| 
														 
														Las 
														corrientes espirituales 
														pueden alcanzar una 
														pendiente 
														suficientemente 
														agudizada para que el 
														crítico edifique en 
														ellas su central de 
														fuerza. Esa pendiente es 
														la que produce en cuanto 
														al surrealismo la 
														diferencia de nivel 
														entre Francia y 
														Alemania. Lo que surgió 
														en Francia en el año 
														1919 en el círculo de 
														algunos literatos 
														(nombraremos en seguida 
														los nombres más 
														importantes: André 
														Breton, Louis Aragon, 
														Philippe Soupault, 
														Robert Desnos, Paul 
														Eluard), puede que no 
														sea más que un delgado 
														arroyuelo alimentado por 
														el húmedo aburrimiento 
														de la Europa de la 
														postguerra y por los 
														últimos canales de la 
														decadencia francesa. Los 
														sabelotodo, que todavía 
														hoy no han ido más allá 
														de los "auténticos 
														orígenes" del movimiento 
														y que nada saben decir 
														de él sino que una vez 
														más se trata de una 
														camarilla de literatos 
														mixtificadores de la 
														honorable vida pública, 
														son algo así como una 
														reunión de expertos que, 
														junto a la fuente, 
														llegan, tras reflexionar 
														maduramente, a la 
														convicción de que el 
														pequeño arroyuelo jamás 
														impulsará turbinas.
														  
														
														El 
														meditador alemán no está 
														junto a la fuente. Y ésa 
														es su suerte. Está en el 
														valle. Y puede calcular 
														las energías del 
														movimiento. En cuanto 
														alemán, está hace ya 
														tiempo familiarizado con 
														la crisis de la 
														inteligencia, o dicho 
														más exactamente, con la 
														del concepto humanista 
														de la libertad. Sabe 
														además qué libertad 
														frenética se ha 
														despertado por salir del 
														estadio de las eternas 
														discusiones y llegar a 
														cualquier precio a una 
														decisión. Ha tenido 
														también que experimentar 
														en su propia carne una 
														posición sumamente 
														expuesta entre la fronda 
														anarquista y la 
														disciplina 
														revolucionaria. Por todo 
														ello no merece excusa, 
														si tuviera al 
														movimiento, en una 
														primera apariencia 
														superficialísima, por 
														"artístico", "poético". 
														Si lo fue en los 
														comienzos, también 
														Breton explicó entonces 
														su voluntad de romper 
														con una praxis que 
														expone al público las 
														sedimentaciones 
														literarias de una 
														determinada forma de 
														existencia, ocultándole 
														en cambio esa forma de 
														existencia. Lo cual 
														significa, formulado más 
														breve y dialécticamente: 
														se ha hecho saltar desde 
														dentro el ámbito de la 
														creación literaria en 
														cuanto que un círculo de 
														hombres en estrecha 
														unión ha empujado la 
														"vida literaria" hasta 
														los límites extremos de 
														lo posible. Y se les 
														puede creer 
														literalmente, cuando 
														afirman que la Saison en 
														enfer de Rimbaud no 
														tiene ya para ellos 
														ningún misterio. Puesto 
														que de hecho es ese 
														libro el primer 
														documento del 
														movimiento. (De los 
														últimos tiempos. En 
														cuanto a predecesores 
														más antiguos hablaremos 
														luego.) ¿Se puede 
														expresar el caso de que 
														se trata más 
														definitivamente, con 
														mayor brillantez que la 
														de Rimbaud en el 
														ejemplar que manejaba 
														del libro citado? Donde 
														dice: "sobre la seda de 
														los mares y de las 
														flores árticas", escribe 
														más tarde en el margen: 
														"No existen." 
														  
