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| DIVULGACIÓN CULTURAL | |
| FILOSOFÍA | |
| José Pablo Feinmann | |
| Adorno y la ESMA II | |
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                                         1. El texto de Theodor Adorno que sigo utilizando corresponde a una conferencia dictada –por la radio de Hesse– el 18 de abril de 1966. Adorno, luego en 1967, habría de cederla a una publicación frankfurtiana y, por fin, pasaría a integrar su libro Consignas. El texto lleva por título La educación después de Auschwitz. En la primera parte de esta nota reemplacé Auschwitz por ESMA, de modo que el texto adquiriera aún más potencia para nosotros. Aquí ya no utilizaré ese mecanismo de sustitución. Puede correr por parte del lector. 
										2. En el Prefacio del libro, Adorno hace 
										una cuidada referencia al texto sobre 
										Auschwitz. Dice que no lo ha corregido, 
										no pudo hacerlo. Le pareció que pulir el 
										estilo o aun cierta pulcritud de 
										redacción era imposible, ya que el tema 
										del artículo era la expresión desaforada 
										de la barbarie. “Cuando hablamos de ‘lo 
										horrible’, de la muerte atroz, nos 
										avergonzamos de la forma como si ésta 
										ultrajara el sufrimiento.” Se sabe que 
										la fórmula adorniana acerca de la 
										imposibilidad de escribir (poesía o lo 
										que sea) después de Auschwitz ha llevado 
										a todo tipo de erráticas (y, por lo 
										general, erradas) interpretaciones. 
										Aquí, Adorno ofrece otra pista sobre su 
										famoso dictum. “Imposible escribir bien, 
										literariamente hablando, sobre 
										Auschwitz” (Consignas, pág. 7). 
										Pareciera encontrar en la búsqueda de la 
										perfección del lenguaje una traición a 
										la brutalidad que se debe expresar. No 
										hay que disimular la “real brutalidad”. 
										“Debemos renunciar al refinamiento.” Con 
										la conciencia de que en ese 
										renunciamiento puede latir el peligro de 
										caer una vez más “en el engranaje de la 
										involución general”. 
										3. Adorno establecía que era la sociedad 
										de competencia, con la consagración de 
										la mónada social, la que llevaba a la 
										insensibilidad de las conciencias ante 
										la suerte del otro, del perseguido. 
										Cuando se pregunta por qué tantos 
										callaron, por qué nada hicieron quienes 
										escucharon los gritos en la noche, habrá 
										de responder que el terror es una 
										explicación, pero que la sociedad que se 
										basa en el individuo y diluye la idea 
										del vínculo es también responsable de 
										los silencios ante el dolor de los 
										otros. Hay una incapacidad de 
										identificación. 4. Adorno se pronuncia luego contra la “razón de Estado”. Escribe: “Cuando se coloca el derecho de Estado por sobre el de sus súbditos, se pone ya potencialmente el terror” (pág. 95). Luego diferencia entre los ejecutores y los asesinos de escritorio. Cree que la educación podría menguar el número de hombres dispuestos a transformarse en verdugos. Pero: “Temo que las medidas que pudiesen adoptarse en el campo de la educación, por amplias que fuesen, no impedirán que volviesen a surgir los asesinos de escritorio”. La conclusión es pesimista, ya que si vuelven a surgir los asesinos de escritorio habrán de retornar los verdugos, que son muy dóciles a sus razones. 5. Durante los últimos días de 1975 y comienzos de 1976, la clase media de este país –o buena parte de ella– hablaba en griego. Un filósofo golpista, de apellido García Venturini, había lanzado una palabra griega que se decía kakistocracia y que todos –bajo indicación de ese filósofo– traducían como “gobierno de los peores”. Así, en un ascensor, en la parada de un colectivo o en la oficina uno siempre se encontraba con alguien que le hacía la inevitable pregunta: “¿Usted sabe qué es kakistocracia?” Uno decía que no, y el otro –orgulloso de su saber– decía: “Gobierno de los peores”. Era una manera de reclamar el golpe militar que iba a instaurar el “gobierno de los mejores”. Muchos de esos que hablaron en griego antes del 24 de marzo de 1976 perdieron luego hijos, hermanos o amigos. Fueron víctimas de la insaciabilidad del principio persecutorio. Pero a Adorno le hubiera interesado conocer la relevancia que tuvo en la instauración del horror un filósofo que lanzó sobre la sociedad –para que se sintiera culta en tanto pedía la masacre– una palabreja en griego. Habría encontrado en su figura la perfecta encarnación del “asesino de escritorio”.  | 
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© Helios Buira
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