de esa vida, plena de 
										estrecho apoyo mutuo. Podría hacer 
										mención, también, de los sentimientos 
										sociales existentes entre los jabalíes, 
										que no gozan de buena fama, y sólo 
										podría alabarlos por su inteligencia al
										unirse en el caso de ser atacados 
										por un animal carnívoro. Los hipopótamos 
										y los rinocerontes deben también tener 
										su lugar en un trabajo consagrado a la 
										sociabilidad de los animales. Se podría 
										escribir también varias páginas 
										asombrosas sobre la sociabilidad y el 
										mutuo afecto de las focas y morsas; y 
										finalmente, podría mencionarse los 
										buenos sentimientos desarrollados entre 
										las especies sociales de la familia de 
										los cetáceos. Pero es necesario, aún, 
										decir algo sobre las sociedades de los 
										monos, que son especialmente 
										interesantes porque representan la
										transición a las sociedades de los 
										hombres primitivos. 
										Apenas es necesario recordar que estos 
										mamíferos que ocupan la cima misma del 
										mundo animal, y son los más próximos al 
										hombre, por su constitución y por su 
										inteligencia, se destacan por su 
										extraordinaria sociabilidad. 
										Naturalmente, en tan vasta división del 
										mundo animal, que incluye centenares de 
										especies, encontramos inevitablemente la 
										mayor diversidad de pareceres y 
										costumbres. Pero, tomando todo esto con 
										consideración, es necesario reconocer 
										que la sociabilidad, la acción en común, 
										la protección mutua y el elevado 
										desarrollo de los sentimientos que son 
										consecuencia necesaria de la vida 
										social, son los rasgos distintivos de 
										casi toda la vasta división de 
										los monos. Comenzando por las especies 
										más pequeñas y terminando por las más 
										grandes, la sociabilidad es la regia, y 
										tiene sólo muy pocas excepciones. 
										Las especies de monos que viven 
										solitarios son muy raras. Así, los monos 
										nocturnos prefieren la vida aislada; los 
										capuchinos (Cebus capacinus), y 
										los "ateles" -grandes monos aulladores 
										que se encuentran en el Brasil- y 
										los aulladores en general, viven en 
										pequeñas familias; Wallace nunca 
										encontró a los orangutanes de otro modo 
										que aislados o en pequeños grupos de 
										tres a cuatro individuos; y los gorilas, 
										según parece, nunca se reúnen en grupos. 
										Pero todas las restantes especies de 
										monos: chimpancés. gibones, los monos 
										arbóreos de Asia y Africa, los macacos, 
										mogotes, todos los pavianos parecidos a 
										perros, los mandriles y todos los 
										pequeños juguetones, son sociables en 
										alto grado. Viven en grandes bandas y 
										algunas reúnen varias especies 
										distintas. La mayoría de ellos se 
										sienten completamente infelices cuando 
										se hallan solitarios. El grito de 
										llamada de cada mono inmediatamente 
										reúne a toda la banda, y todos juntos 
										rechazan valientemente los ataques de 
										casi todos los animales carnívoros y 
										aves de rapiña. Ni siquiera las águilas 
										se deciden a atacar a los monos. Saquean 
										siempre nuestros campos en bandas, y 
										entonces los viejos se encargan de la 
										tarea de cuidar la seguridad de la 
										sociedad. Los pequeñas titíes, cuyas 
										caritas infantiles tanto asombraron a 
										Humboldt, se abrazan Y protegen 
										mutuamente de la lluvia enrollando la 
										cola alrededor del cuello del camarada 
										que tiembla de frío. Algunas especies 
										tratan a sus camaradas heridos con 
										extrema solicitud, y durante la retirada 
										nunca abandonan a un herido antes de 
										convencerse de que ha muerto, que está 
										fuera de sus fuerzas el volverlo a la 
										vida. Así, James Forbes refiere en sus
										Oriental Memoirs con qué 
										persistencia reclamaron los monos a su 
										partida la entrega del cadáver de una 
										hembra muerta, y que esta exigencia fue 
										hecha en forma tal que comprendió 
										perfectamente por qué "los testigos de 
										esta extraordinaria escena decidieron 
										en, adelante no disparar nunca más 
										contra los monos". 
										Los monos de algunas especies reúnense 
										varios cuando quieren volcar una piedra 
										y recoger los huevos de hormigas que se 
										encuentran bajo ella. Les pavianos de 
										Africa del Norte (Hamadryas), que viven 
										en grandes bandas, no sólo colocan 
										centinelas, sino que observadores dignos 
										de toda fe los han visto formar una 
										cadena para transportar a lugar seguro 
										los frutos robados. Su coraje es bien 
										conocido, y bastará recordar la 
										descripción clásica de Brehm, que 
										refirió detalladamente la lucha regular 
										sostenida por su caravana antes de que 
										los pavianos les permitieran proseguir 
										viaje en el valle de Mensa, en Abisinia. 
										Son conocidas también las travesuras de 
										los monos de cola, que los han hecho 
										merecedores de su propio nombre 
										(juguetones), y gracias a este rasgo de 
										sus sociedades, también es conocido el 
										afecto mutuo que reina en las familias 
										de chimpancés. Y si entre los monos 
										superiores hay dos especies (orangután y 
										gorila) que no se distinguen por la 
										sociabilidad, necesario es recordar que 
										ambas especies están limitadas a 
										superficies muy reducidas (una vive en 
										Africa Central y la otra en las islas de 
										Borneo y Sumatra), y con toda evidencia 
										constituyen los últimos restos 
										moribundos de dos especies que fueron 
										antes incomparablemente más numerosas. 
										El gorila, por lo menos así parece, ha 
										sido sociable en tiempos pasados, 
										siempre que los monos citados por el 
										cartaginés Hannon en la descripción de 
										su viaje (Periplus) hayan sido 
										realmente gorilas. 
										De tal modo, aun en nuestra rápida 
										ojeada vemos que la vida en sociedades 
										no constituye excepción en el mundo 
										animal; por lo contrario, es regla 
										general -ley de la naturaleza- y alcanza 
										su más pleno desarrollo en los 
										vertebrados superiores. Hay muy pocas 
										especies que vivan solitarias o 
										solamente en pequeñas familias, y son 
										comparativamente poco numerosas. A pesar 
										de eso, hay fundamentos para suponer 
										que, con pocas excepciones, todas las 
										aves y los mamíferos que en el presente 
										no viven en rebaños o bandadas han 
										vivido antes en sociedades, hasta que el 
										género humano se multiplicó sobre la 
										superficie de la tierra y comenzó a 
										librar contra ellos una guerra de 
										exterminio, y del mismo modo comenzó a 
										destruir las fuentes de sus alimentos. 
										"On ne s'associe pas pour mourir" 
										-observó justamente Espinas (en el libro
										Les Sociétés animales). 
										Houzeau, que conocía bien el mundo 
										animal de algunas partes de América 
										antes de que los animales sufrieran el 
										exterminio en gran escala de que los 
										hizo objeto el hombre, expresó en sus 
										escritos el mismo pensamiento. 