														
														En un 
														tiempo, 1924, en que la 
														evolución no se preveía 
														todavía, ha mostrado 
														Aragon en su Vague de 
														rêves la sustancia 
														imperceptible, marginal, 
														en la que originalmente 
														se enfundaba el embrión 
														dialéctico que se ha 
														desarrollado en el 
														surrealismo. Porque no 
														cabe duda de que el 
														estadio heroico, del que 
														Aragon nos ha legado el 
														catálogo de personajes, 
														se ha terminado. En 
														tales movimientos hay 
														siempre un instante en 
														que la tensión original 
														de la sociedad secreta 
														tiene que explotar en la 
														lucha objetiva, profana 
														por el poder y el 
														dominio, o de lo 
														contrario se 
														transformará y se 
														desmoronará como 
														manifestación pública. 
														En esta fase de 
														transformación está 
														ahora el surrealismo. 
														Pero entonces, cuando 
														irrumpió sobre sus 
														fundadores en figura de 
														ola que inspira sueños, 
														parecía lo más integral, 
														lo más concluyente, lo 
														más absoluto. Todo 
														aquello con lo que 
														entraba en contacto se 
														integraba. La vida 
														parecía que sólo merecía 
														la pena de vivirse, 
														cuando el umbral entre 
														la vigilia y el sueño 
														quedaba desbordado como 
														por el paso de imágenes 
														que se agitan en masa; 
														el lenguaje era sólo 
														lenguaje, si el sonido y 
														la imagen, la imagen y 
														el sonido, se 
														interpenetraban con una 
														exactitud automática, 
														tan felizmente que ya no 
														quedaba ningún resquicio 
														para el grosor del 
														"sentido". Imagen y 
														lenguaje tienen 
														precedencia. Saint-Paul 
														Roux fija en su puerta, 
														cuando por la mañana se 
														retira a dormir, un 
														letrero: "Le poète 
														travaille". Breton 
														advierte: "Calma. Quiero 
														adentrarme a donde nadie 
														se ha adentrado. Calma. 
														Tras de ti, lenguaje 
														amadísimo." El lenguaje 
														tiene la precedencia.
														
														 
														
														Y no 
														sólo antes que el 
														sentido. En el andamiaje 
														del mundo el sueño 
														afloja la individualidad 
														como si fuese un diente 
														cariado. Y este 
														relajamiento del yo por 
														medio de la ebriedad es 
														además la fértil, viva 
														experiencia que permite 
														a esos hombres salir de 
														su fascinación ebria. 
														Pero no es éste el lugar 
														de acotar la experiencia 
														surrealista en toda su 
														determinación. Quien 
														perciba que en los 
														escritos de este círculo 
														no se trata de 
														literatura, sino de otra 
														cosa: de manifestación, 
														de consigna, de 
														documento, de "bluff", 
														de falsificación si se 
														quiere, pero, sobre 
														todo, no de literatura; 
														ése sabrá también que de 
														lo que se habla 
														literalmente es de 
														experiencias, no de 
														teorías o mucho menos de 
														fantasmas. Y esas 
														experiencias de ningún 
														modo reducen al sueño, a 
														las horas de fumar opio 
														o mascar haschisch. Es 
														un gran error pensar que 
														sólo conocemos de las 
														"experiencias 
														surrealistas" los 
														éxtasis religiosos o los 
														éxtasis de las drogas. 
														Opio del pueblo ha 
														llamado Lenin a la 
														religión, aproximando 
														estas dos cosas más de 
														lo que les gustaría a 
														los surrealistas. 
														Hablaremos de la 
														rebelión amarga, 
														apasionada, en contra 
														del catolicismo, que así 
														es como Rimbaud, 
														Lautréamont, Apollinaire 
														trajeron al mundo el 
														surrealismo. Pero la 
														verdadera superación 
														creadora de la 
														iluminación religiosa no 
														está, desde luego, en 
														los estupefacientes. 
														Está en una iluminación 
														profana de inspiración 
														materialista, 
														antropológica, de la que 
														el haschisch, el opio u 
														otra droga no son más 
														que escuela primaria. 
														(Pero peligrosa. Y la de 
														las religiones es más 
														estricta todavía.) 
														  
														
														Esa 
														iluminación profana no 
														siempre ha encontrado al 
														surrealismo a su altura, 
														a la suya y a la de él 
														mismo. Escritos como el 
														incomparable Paysan de 
														Paris, de Aragon, y la 
														Nadja, de Breton, que 
														son los que la denotan 
														con más fuerza, muestran 
														en este punto claras 
														deficiencias. Así hay en 
														Nadja un pasaje 
														excelente sobre los 
														"arrebatadores días de 
														saqueo parisiense en el 
														signo de Sacco y 
														Vanzetti"; Breton 
														concluye con toda 
														seguridad que el 
														boulevard Bonne-Nouvelle 
														ha cumplido en esos días 
														la promesa estratégica 
														de revuelta que siempre 
														ha dado su nombre. Pero 
														también aparece una tal 
														Sacco, que no es la 
														mujer de la víctima de 
														Fuller, sino una "voyante", 
														una adivina, que vive en 
														el 3 de la rue des 
														Usines y que sabe 
														contarle a Paul Eluard 
														que nada bueno tiene que 
														esperar de Nadja. 
														Confesemos entonces que 
														los caminos del 
														surrealismo van por 
														tejados, pararrayos, 
														goteras, barandas, 
														veletas, artesonados 
														(todos los ornamentos le 
														sirven al que escala 
														fachadas); confesemos 
														que además llegan hasta 
														el húmedo cuarto trasero 
														del espiritismo. Pero no 
														le oímos de buen grado 
														golpear tímidamente los 
														vidrios de las ventanas 
														para preguntar por su 
														futuro. ¿Quién no 
														quisiera saber a estos 
														hijos adoptivos de la 
														revolución 
														exactísimamente 
														separados de todo lo que 
														se ventila en los 
														conventículos de 
														trasnochadas damas 
														pensionistas, de 
														oficiales retirados, de 
														especuladores emigrados?
														
														 
														
														Por 
														lo demás, el libro de 
														Breton está hecho para 
														ilustrar algunos rasgos 
														fundamentales de esa 
														"iluminación profana". 
														El mismo llama a Nadja 
														un "livre à la porte 
														battante". (En Moscú 
														vivía yo en un hotel, 
														cuyas habitaciones 
														estaban casi todas 
														ocupadas por lamas 
														tibetanos, que habían 
														venido a la ciudad para 
														un congreso de todas las 
														iglesias budistas. Me 
														llamó la atención la 
														cantidad de puertas 
														constantemente 
														entornadas en los 
														pasillos. Lo que al 
														comienzo parecía 
														casualidad terminó por 
														resultarme misterioso. 
														Supe entonces que en 
														esas habitaciones se 
														alojaban los miembros de 
														una secta que habían 
														prometido no morar nunca 
														en espacios cerrados. El 
														susto que experimenté es 
														el que debe percibir el 
														lector de Nadja) Vivir 
														en una casa de cristal 
														es la virtud 
														revolucionaria par 
														excellence. Es una 
														ebriedad, un 
														exhibicionismo moral que 
														necesitamos mucho. La 
														discreción en los 
														asuntos de la propia 
														existencia ha pasado de 
														virtud aristocrática a 
														ser cada vez más 
														cuestión de pequeños 
														burgueses arribistas. 
														Nadja ha encontrado la 
														verdadera síntesis 
														creadora entre novela 
														artística y novela en 
														clave.   
														
														Basta 
														sólo con tomar al amor 
														en serio —y a ello lleva 
														Nadja— para reconocer en 
														él una "iluminación 
														profana". Así cuenta el 
														autor: "Entonces (es 
														decir: en el tiempo de 
														su trato con Nadja) me 
														ocupé mucho de la época 
														de Luis VII, porque era 
														la época de las "cortes 
														de amor", y procuré 
														representarme con gran 
														intensidad cómo era 
														aquella vida." Sobre el 
														amor cortesano provenzal 
														sabemos, por medio de un 
														autor nuevo, cosas más 
														exactas y 
														sorprendentemente 
														próximas a la concepción 
														surrealista del amor. 
														"Todos los poetas de 
														"estilo nuevo" poseen 
														—dice Erich Auerbach en 
														su excelente obra acerca 
														de Dante como poeta del 
														mundo terreno— una amada 
														mística y a todos les 
														suceden las mismas 
														especiales aventuras 
														amorosas, ya que a todos 
														les otorga o les niega 
														Amore dones que más se 
														asemejan a una 
														iluminación que a un 
														goce sensual; todos 
														pertenecen a una especie 
														de unión secreta que 
														determina su vida 
														interior y tal vez 
														también la exterior." Se 
														trata de suyo de la 
														dialéctica de la 
														ebriedad. ¿No es quizá 
														todo éxtasis en un mundo 
														sobriedad que avergüenza 
														en el complementario? 
														¿Acaso quiere otra cosa 
														el amor cortesano (que 
														es el que une a Breton, 
														y no el amor, con la 
														muchacha telepática) que 
														identificar la castidad 
														con el arrobamiento? 
														Arrobamiento a un mundo 
														que no sólo limita con 
														criptas del Sagrado 
														Corazón de Jesús o con 
														altares marianos, sino 
														que cada mañana está 
														ante una batalla o tras 
														una victoria.   
														