										La vida social se encuentra en el mundo 
										animal en todos los grados de 
										desarrollo; y de acuerdo con la gran 
										idea de Herbert Spencer, tan 
										brillantemente desarrollada en el 
										trabajo de Perrier, Colonies 
										Animales, las "colonias", es decir, 
										sociedades estrechamente ligadas, 
										aparecen ya en el principio mismo del 
										desarrollo del mundo animal. A medida 
										que nos elevamos en la escala de la 
										evolución, vemos cómo las sociedades de 
										los animales se vuelven más y más 
										conscientes. Pierden su carácter 
										puramente físico, luego cesan de ser 
										instintivas y se hacen razonadas. Entre 
										los vertebrados superiores, la sociedad 
										es ya temporaria, periódica, o sirve 
										para la satisfacción de alguna necesidad 
										definida, por ejemplo la reproducción, 
										las migraciones, la caza o la defensa 
										mutua. Se hace hasta accidental, por 
										ejemplo, cuando las aves se reúnen 
										contra un rapaz, o los mamíferos se 
										juntan para emigrar bajo la presión de 
										circunstancias excepcionales. En este 
										último caso, la sociedad se convierte en 
										una desviación voluntaria del 
										modo habitual de vida. 
										Además, la unión a veces es de dos o 
										tres grados: al principio, la familia; 
										después, el grupo, y por último, la 
										sociedad de grupos, ordinariamente 
										dispersos, pero que se reúnen en caso de 
										necesidad, como hemos visto en el 
										ejemplo de los búfalos y otros rumiantes 
										durante sus cambios de lugar. La 
										asociación también toma formas más 
										elevadas, y entonces asegura mayor 
										independencia para cada individuo, sin 
										privarlo, al mismo tiempo, de las 
										ventajas de la vida social. De tal modo, 
										en la mayoría de los roedores, cada 
										familia tiene su propia vivienda, a la 
										que puede retirarse si de ea el 
										aislamiento; pero esas viviendas se 
										distribuyen en pueblos y ciudades 
										enteras, de modo que aseguren a todos 
										los habitantes las comodidades todas y 
										los placeres de la vida social. Por 
										último, en algunas especies, como, por 
										ejemplo, las ratas, marmotas, liebres, 
										etc.... la sociabilidad de la vida se 
										mantiene a pesar de su carácter 
										pendenciero, o, en general, a pesar de 
										las inclinaciones egoístas de los 
										individuos tomados separadamente. 
										En estos casos, la vida social, por 
										consiguiente, no está condicionada, como 
										en las hormigas y abejas, por la 
										estructura fisiológica; aprovechan de 
										ella, por las ventajas que presenta, la 
										ayuda mutua o por los placeres que 
										proporciona. Y esto, finalmente, se 
										manifiesta en todos los grados posibles, 
										y la mayor variedad de caracteres 
										individuales y específicos y la mayor 
										variedad de formas de vida social es su 
										consecuencia, y para nosotros una prueba 
										más de su generalidad. 
										La sociabilidad, es decir, la necesidad 
										experimentada por los animales de 
										asociarse con sus semejantes, el amor a 
										la sociedad por la sociedad, unido al 
										"goce de la vida", sólo ahora comienza a 
										recibir la debida atención por parte de 
										los zoólogos. Actualmente sabemos que 
										todos los animales, comenzando por las 
										hormigas, pasando a las aves y 
										terminando con los mamíferos superiores, 
										aman los juegos, gustan de luchar y 
										correr uno en pos de otro, tratando de 
										atraparse mutuamente, gustan de 
										burlarse, etcétera, y así muchos juegos 
										son, por así decirlo, la escuela 
										preparatoria para los individuos 
										jóvenes, preparándolos para obrar 
										convenientemente cuando entren en la 
										madurez; a la par de ellos, existen 
										también juegos que, aparte de sus fines 
										utilitarios, junto con las danzas y 
										canciones, constituyen la simple 
										manifestación de un exceso de fuerzas 
										vitales, "de un goce de la vida", y 
										expresan el deseo de entrar, de un modo 
										u otro, en sociedad con los otros 
										individuos de su misma especie, o hasta 
										de otra. Dicho más brevemente, estos 
										juegos constituyen la manifestación de
										la sociabilidad en el verdadero 
										sentido de la palabra, como rasgo 
										distintivo de todo el mundo 
										animal. Ya sea el sentimiento de miedo 
										experimentado ante la aparición de un 
										ave de rapiña, o una "explosión de 
										alegría" que se manifiesta cuando los 
										animales están sanos y, en especial, son 
										jóvenes, o bien sencillamente el deseo 
										de liberarse del exceso de impresiones y 
										de la fuerza vital bullente, la 
										necesidad de comunicar sus impresiones a 
										los demás, la necesidad del juego en 
										común, de parlotear, o simplemente la 
										sensación de la proximidad de otros 
										seres vivos, parientes, esta 
										necesidad se extiende a 
										toda la naturaleza; y en tal alto 
										grado como cualquier función 
										fisiológica, constituye el rasgo 
										característico de la vida y la 
										impresionabilidad en general. Esta 
										necesidad alcanza su más elevado 
										desarrollo y toma las formas más bellas 
										en los mamíferos, especialmente en los 
										individuos jóvenes, y más aún en las 
										aves; pero ella se extiende a toda la 
										naturaleza. Ha sido detenidamente 
										observada por los mejores naturalistas, 
										incluyendo a Pierre Huber, aun entre las 
										hormigas; y no hay duda de que esa misma 
										necesidad, ese mismo instinto, reúne a 
										las mariposas y otros insectos en, las 
										enormes columnas de que hemos hablado 
										antes. 
										La costumbre de las aves de reunirse 
										para danzar juntas y adornar los lugares 
										donde se entregan habitualmente a las 
										danzas probablemente es bien conocida 
										por los lectores, aunque sea gracias a 
										las páginas que Darwin dedicó a esta 
										materia en su Origen del Hombre 
										(cap. XIII). Los visitantes del jardín 
										zoológico de Londres conocen también la 
										glorieta, bellamente adornada, del 
										"pajarito satinado" construida con ese 
										mismo fin. Pero esta costumbre de danzar 
										resulta mucho más extendida de lo que 
										antes se suponía, y W. Hudson, en su 
										obra maestra sobre la región del Plata, 
										hace una descripción sumamente 
										interesante de las complicadas danzas 
										ejecutadas por numerosas especies de 
										aves: rascones, jilgueros, avefrías. 
										La costumbre de cantar en común que 
										existe en algunas especies de aves, 
										pertenece a la misma categoría de 
										instintos sociales. En grado asombro 
										está desarrollada en el chajá 
										sudamericano (Chauna Chavarria, 
										de raza próxima al ganso) y al que los 
										ingleses dieron el apodo más prosaico de 
										"copetuda chillona". Estas aves se 
										reúnen, a veces, en enormes bandadas y 
										en tales casos organizan a menudo todo 
										un concierto, Hudson las encontró cierta 
										vez en cantidades innumerables, posadas 
										alrededor de un lago de las Pampas, en 
										bandadas separadas de unas quinientas 
										aves. 
										"Pronto -dice- una de las bandadas que 
										se hallaba cercana a mí comenzó a 
										cantar, y este coro poderoso no cesó 
										durante tres o cuatro minutos. Cuando 
										hubo cesado, la bandada vecina comenzó 
										el canto, y, a continuación de ella, la 
										siguiente, y así sucesivamente hasta que 
										llegó el canto de la bandada que se 
										hallaba en la orilla opuesta del lago, y 
										cuyo sonido se transmitía claramente por 
										el agua; luego, poco a poco, se callaron 
										y de nuevo comenzó a resonar a mi lado." 
										Otra vez el mismo zoólogo tuvo ocasión 
										de observar a una innumerable bandada de 
										chajás que cubría toda la Ranura, pero 
										esta vez dividida no en secciones, sino 
										en parejas y en grupos pequeños. 
										Alrededor de. las nueve de la noche, "de 
										repente toda esta masa de aves, que 
										cubría los pantanos en millas enteras a 
										la redonda, estalló en un poderoso canto 
										vespertino... Valía la pena cabalgar un 
										centenar de millas para escuchar tal 
										concierto". 
										A la observación precedente se puede 
										agregar que el chajá, como todos los 
										animales sociales, se domestica 
										fácilmente y se aficiona mucho al 
										hombre. Dícese que "son aves pacíficas 
										que raramente disputan" a pesar de estar 
										bien armadas y provistas de espolones 
										bastante amenazadores en las alas. La 
										vida en sociedad, sin embargo, hace 
										superflua este arma. 
										El hecho de que la vida social sirva de 
										arma poderosísima en la lucha por la 
										existencia (tomando este término en el 
										sentido amplio de la palabra) es 
										confirmado, como hemos visto en las 
										páginas precedentes, por ejemplos 
										bastante diversos, y de tales ejemplos, 
										si necesario fuera, se podría citar un 
										número incomparablemente mayor. La vida 
										en sociedad, como hemos visto, da a los 
										insectos más débiles, a las aves más 
										débiles y a los mamíferos más débiles, 
										la posibilidad de defenderse de los 
										ataques de las aves y animales 
										carnívoros más temibles, o prevenirse de 
										ellos. Ella les asegura la longevidad; 
										da a las especies la posibilidad de 
										criar una descendencia con el mínimo de 
										desgaste innecesario de energías y de 
										sostener su número aun en caso de 
										natalidad muy baja; permite a lo 
										animales gregarios realizar sus 
										migraciones y encontrar nuevos lugares 
										de residencia. Por esto, aun 
										reconociendo enteramente que la fuerza, 
										la velocidad, la coloración protectora, 
										la astucia, y la resistencia al frío y 
										hambre, mencionadas por Darwin y Wallace 
										realmente constituye cualidades que 
										hacen al individuo o a las especies más 
										aptos en algunas circunstancias, 
										nosotros, junto con esto, afirmamos que 
										la sociabilidad es la ventaja más grande 
										en la lucha por la existencia en 
										todas las circunstancias naturales, 
										sean cuales fueran. Las especies que 
										voluntaria o involuntariamente reniegan 
										de ella, están condenadas a. la 
										extinción, mientras que los animales que 
										saben unirse del mejor modo, tienen 
										mayores oportunidades para subsistir y 
										para un desarrollo máximo, a pesar de 
										ser inferiores a los otros en cada 
										una de las particularidades 
										enumeradas por Darwin y Wallace, con 
										excepción solamente de las facultades 
										intelectuales. Los vertebrados 
										superiores, y en especial él género 
										humano, sirven como la mejor 
										demostración de esta afirmación. 
										En cuanto a las facultades intelectuales 
										desarrolladas, todo darwinista está de 
										acuerdo con Darwin en que ellas 
										constituyen el instrumento más poderoso 
										en la lucha por la existencia y la 
										fuerza más poderosa para el desarrollo 
										máximo; pero debe estar de acuerdo, 
										también, en que las facultades 
										intelectuales, más aún que todas las 
										otras, están condicionadas en su 
										desarrollo por la vida social. La 
										lengua, la imitación, la experiencia 
										acumulada, son condiciones necesarias 
										para el desarrollo de las facultades 
										intelectuales, y precisamente los 
										animales no sociables suelen estar 
										desprovistos de ellas. Por eso nosotros 
										encontramos que en la cima de las 
										diversas clases se hallan animales tales 
										como la abeja, la hormiga y termita, en 
										los insectos, entre los cuales está 
										altamente desarrollada la sociabilidad, 
										y con ella, naturalmente, las facultades 
										intelectuales. 
										"Los más aptos", los mejor dotados para 
										la lucha con todos los elementos 
										hostiles son, de tal modo, los animales 
										sociales, de manera que se puede 
										reconocer la sociabilidad como el factor 
										principal de la evolución progresiva,
										tanto indirecto, porque asegura el 
										bienestar de la especie junto con la 
										disminución del gasto inútil de energía, 
										como directo, porque favorece el 
										crecimiento de las facultades 
										intelectuales". 
										Además, es evidente que la vida en 
										sociedad sería completamente imposible 
										sin el correspondiente desarrollo de los 
										sentimientos sociales, en especial, si 
										el sentimiento colectivo de justicia 
										(principio fundamental de la moral) no 
										se hubiera desarrollado y convertido en 
										costumbre. Si cada individuo abusara 
										constantemente de sus ventajas 
										personales y los restantes no 
										intervinieran en favor del ofendido, 
										ninguna clase de vida social sería 
										posible. Por esto, en todos los animales 
										sociales, aunque sea poco, debe 
										desarrollarse el sentimiento de 
										justicia. Por grande que sea la 
										distancia de donde vienen las 
										golondrinas o las grullas, tanto las 
										unas como las otras vuelven cada una al 
										mismo nido que construyeron o repararon 
										el año anterior. Si algún gorrión 
										perezoso (o joven) trata de apoderarse 
										de un nido que construye su camarada, o 
										aun robar de él algunas piajuelas, todo 
										el grupo local de gorriones interviene 
										en contra del camarada perezoso; lo 
										mismo en muchas otras aves, y es 
										evidente que, si semejantes 
										intervenciones no fueran la regla 
										general, entonces las sociedades de aves 
										para el anidamiento serían imposibles. 
										Los grupos separados de pingüinos tienen 
										su lugar de descanso y su lugar de pesca 
										y no se pelean por ellos. Los rebaños de 
										ganado cornúpeta de Australia tienen 
										cada uno su lugar determinado, adonde 
										invariablemente se dirigen día a día a 
										descansar, etcétera. 
										Disponemos de gran cantidad de 
										observaciones directas que hablan del 
										acuerdo que reina entre las sociedades 
										de aves anidadoras, en las poblaciones 
										de roedores, en los rebaños de 
										herbívoros, etc.; pero por otra parte, 
										sabemos que son muy pocos los animales 
										sociales que disputan constantemente 
										entre sí, como hacen las ratas de 
										nuestras despensas, o las morsas que 
										pelean por el lugar para calentarse al 
										sol en las riberas que ocupan. La 
										sociabilidad, de tal modo, pone límites 
										a la lucha física y da lugar al 
										desarrollo de los mejores sentimientos 
										morales. Es bastante conocido el elevado 
										desarrollo del amor paternal en todas 
										las clases de animales, sin exceptuar 
										siquiera a los leones y tigres. Y en 
										cuanto a las aves jóvenes y a los 
										mamíferos, que vemos constantemente en 
										relaciones mutua!, en sus sociedades 
										reciben ya el máximo desarrollo, la 
										simpatía, la comunidad de sentimientos y 
										no el amor de sí mismos. 