														La 
														dama es lo más 
														insignificante en el 
														amor esotérico. Y así 
														también en Breton. Está 
														más cerca de las cosas 
														de las que está cerca 
														Nadja que de ella misma. 
														¿Cuáles son, pues, esas 
														cosas de las que está 
														cerca? Su canon resulta 
														en cuanto al surrealismo 
														enormemente ilustrativo. 
														¿Por dónde empezar? 
														Puede pagarse de haber 
														hecho un descubrimiento 
														sorprendente. Tropezó 
														por de pronto con las 
														energías revolucionarias 
														que se manifiestan en lo 
														"anticuado", en las 
														primeras construcciones 
														de hierro, en los 
														primeros edificios de 
														fábricas, en las fotos 
														antiguas, en los objetos 
														que comienzan a caer en 
														desuso, en los pianos de 
														cola de los salones, en 
														las ropas de hace más de 
														cinco años, en los 
														locales de reuniones 
														mundanas que empiezan a 
														no estar ya en boga. 
														Nadie mejor que estos 
														autores puede dar una 
														idea tan exacta de cómo 
														están estas cosas 
														respecto de la 
														revolución. Antes que 
														estos visionarios e 
														intérpretes de signos 
														nadie se había percatado 
														de cómo la miseria (y no 
														sólo lo social, sino la 
														arquitectónica, la 
														miseria del interior, 
														las cosas esclavizadas y 
														que esclavizan) se 
														transpone en nihilismo 
														revolucionario. Para no 
														hablar de Passage de 
														l'Opéra, de Aragon: 
														Breton y Nadja son la 
														pareja amorosa que 
														cumple, si no en acción, 
														sí en experiencia 
														revolucionaria, todo lo 
														que hemos experimentado 
														en tristes viajes en 
														tren (los trenes 
														comienzan a envejecer), 
														en tardes de domingo 
														dejadas de la mano de 
														Dios en los barrios 
														proletarios de las 
														grandes ciudades, en la 
														primera mirada a través 
														de una ventana mojada 
														por la lluvia en una 
														casa nueva. Hacen que 
														exploten las poderosas 
														fuerzas de la "Stimmung" 
														escondidas en esas 
														cosas. ¿Cómo creemos que 
														se configuraría una vida 
														que en el instante 
														decisivo se dejara 
														determinar por la última 
														copla callejera que está 
														de moda?   
														
														La 
														treta que domina este 
														mundo de cosas (es más 
														honesto hablar aquí de 
														treta que de método) 
														consiste en permutar la 
														mirada histórica sobre 
														lo que ya ha sido por la 
														política. "Abríos 
														tumbas, vosotros, 
														muertos de las 
														pinacotecas, cadáveres 
														de detrás de los 
														biombos, en los 
														palacios, en los 
														castillos y en los 
														monasterios; aquí está 
														el fabuloso portero, que 
														tiene en las manos un 
														manojo de llaves de 
														todos los tiempos, que 
														sabe cómo hay que 
														escaparse de los más 
														encubiertos castillos y 
														que os invita a avanzar 
														en medio del mundo 
														actual, a mezclaros 
														entre los cargadores, 
														los mecánicos, a los que 
														el dinero ennoblece, a 
														poneros cómodos en sus 
														automóviles, que son 
														hermosos como armaduras 
														del tiempo de 
														caballerías, a tomar 
														sitio en los 
														coches-camas 
														internacionales, y a 
														transpirar junto con 
														todas las gentes que 
														todavía hoy están 
														orgullosas de sus 
														privilegios. Pero la 
														civilización acabará con 
														ellos en breve." Su 
														amigo Henri Hertz pone 
														este discurso en boca de 
														Apollinaire. Y de 
														Apollinaire es la 
														técnica. En su volumen 
														de novelas cortas, 
														L'Hérésiarque la utiliza 
														con cálculo maquiavélico 
														para desinflar al 
														catolicismo (al que se 
														apegaba interiormente).
														
														 
														
														En el 
														centro de este mundo de 
														cosas está el más soñado 
														de sus objetos, la misma 
														ciudad de París. Pero 
														sólo la revuelta extrae 
														por completo su rostro 
														surrealista. (Calles 
														vacías de gente, en las 
														que los silbidos y los 
														disparos dictan la 
														decisión.) Y ningún 
														rostro es surrealista en 
														el grado en que lo es el 
														verdadero rostro de una 
														ciudad. Ningún cuadro. 
														de Chirico o de Max 
														Ernst puede medirse con 
														los vigorosos perfiles 
														de sus fortines 
														interiores, que primero 
														han de ser conquistados 
														y ocupados para llegar a 
														dominar su suerte, 
														dominar lo que es suyo 
														en su suerte, en la 
														suerte de sus masas. 
														Nadja es un exponente de 
														esas masas y de lo que 
														las inspira 
														revolucionariarnente: 
														"La grande inconscience 
														vive et sonore qui 
														m'inspire mes seuls 
														actes probants dans le 
														sens ou totijours je 
														veux prouver qu'elle 
														dispose à tout jamais de 
														tout ce qui est à moi." 
														Aquí encontramos por 
														tanto la consignación de 
														esas fortificaciones, 
														comenzando por esa Place 
														Maubert, en la que como 
														en ningún otro sitio ha 
														conservado la suciedad 
														su entero poderío 
														simbólico, hasta aquel 
														"Théâtre Moderne", que 
														no haber conocido me 
														llena de desconsuelo. La 
														descripción de Breton 
														del bar en el piso alto 
														("está muy oscuro, con 
														vestíbulos a modo de 
														túneles en los que uno 
														no es capaz de 
														encontrarse; un salón en 
														el fondo del mar") es 
														algo que me recuerda a 
														un incomprendido ámbito 
														de un antiguo café. Era 
														el cuarto de atrás en el 
														piso primero, con sus 
														parejas en una luz azul. 
														Le llamábamos "la 
														anatomía". Era el último 
														local para el amor. En 
														tales pasajes interviene 
														en Breton de manera muy 
														curiosa la fotografía. 
														De las calles, las 
														puertas, las plazas de 
														la ciudad, hace 
														ilustraciones de una 
														novela por entregas; 
														vacía esas 
														arquitecturas, viejas de 
														siglos, de su trivial 
														evidencia para 
														enfrentarlas, con 
														intensidad sumamente 
														original, al suceso 
														representado, al cual, 
														como en los antiguos 
														libros para criadas de 
														servicio, remiten citas 
														literales con indicación 
														del número de la página. 
														Y todos los lugares de 
														París que surgen aquí 
														son pasajes en los que 
														lo que hay entre esos 
														hombres se mueve como 
														una puerta giratoria.
														
														 
														