										Dejando de lado los actos realmente 
										conmovedores de apego y compasión que se 
										han observado tanto entre los animales 
										domésticos como entre los salvajes 
										mantenidos en cautiverio, disponemos de 
										un número suficiente de hechos 
										plenamente comprobados que testimonian 
										la manifestación del sentimiento de 
										compasión entre los animales salvajes en 
										libertad. Max Perty y L. Büchner 
										reunieron no pocos de tales hechos. El 
										relato de Wood de cómo una marta 
										apareció para levantar y llevarse 
										a una compañera lastimada. goza de una 
										popularidad bienmerecida. A la misma 
										categoría de hechos se refiere la 
										conocida observación del capitán 
										Stanbury, durante su viaje por la 
										altiplanicie de Utah, en las Montañas 
										Rocosas, citada por Darwin. Stanbury 
										observó a un pelicano ciego que era 
										alimentado, y bien alimentado, por otros 
										pelícanos, que le traían pescado desde 
										cuarenta y cinco verstas. H. Weddell, 
										durante su viaje por Bolivia y Perú, 
										observó más de una vez que, cuando un 
										rebaño de vicuñas es perseguido por 
										cazadores, los machos fuertes cubren la 
										retirada del rebaño, separándose a 
										propósito para proteger a los que se 
										retiran. Lo mismo se observa 
										constantemente en Suiza entre las cabras 
										salvajes. Casos de compasión de los 
										animales hacia sus camaradas heridos son 
										constantemente citados por los zoólogos 
										que estudian la vida de la naturaleza: y 
										sólo ha de asombrarse uno por la 
										vanagloria del hombre, que desea 
										indefectiblemente apartarse del mundo 
										animal, cuando se ve que semejantes 
										casos no son generalmente reconocidos. 
										Además, son perfectamente naturales. La
										compasión necesariamente se 
										desarrolla en la vida social. Pero la 
										compasión, a su vez, indica un progreso 
										general importante en el campo de las 
										facultades intelectuales y de la 
										sensibilidad. Es el primer paso hacia el 
										desarrollo de los sentimientos morales 
										superiores, y, a su vez, se vuelve 
										agente poderoso del máximo desarrollo 
										progresivo, de la evolución. 
										Si las opiniones expuestas en las 
										páginas precedentes son correctas, 
										entonces surge, naturalmente, la 
										cuestión: ¿hasta dónde concuerdan con la 
										teoría de la lucha por la 
										existencia, de la manera como ha sido 
										desarrollada por Darwin, Wallace y sus 
										continuadores? Y yo contestaré 
										brevemente ahora a esta importante 
										cuestión. Ante todo, ningún naturalista 
										dudará de que la idea de la lucha 
										por la existencia, conducida a través de 
										toda la naturaleza orgánica, constituye 
										la más grande generalización de nuestro 
										siglo. La vida es lucha, y en 
										esta lucha sobreviven los más aptos. 
										Pero, la cuestión reside en esto: ¿llega 
										esta competencia hasta los límites 
										supuestos por Darwin o, aún, por 
										Wallace? y, ¿desempeñó en el 
										desarrollo del reino animal el papel que 
										se le atribuye? 
										La idea que Darwin llevó a través de 
										todo su libro sobre el origen de las 
										especies es, sin duda, la idea de la 
										existencia de una verdadera competencia, 
										de una lucha dentro de cada grupo animal 
										por el alimento, la seguridad y la 
										posibilidad de dejar descendencia. A 
										menudo habla de regiones saturadas de 
										vida animal hasta los límites máximos, y 
										de tal saturación deduce la 
										inevitabilidad de la competencia, de la 
										lucha entre los habitantes. Pero si 
										empezamos a buscar en su libro pruebas 
										reales de tal competencia, debemos 
										reconocer que no existen testimonios 
										suficientemente convincentes. Si 
										acudirnos al párrafo titulado "La lucha 
										por la existencia es rigurosísima entre 
										individuos y variedades de una misma 
										especie", no encontramos entonces en él 
										aquella abundancia de pruebas y ejemplos 
										que estamos acostumbrados a encontrar en 
										toda obra de Darwin. En confirmación de 
										la lucha entre los individuos de una 
										misma especie no se trae, bajo el título 
										arriba citado, ni un ejemplo; se acepta 
										como axioma. La competencia entre las 
										especies cercanas de animales es 
										afirmada sólo por cinco ejemplos, de los 
										cuales, en todo caso, uno (que se 
										refiere a dos especies de mirlos) 
										resulta dudoso, según las más recientes 
										observaciones, y otro (referente a las 
										ratas), también suscitará dudas. 
										Si comenzamos a buscar en Darwin mayores 
										detalles con objeto de convencernos 
										hasta dónde el crecimiento de una 
										especie realmente está condicionado por 
										el decrecimiento de otra especie, 
										encontramos que, con su habitual 
										rectitud, dice él lo siguiente: 
										"Podemos conjeturar (dimley see) por qué 
										la competencia debe ser tan rigurosa 
										entre las formas emparentadas que llenan 
										casi un mismo lugar en la naturaleza; 
										pero, probablemente en ningún caso 
										podríamos determinar con precisión por 
										qué una especie ha logrado la victoria 
										sobre otras en la gran batalla de la 
										vida. 
										En cuanto a Wallace, que cita en su 
										exposición del darwinismo los mismos 
										hechos, pero bajo el título ligeramente 
										modificado ("La lucha por la existencia 
										entre los animales y las plantas 
										estrechamente emparentadas a menudo
										es rigurosísima"), hace la 
										observación siguiente, que da a los 
										hechos arriba citados un aspecto 
										completamente distinto. Dice (las 
										cursivas son mías): 
										
										"En algunos casos, sin duda, se 
										libra una verdadera guerra entre dos 
										especies, y la especie más fuerte mata a 
										la más débil; pero esto de ningún
										modo es necesario y pueden darse 
										casos en que especies más débiles 
										físicamente pueden vencer, debido a su 
										mayor poder de multiplicación rápida, a 
										la mayor resistencia con respecto a las 
										condiciones climáticas hostiles o a la 
										mayor astucia que les permite evitar los 
										ataques de sus enemigos comunes." 
										De tal manera, en casos semejantes, lo 
										que se atribuye a la competencia, a la 
										lucha, puede ocurrir que de ningún 
										modo sea competencia ni lucha.
										De ningún modo una especie 
										desaparece porque otra especie la ha 
										exterminado o la ha hecho morir de 
										consunción tomándole los medios de 
										subsistencia, sino porque no pudo 
										adaptarse bien a nuevas condiciones, 
										mientras que la otra especie logré 
										hacerlo. La expresión "lucha por la 
										existencia" tal vez se emplea aquí, una 
										vez más, en su sentido figurado, y por 
										lo visto no tiene otro sentido. En 
										cuanto a la competencia real por el 
										alimento entre los individuos de una 
										misma especie que Darwin ilustró en 
										otro lugar con un ejemplo tomado de la 
										vida del ganado cornúpeta de América del 
										Sur durante una sequía, el valor 
										de este ejemplo disminuye 
										significativamente porque ha sido tomado 
										de la vida de animales domésticos. En 
										circunstancias semejantes, los bisontes 
										emigran con el objeto de evitar la 
										competencia por el alimento. Por más 
										rigurosa que sea la lucha entre las 
										plantas -y está plenamente demostrada-, 
										podemos sólo repetir con respecto a ella 
										la observación de Wallace: "Que las 
										plantas viven allí donde pueden", 
										mientras que los animales, en grado 
										considerable, tienen la posibilidad de 
										elegirse ellos mismos el lugar de 
										residencia. Y nosotros nos preguntamos 
										de nuevo: ¿en qué medida existe 
										realmente la competencia, la lucha, 
										dentro de cada especie animal? ¿ En qué 
										está basada esta suposición? 
										La misma observación tengo que hacer con 
										respecto al argumento "indirecto" en 
										favor de la realidad de una competencia 
										rigurosa y la lucha por la existencia 
										dentro de cada especie, que se puede 
										deducir del "exterminio de las 
										variedades de transición", mencionadas 
										tan a menudo por Darwin. Lo que pasa es 
										lo siguiente: Como es sabido, durante 
										mucho tiempo ha confundido a todos los 
										naturalistas, y al mismo Darwin la 
										dificultad que él veía en la ausencia de 
										una gran cadena de formas intermedias 
										entre especies estrechamente 
										emparentadas; y sabido es que Darwin 
										buscó la solución de esta dificultad en 
										el exterminio supuesto por él de todas 
										las formas intermedias. Sin embargo, la 
										lectura atenta de los diferentes 
										capítulos en los que Darwin y Wallace 
										habían de esta materia, fácilmente 
										llevan a la conclusión de que la palabra 
										"exterminio" empleada por ellos de 
										ningún modo se refiere al exterminio 
										real, y menos aún al exterminio por 
										falta de alimento y, en general, por la 
										superpoblación. La observación que hizo 
										Darwin acerca del significado de su 
										expresión: "lucha por la existencia", 
										evidentemente se aplica en igual medida 
										también a la palabra "exterminio": la 
										última de ninguna manera puede ser 
										comprendida en su sentido directo, sino 
										únicamente en el sentido "metafórico" 
										figurado. 
										Si partimos de la suposición que una 
										superficie determinada está saturada de 
										animales hasta los límites máximos de su 
										capacidad, y que, debido a esto, entre 
										todos sus habitantes se libra una lucha 
										aguda por los medios de subsistencia 
										indispensables -y en cuyo caso cada 
										animal está obligado a luchar contra 
										todos sus congéneres para obtener el 
										alimento cotidiano-, entonces la 
										aparición de una variedad nueva, y que 
										ha tenido éxito, sin duda consistirá en 
										muchos casos (aunque no siempre) en la 
										aparición de individuos tales que podrán 
										apoderarse de una parte de los medios de 
										subsistencia mayor que la que les 
										corresponde en justicia; entonces el 
										resultado sería realmente que semejantes 
										individuos condenarían a la consunción 
										tanto a la forma paterna original que no 
										pelee la nueva modificación, como a 
										todas las formas intermedias que ni 
										poseyeran la nueva especialidad en el 
										mismo grado que ellos. Es muy posible 
										que al principio Darwin comprendiera la 
										aparición de las nuevas variedades 
										precisamente en tal aspecto; por lo 
										menos, el uso frecuente de la palabra 
										"exterminio" produce tal impresión. Pero 
										tanto él como Wallace conocían demasiado 
										bien la naturaleza para no ver que de 
										ningún modo ésta es la única solución 
										posible y necesaria. 
										Si las condiciones físicas y biológicas 
										de una superficie determinada y también 
										la extensión ocupada por cierta especie, 
										y el modo de vida de todos los miembros 
										de esta especie, permanecieron siempre 
										invariables, entonces la aparición 
										repentina de una variedad realmente 
										podría llevar a la consunción y al 
										exterminio de todos los individuos que 
										no poseyeran, en la medida necesaria, el 
										nuevo rasgo que caracteriza a la nueva 
										variedad. Pero, precisamente, no vemos 
										en la naturaleza semejante combinación 
										de condiciones, semejante 
										invariabilidad. Cada especie tiende 
										constantemente a la expansión de su 
										lugar de residencia, y la emigración a 
										nuevas residencias es regla general, 
										tanto para las aves di vuelo rápido como 
										para el caracol de marcha lenta. Luego, 
										en cada extensión determinada de la 
										superficie terrestre, se producen 
										constantemente cambios físicos, y el 
										rasgo característico de las nuevas 
										variedades entre los animales en un 
										inmenso número de casos -quizá en la 
										mayoría- no es de ningún modo la 
										aparición de nuevas adaptaciones para 
										arrebatar el alimento de la boca de sus 
										congéneres -el alimento es sólo una de 
										las centenares de condiciones diversas 
										de la existencia-, sino, como el mismo 
										Wallace demostró en un hermoso párrafo 
										sobre la divergencia de las caracteres"
										(Darwinism, página 107), el 
										principio de la nueva variedad puede ser
										la formación de nuevas costumbres, la 
										migración a nuevos lugares de residencia 
										y la transición a nuevas formas de
										alimentos. 
										En todos estos casos, no ocurrirá ningún 
										exterminio, hasta faltará ¡a lucha por 
										el alimento, puesto que la nueva 
										adaptación servirá para suavizar la 
										competencia, si la última existiera 
										realmente, y sin embargo, se 
										producirá, transcurrido cierto tiempo, 
										una ausencia de eslabones intermedias 
										como resultado de la simple 
										supervivencia de aquéllos que están 
										mejor adaptados a las nuevas 
										condiciones. Se realizará esto 
										también, sin duda, como si ocurriera el 
										exterminio de las formas originales 
										supuesto por la hipótesis. Apenas es 
										necesario agregar que, si admitimos 
										junto con Spencer, junto con todos los 
										lamarckianos y el mismo Darwin, la 
										influencia modificadora del medio 
										ambiente en las especies que viven en él 
										-y la ciencia contemporánea se mueve más 
										y más en esta dirección-, entonces habrá 
										menos necesidad aún de la hipótesis del 
										exterminio de las formas intermedias. 
										La importancia de las migraciones de los 
										animales para la aparición y el 
										afianzamiento de las nuevas variedades, 
										y, por último, de las nuevas especies, 
										que señaló Moritz Wagner, ha sido bien 
										reconocida posteriormente por el mismo 
										Darwin. En realidad, no es raro que 
										parte de los animales de una especie 
										determinada sean sometidos a nuevas 
										condiciones de vida, y a veces separados 
										de la parte restante de su especie, por 
										lo cual aparece y se afianza una nueva 
										raza o variedad. Esto fue reconocido ya 
										por Darwin, pero las últimas 
										investigaciones subrayaron aún más la 
										importancia de este factor, y mostraron 
										también de qué modo la amplitud del 
										territorio ocupado por esta determinada 
										especie a esta amplitud Darwin, con 
										fundamentos plenos, atribuía gran 
										importancia para la aparición de nuevas 
										variedades puede estar unida al 
										aislamiento de cierta parte de una 
										especie determinada, en virtud de los 
										cambios geológicos locales o la 
										aparición de obstáculos locales. Entrar 
										aquí a juzgar toda esta amplia cuestión 
										sería imposible, pero bastarán algunas 
										observaciones para ilustrar la acción 
										combinada de tales influencias. Corro es 
										sabido, no es raro que parte de una 
										especie determinada recurra a un nuevo 
										género de alimento. Por ejemplo, si se 
										produce una escasez de piñas en los 
										bosques de alerces, las ardillas se 
										trasladan a los pinares, y este cambio 
										de alimento, como señaló 
										Poliakof, produce cambios fisiológicos 
										determinados en el organismo de esas 
										ardillas. Si este cambio de costumbres 
										no se prolonga, si al año siguiente hay 
										otra vez abundancia de piñas en los 
										sombríos bosques de alerces, entonces, 
										evidentemente, no se forma ninguna 
										variedad nueva. Pero si parte de la 
										inmensa extensión ocupada por las 
										ardillas empieza a cambiar de carácter 
										físico, digamos debido a la suavización 
										del clima, o a la desecación, y estas 
										dos causas facilitaran el aumento de la 
										superficie de los pinares en desmedro de 
										los bosques de alerces, y si algunas 
										otras condiciones contribuyeran a hacer 
										que parte de las ardillas se mantuvieran 
										en los bordes de la región, entonces 
										aparecerá una nueva variedad, es decir, 
										una especie nueva de ardillas. Pero la 
										aparición de esta variedad no irá 
										acompañada, decididamente, por nada que 
										pudiese merecer el nombre, de exterminio 
										entre ardillas. Cada año sobrevivirá una 
										proporción algo mayor, en comparación 
										con otras, de ardillas de esta variedad 
										nueva y mejor adaptada, y los eslabones 
										intermedios se extinguirán en el 
										transcurso del tiempo, de año en año, 
										sin que sus competidores malthusianos 
										las condenen de ningún modo a muerte por 
										hambre. Precisamente procesos semejantes 
										se realizan ante nuestros ojos, debidos 
										a los grandes cambios físicos que se 
										producen en las vastas extensiones de 
										Asia Central a consecuencia de la 
										desecación que evidentemente se viene 
										produciendo allí desde el período 
										glacial. 
										Tomemos otro ejemplo. Ha sido demostrado 
										por los geólogos que el actual caballo 
										salvaje (Equus Przewalski) es el 
										resultado del lento proceso de evolución 
										que se realizó en el transcurso de las 
										últimas partes del período terciario y 
										de todo el cuaternario (el glacial y el 
										posglacial), y durante el transcurso de 
										esta larga serie de siglos, los 
										antecesores del caballo actual no 
										permanecieron en ninguna superficie 
										determinada del globo terrestre. Por lo 
										contrario, erraron por el viejo y el 
										nuevo mundo, y con toda probabilidad, 
										por último, volvieron completamente 
										transformados en el curso de sus 
										numerosas migraciones, a los mismos 
										pastos que dejaron en otros tiempos. De 
										esto resulta claro que, si no 
										encontramos ahora en Asia todos los 
										eslabones intermedios entre el caballo 
										salvaje actual y sus ascendientes 
										asiáticos posterciarios, de ningún modo 
										significa que los eslabones intermedios 
										fueran exterminados. Semejante 
										exterminio jamás ha ocurrido. Ni 
										siquiera puede haber tan elevada 
										mortandad entre las especies ancestrales 
										del caballo actual: los individuos que 
										pertenecían a las variedades y especies 
										intermedias perecieron en las 
										condiciones más comunes -a menudo aun en 
										medio de la abundancia de alimento- y 
										sus restos se hallan dispersos ahora en 
										el seno de la tierra por todo el globo 
										terráqueo. Dicho más brevemente, si 
										reflexionamos sobre esta materia y 
										releemos atentamente lo que el mismo 
										Darwin escribió sobre ella, veremos que 
										si empleamos ya la palabra "exterminio" 
										en relación con las variedades 
										transitorias, hay que utilizarla una vez 
										más en el sentido metafórico, figurado. 
										Lo mismo es menester observar con 
										respecto a expresiones tales como 
										"rivalidad" o "competencia" 
										(competition). Estas dos expresiones 
										fueron empleadas también constantemente 
										por Darwin (véase por ejemplo, el 
										capítulo "Sobre la extinción") más bien 
										como imagen o como medio de expresión, 
										no dándole el significado de lucha real 
										por los medios de subsistencia entre las 
										dos partes de una misma especie. En todo 
										caso, la ausencia de las formas 
										intermedias no constituye un argumento 
										en favor de la lucha recrudecida y de la 
										competencia aguda por los medios de 
										subsistencia -de la rivalidad, 
										prolongándose ininterrumpidamente dentro 
										de cada especie animal- es, según la 
										expresión del profesor Geddes, el 
										"argumento aritmético" tomado en 
										préstamo a Malthus. 
										Pero este argumento no prueba nada 
										semejante. Con el mismo derecho 
										podríamos tomar algunas aldeas del 
										Sureste de Rusia, cuyos habitantes no 
										han sufrido por la carencia de alimento, 
										pero que, al mismo tiempo, nunca 
										tuvieron clase alguna de instalaciones 
										sanitarias; y habiendo observado que en 
										los últimos setenta u ochenta años la 
										natalidad media alcanza en ellas al 60 
										por 1.000, y, sin embargo, la población 
										durante este tiempo no ha aumentado 
										-tengo en mis manos tales hechos 
										concretos- podríamos quizá llegar a la 
										conclusión de que un tercio de los 
										recién nacidos muere cada año sin haber 
										llegado al sexto mes de vida; la mitad 
										de los niños muere en el curso de los 
										cuatro años siguientes, y de cada 
										centenar de nacidos, sólo 17 alcanzan la 
										edad de veinte años. De tal modo los 
										recién venidos al mundo se van de él 
										antes de alcanzar la edad en que 
										pudieran llegar a ser competidores. Es 
										evidente, sin embargo, que si algo 
										semejante ocurre en el medio humano. 
										ello es más probable aún entre los 
										animales. Y realmente, en el mundo de 
										los plumíferos se produce la destrucción 
										de huevos en medida tan colosal que al 
										principio del verano los huevos 
										constituyen el alimento principal de 
										algunas especies de animales. No hablo 
										ya de las tormentas e inundaciones que 
										destruyen por millones los nidos en 
										América y en Asia, y de los cambios 
										bruscos de tiempo por los cuales perecen 
										en masa los individuos jóvenes de los 
										mamíferos. Cada tormenta, cada 
										inundación, cada cambio brusco de 
										temperatura, cada incursión de las ratas 
										a los nidos de las aves, destruyen a 
										aquellos competidores que parecen tan 
										terribles en el papel. En cuanto a los 
										hechos de la multiplicación 
										extremadamente rápida de los caballos y 
										del ganado cornúpeta de América, y 
										también de los cerdos y de los conejos 
										de Nueva Zelanda, desde que los europeos 
										los introdujeron en esos países, y aun 
										de los animales salvajes importados de 
										Europa (donde su cantidad disminuye por 
										la acción del hombre y no por la de los 
										competidores) es evidente que más bien 
										contradicen la teoría de la 
										superpoblación. Si los caballos y el 
										ganado cornúpeto pudieron multiplicarse 
										en América con tal velocidad, demuestra 
										esto simplemente que, por numerosos que 
										fueran los bisontes y otros rumiantes en 
										el Nuevo Mundo en aquellos tiempos, su 
										población herbívora, sin embargo, estaba 
										muy por debajo de la cantidad que 
										hubiera podido alimentarse en las 
										praderas. Si millones de nuevos 
										inmigrantes hallaron, no obstante, 
										alimento suficiente sin obligar a sufrir 
										hambre a la población anterior de las 
										praderas, deberíamos llegar más bien a 
										la conclusión de que los europeos 
										hallaron en América una cantidad no 
										excesiva, sino insuficiente de 
										herbívoros, a pesar de la cantidad 
										increíblemente enorme de bisontes o de 
										palomas silvestres que fue encontrada 
										por los primeros exploradores de América 
										del Norte. 
										Además, me permito decir que existen 
										bases serias para pensar que tal escasez 
										de población animal constituye la 
										situación natural de las cosas sobre la 
										superficie de todo el globo terrestre, 
										con pocas excepciones, que son 
										temporales, a esta regla general. En 
										realidad, la cantidad de animales 
										existentes en una extensión determinada 
										de la tierra de ningún modo se determina 
										por la capacidad máxima de 
										abastecimiento de este espacio, sino por 
										lo que ofrece cada año en las 
										condiciones menos favorables. 
										Lo importante no es saber cuántos 
										millones de búfalos, cabras, ciervos, 
										etc., pueden alimentarse en un 
										territorio determinado durante un verano 
										exuberante y de lluvias moderadas, sino 
										cuántos sobrevivirán si se produce uno 
										de esos veranos secos en que toda la 
										hierba se quema, o un verano húmedo en 
										que territorios semejantes a la. Europa 
										central se convierten en pantanos 
										continuos, como he visto en la, meseta 
										de Vitimsk- o cuando las praderas y los 
										bosques se incendian en miles de verstas 
										cuadradas, como hemos visto en Siberia y 
										en Canadá. 
										He aquí por qué, debido a esta sola 
										cansa, la competencia, la lucha por el 
										alimento, difícilmente puede ser 
										condición normal de la vida. Pero, 
										aparte de esto, otras causas hay que a 
										su vez rebajan aún más este nivel no tan 
										alto de población. Si tomamos los 
										caballos (y también el ganado cornúpeta) 
										que pasan todo el invierno pastando en 
										las estepas de la Transbaikalia, 
										encontramos, al finalizar el invierno, a 
										todos ellos mira, enflaquecidos y 
										exhaustos. Este agotamiento, por otra 
										parte, no es resultado de la carencia de 
										alimento, puesto que debajo de la 
										delgada capa de nieve, por doquier, hay 
										pasto en abundancia: su causa reside el, 
										la dificultad de extraer el pasto que 
										está debajo de la nieve, y esta 
										dificultad es la misma para todos los 
										caballos. Además, a principios de la 
										primavera suele haber escarcha, y si se 
										prolonga ésta algunos días sucesivos los 
										caballos son víctimas de una extenuación 
										aún mayor. Pero frecuentemente, a 
										continuación sobrevienen las nevascas, 
										las tormentas de nieve, y entonces los 
										animales, ya debilitados, suelen verse 
										obligados a permanecer algunos días 
										completamente privados de alimento, y 
										por ello caen cantidades muy grandes. 
										Las pérdidas durante la primavera suelen 
										ser tan elevadas, que si ésta se ha 
										distinguido por una extrema crudeza no 
										pueden ser reparadas ni aún por el nuevo 
										aumento, tanto más cuanto que todos los 
										caballos suelen estar agotados y los 
										potrillos nacen débiles. La cantidad de 
										caballos y de ganado cornúpeto siempre 
										se mantiene, de tal modo, 
										considerablemente inferior al nivel en 
										que podrían mantenerse si no existiera 
										esta causa especial: la primavera fría y 
										tormentosa. Durante todo el año hay 
										alimento en abundancia: alcanzaría para 
										una cantidad de animales cinco o diez 
										veces mayor de la que existe In 
										realidad; y sin embargo, la población 
										animal de las estepas crece forma 
										extremadamente lenta, pero apenas los 
										buriatos, amos del gana y de los rebaños 
										de caballos, comienzan a hacer aun la 
										más insignificante provisión de heno en 
										las estepas, y les permiten el acceso 
										durante la escarcha o las nieves 
										profundas, inmediatamente se observará 
										el aumento de sus rebaños. 
										En las mismas condiciones se encuentran 
										casi todos los animales herbívoros que 
										viven en libertad, y muchos roedores de 
										Asia y América; por eso podemos afirmar 
										con seguridad que su número no se reduce 
										por obra de la rivalidad y de la lucha 
										mutua; que en ninguna época tienen que, 
										luchar por alimentos: y que si nunca se 
										reproducen hasta llegar al grado de 
										superpoblación, la razón reside en el 
										clima, y no en la lucha mutua por el 
										alimento. 
										La importancia en la naturaleza de los
										obstáculos naturales a la 
										reproducción excesiva: y en especial su 
										relación con la hipótesis de la 
										Competencia, aparentemente nunca fue 
										tomada todavía en consideración en la 
										medida debida. Estos obstáculos, o, más 
										exactamente, algunos de ellos se citan 
										de paso, pero, hasta ahora, no se ha 
										examinado en detalle su acción. Sin 
										embargo, si se compara la acción real de 
										las causas naturales sobre la vida de 
										las especies animales, con la acción 
										posible de la rivalidad dentro de las 
										especies, debemos reconocer en seguida 
										que la última no soporta ninguna 
										comparación con la anterior. Así, por 
										ejemplo, Bates menciona la cantidad 
										sencillamente inimaginable de hormigas 
										aladas que perecen cuando enjambran. Los 
										cuerpos muertos o semimuertos de la 
										hormiga de fuego (Myrmica 
										saevissima), arrastrados al río 
										durante una tormenta, "presentaban una 
										línea de una pulgada o dos de alto y de 
										la misma anchura, y la línea se extendía 
										sin interrupción en la extensión de 
										algunas millas, al borde del agua". 
										Miríadas de hormigas suelen ser 
										destruidas de tal modo, en medio de una 
										naturaleza que podría alimentar mil 
										veces más hormigas de las que vivían 
										entonces en este lugar. 
										El Dr. Altum, forestal alemán que 
										escribió un libro muy instructivo los 
										animales dañinos a nuestros bosques, 
										aporta también muchos hechos que 
										demuestran la gran importancia de los 
										obstáculos naturales a la multiplicación 
										excesiva. Dice que una sucesión de 
										tormentas o el tiempo frío y neblinoso 
										durante la enjumbrazón de la polilla de 
										pino (Bombyx Pini), la destruye 
										en cantidades inverosímiles, y en la 
										primavera del año 1871 todas 
										estas polillas desaparecieron de golpe, 
										probablemente destruidas por una 
										sucesión de noches frías. Se podrían 
										citar ejemplos semejantes, relativos a 
										los insectos de diferentes partes de 
										Europa. El Dr. Altum también menciona 
										las aves que devoran a las y la enorme 
										cantidad de huevos de este insecto 
										destruidos por los zorros; pero agrega 
										que los hongos parásitos que la atacan 
										periódicamente son enemigos de la 
										polilla considerablemente más terribles 
										que cualquier ave, puesto que destruyen 
										a la polilla de golpe, en una extensión 
										enorme. En cuanto a las diferentes 
										especies de ratones (Mus 
										sylvaticus, Arvicola orvalis, y 
										Aeagretis) Altum, exponiendo una 
										larga lista de sus enemigos, observa: 
										"Sin embargo, los enemigos más terribles 
										de los ratones no son los otros 
										animales, sino los cambios bruscos de 
										tiempo que se producen casi todos los 
										años". Si las heladas y el tiempo 
										templado se alternan, destruyen a los 
										ratones en cantidades innumerables; "un 
										solo cambio brusco de tiempo puede 
										dejar, de muchos miles de ratones, nada 
										más que algunos individuos vivos". Por 
										otra parte, un invierno templado, o un 
										invierno que avanza paulatinamente, les 
										da la posibilidad de multiplicarse en 
										proporciones amenazantes, a pesar de 
										cualesquiera enemigos; así fue en los 
										años 1876 y 1877. La rivalidad es, de 
										tal modo, con respecto a los ratones, un 
										factor completamente insignificante en 
										comparación con el tiempo. Hechos del 
										mismo género son citados por el mismo 
										autor también con respecto a las 
										ardillas. 
										En cuanto a las aves, todos sabemos bien 
										cómo sufren por los cambios bruscos de 
										tiempo. Las nevascas a fines de la 
										primavera son tan ruinosas para las aves 
										en los pantanos de Inglaterra como en la 
										Siberia y Ch. Dixon tuvo ocasión de ver 
										a las gelinotas reducidas por el frío de 
										inviernos excepcionalmente crudos, a tal 
										extremo, que abandonaban lugares 
										salvajes en grandes cantidades "y 
										conocemos casos en que eran cogidas en 
										las calles de Sheffield". El tiempo 
										húmedo y prolongado -agrega- es también 
										casi desastroso para ellas". 
										Por otra parte, las enfermedades 
										contagiosas que afectan de tiempo en 
										tiempo a la mayoría de las especies 
										animales, las destruyen en tal cantidad 
										que a menudo las pérdidas no pueden ser 
										repuestas durante muchos años, ni aun 
										entre los animales que se multiplican 
										más rápidamente. Así por ejemplo, allá 
										por el año 40, los susliki 
										súbitamente desaparecieron de los 
										alrededores de Sarepta, en la Rusia 
										suroriental, debido a cierta epidemia, y 
										durante muchos años no fue posible 
										encontrar en estos lugares ni un 
										susliki. Pasaron muchos años antes 
										de que se multiplicaran como 
										anteriormente. 
										Se podría agregar en cantidad hechos 
										semejantes, cada uno de los cuales 
										disminuye la importancia atribuida a la 
										competencia y a la lucha dentro de la 
										especies. Naturalmente, se podría 
										contestar con las palabras de Darwin, de 
										que, sin embargo, cada ser orgánico, "en 
										cualquier periodo de su vida, en el 
										transcurso de cualquier estación del 
										año, en cada generación, o de tiempo en 
										tiempo, debe luchar por la existencia y 
										sufrir una gran destrucción", y de que 
										sólo los más aptos sobrevivan a tales 
										períodos de dura lucha por la 
										existencia. Pero si la evolución del 
										mundo animal estuviera basada 
										exclusivamente, o aun preferentemente en 
										la supervivencia de los más aptos en 
										períodos de calamidades, si 
										la selección natural estuviera limitada 
										en su acción a los períodos de sequía 
										excepcional, o cambios bruscos de 
										temperatura o inundaciones, entonces 
										la regla general en el mundo animal 
										seria la regresión, y no el 
										progreso. 
										Aquellos que sobreviven al hambre, o a 
										una epidemia severa de cólera, viruela o 
										difteria, que diezman en tales medidas 
										como las que se observan en países 
										incivilizados, de ninguna manera son 
										ni más fuertes, ni más sanos ni 
										más inteligentes. Ningún progreso 
										podría basarse sobre semejantes 
										supervivencias, tanto más cuanto que 
										todos los que han sobrevivido 
										ordinariamente salen de la experiencia 
										con la salud quebrantada, como los 
										caballos de Transbaikalia que hemos 
										mencionado antes, o las tripulaciones de 
										los barcos árticos, o las guarniciones 
										de las fronteras obligadas a vivir 
										durante algunos meses a media ración y 
										que, al levantarse el sitio, salen con 
										la salud destrozada y con una mortalidad 
										completamente anormal como consecuencia. 
										Todo lo que la selección natural puede 
										hacer en los períodos de calamidad se 
										reduce a la conservación de los 
										individuos dotados de una mayor 
										resistencia para soportar toda clase 
										de privaciones. Tal es el papel de la 
										selección natural entre los caballos 
										siberianos y el ganado cornúpeto. 
										Realmente se distinguen por su 
										resistencia; pueden alimentarse, en caso 
										de necesidad, con abedul polar, pueden 
										hacer frente al frío y al hambre, pero, 
										en cambio, el caballo siberiano sólo 
										puede llevar la mitad de la carga que 
										lleva el caballo europeo sin esfuerzo; 
										ninguna vaca siberiana da la mitad de la 
										cantidad de leche que da la vaca Jersey, 
										y ningún indígena de los países salvajes 
										soporta la comparación con los europeos. 
										Esos indígenas pueden resistir más 
										fácilmente el hambre y el frío, pero sus 
										fuerzas físicas son considerablemente 
										inferiores a las fuerzas del europeo que 
										se alimenta bien, y su progreso 
										intelectual se produce con una lentitud 
										desesperante. "Lo malo no puede 
										engendrar lo bueno", como escribió 
										Chemishevsky en un ensayo notable 
										consagrado al darwinismo. 
										Por fortuna, la competencia no 
										constituye regla general ni para el 
										mundo animal ni para la humanidad. Se 
										limita, entre los animales, a períodos 
										determinados, y la selección natural 
										encuentra mejor terreno para su 
										actividad. Mejores condiciones para la 
										selección progresiva son creadas 
										por medio de la eliminación de la 
										competencia, por medio de la ayuda 
										mutua y del apoyo mutuo. En la gran 
										lucha por la existencia -por la mayor 
										plenitud e intensidad de vida posible 
										con el mínimo de desgaste innecesario de 
										energía- la selección natural busca 
										continuamente medios, precisamente con 
										el fin de evitar la competencia en 
										cuanto sea posible. Las hormigas se unen 
										en nidos y tribus; hacen provisiones, 
										crían "vacas" para sus necesidades, y de 
										tal modo evitan la competencia; y la 
										selección natural escoge de todas las 
										hormigas aquella especies que mejor 
										saben evitar la competencia intestina, 
										con sus consecuencias perniciosas 
										inevitables. La mayoría de nuestras aves 
										se trasladan lentamente al Sur, a medida 
										que avanza el invierno, o se reúnen en 
										sociedades innumerables y emprenden 
										viajes largos, y de tal modo evitan la 
										competencia. Muchos roedores se entregan 
										al sueño invernal cuando llega la época 
										de la posible competencia, otras razas 
										de roedores se proveen de alimento para 
										el invierno y viven en común en grandes 
										poblaciones a fin de obtener la 
										protección necesaria durante el trabajo. 
										Los ciervos, cuando los líquenes se 
										secan en el interior del continente 
										emigran en dirección del mar. Los 
										búfalos atraviesan continentes inmensos 
										en busca de alimento abundante. Y las 
										colonias de castores, cuando se 
										reproducen demasiado en un río, se 
										dividen en dos partes: los viejos 
										descienden el río, y los jóvenes lo 
										remontan, para evitar la competencia. Y 
										si, por último, los animales no pueden 
										entregarse al sueño invernal ni emigrar, 
										ni hacer provisiones de alimentos, ni 
										cultivar ellos mismos el alimento 
										necesario como hacen las hormigas, 
										entonces se portan como los paros (véase 
										la hermosa descripción de Wallace en 
										Darwinism; cap. V); a saber: 
										recurren a una nueva clase de alimento, 
										y, de tal modo, una vez más, evitan 
										incompetencias. 
										"Evitad la competencia. Siempre es 
										dañina para la especie, y vosotros 
										tenéis abundancia de medios para 
										evitarla". Tal es la tendencia de la 
										naturaleza, no siempre realizable por 
										ella, pero siempre inherente a ella. Tal 
										es la consigna que llega hasta nosotros 
										desde los matorrales. bosques, ríos y 
										océanos. "Por consiguiente: ¡Uníos! 
										¡Practicad la ayuda mutua! Es el medio 
										más justo para garantizar la seguridad 
										máxima tanto para cada uno en particular 
										como para todos en general; es la mejor 
										garantía para la existencia y el 
										progreso físico, intelectual y moral". He aquí lo que nos enseña la naturaleza; y esta voz suya la escucharon todos los animales que alcanzaron la más elevada posición en sus clases respectivas. A esta misma orden de la naturaleza obedeció el hombre -el más primitivo- y sólo debido a ello alcanzó la posición que ocupa ahora. Los capítulos siguientes, consagrados a la ayuda mutua en las sociedades humanas, convencerán al lector de la verdad de esto.  | 
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