														También el París de los 
														surrealistas es un 
														"pequeño mundo". Esto es 
														que tampoco en el 
														grande, en el cosmos, 
														hay otra cosa. En él hay 
														carrefours en los que 
														centellean espectrales 
														las señales de tráfico y 
														están a la orden del día 
														analogías inimaginables 
														e imbricaciones de 
														sucesos. Es el espacio 
														del que da noticia la 
														lírica del surrealismo. 
														Cosa que hay que 
														advertir, aunque no sea 
														más que para salir al 
														paso del obligado 
														malentendido del "arte 
														por el arte". Porque el 
														arte por el arte casi 
														nunca lo ha sido para 
														que lo tomemos 
														literalmente, casi 
														siempre ha sido un 
														pabellón bajo el cual 
														navega una mercancía que 
														no se puede declarar 
														porque le falta el 
														nombre. Sería éste el 
														momento de ir a una obra 
														que ilustraría como 
														ninguna otra la crisis 
														del arte de la que somos 
														testigos: una historia 
														de la creación literaria 
														esotérica. Tampoco es 
														casualidad que falte. 
														Puesto que escribirla 
														como reclama ser escrita 
														(esto es no como una 
														obra colectiva en la que 
														cada "especialista" 
														aporte lo más digno de 
														ser sabido en su 
														terreno, sino como un 
														escrito fundado por 
														quien, por necesidad 
														interna, expone menos la 
														historia de un 
														desarrollo que el 
														resurgimiento original, 
														renovado siempre, de la 
														creación literaria 
														esotérica), haría de 
														ella uno de esos textos 
														de confesión erudita con 
														los que hay que contar 
														en cada siglo. En su 
														última hoja tendríamos 
														que encontrar la placa 
														de rayos X del 
														surrealismo. En la 
														Introduction au discours 
														sur le peu de réalité 
														sugiere Breton que el 
														realismo filosófico de 
														la Edad Media está a la 
														base de la experiencia 
														poética. Pero ese 
														realismo, su fe, por 
														tanto, en una existencia 
														aparte de los conceptos 
														ya fuera, ya dentro de 
														las cosas, ha encontrado 
														siempre muy rápidamente 
														el tránsito del reino 
														conceptual lógico al 
														reino mágico de las 
														palabras. Y son 
														experimentos mágicos con 
														las palabras, no 
														jugueteos artísticos, 
														los apasionados juegos 
														de transformación 
														fonética y gráfica que 
														desde hace quince años 
														campean por toda 
														literatura de 
														vanguardia, llámese ésta 
														futurismo, dadaísmo o 
														surrealismo. Cómo se 
														interpenetran la 
														consigna, la fórmula 
														mágica y el concepto, lo 
														muestran las siguientes 
														frases de Apollinaire en 
														su último manifiesto: 
														L'esprit nouveau et les 
														poètes. Dice, pues, en 
														1918: "No hay nada 
														moderno en la poesía que 
														corresponda a la rapidez 
														y simplicidad con que 
														todos nos hemos 
														acostumbrado a designar 
														por medio de una sola 
														palabra entidades tan 
														complejas como una 
														multitud, un pueblo, el 
														universo. Pero los 
														poetas actuales llenan 
														esta laguna; sus 
														creaciones sintéticas 
														producen nuevas 
														realidades cuya 
														manifestación plástica 
														es tan compleja como la 
														de las palabras para lo 
														colectivo." Claro que 
														tanto Apollinaire como 
														Breton avanzan aún más 
														enérgicamente en la 
														misma dirección y llevan 
														a cabo la anexión del 
														surrealismo al mundo 
														entorno, cuando 
														declaran: "Las 
														conquistas de la ciencia 
														consisten mucho más que 
														en un pensamiento lógico 
														en un pensamiento 
														surrealista." Y cuando, 
														con otras palabras, 
														hacen de la 
														mixtificación, cuya 
														cúspide ve Breton en la 
														poesía (opinión muy 
														defendible), el 
														fundamento del 
														desarrollo científico y 
														técnico, la integración 
														es más que tormentosa. 
														Resulta muy instructivo 
														considerar la apresurada 
														anexión de este 
														movimiento al 
														incomprendido milagro de 
														la máquina, comparar las 
														ardientes fantasías de 
														uno con las utopías bien 
														ventiladas del otro. Así 
														dice Apollinaire: "En 
														gran parte se han 
														realizado las antiguas 
														fábulas. Les toca ahora 
														a los poetas imaginar 
														otras nuevas, que a su 
														vez quieran realizar los 
														inventores."   
														
														"Pensar en cualquier 
														actividad humana me hace 
														reír." Esta opinión de 
														Aragon designa con toda 
														claridad el camino que 
														ha tenido que recorrer 
														el surrealismo desde sus 
														orígenes hasta su 
														politización. En su 
														escrito La révolution et 
														les intellectuels, 
														Pierre Naville, que 
														perteneció a este grupo 
														en sus comienzos, dice 
														que esta evolución es 
														dialéctica. La enemistad 
														de la burguesía respecto 
														de cualquier 
														demostración radical de 
														libertad de espíritu 
														desempeña un papel 
														capital, importante, en 
														esta transformación de 
														una actitud 
														contemplativa extrema en 
														una oposición 
														revolucionaria. Dicha 
														enemistad ha empujado al 
														surrealismo hacia la 
														izquierda. 
														Acontecimientos 
														políticos, sobre todo la 
														guerra de Marruecos, 
														aceleraron esta 
														evolución. Con el 
														manifiesto "Los 
														intelectuales contra la 
														guerra de Marruecos", 
														aparecido en L'Humanité, 
														se ganó una plataforma 
														fundamentalmente 
														distinta a la que 
														caracteriza, por 
														ejemplo, el famoso 
														escándalo en el banquete 
														de Saint-Pol Roux. 
														Entonces, poco después 
														de la guerra, los 
														surrealistas, viendo 
														comprometida, por la 
														presencia de elementos 
														nacionalistas, la 
														celebración de uno de 
														sus adorados poetas, 
														rompieron en gritos de 
														"¡Viva Alemania!". Se 
														quedaron en los límites 
														del escándalo, contra el 
														cual la burguesía, como 
														se sabe, es tan 
														insensible como sensible 
														contra toda acción. Los 
														capítulos "Persecución" 
														y "Asesinato", de 
														Apollinaire, contienen 
														una descripción famosa 
														de un "progrom" de 
														poetas. Las editoriales 
														son asaltadas, los 
														libros de poemas 
														arrojados al fuego, los 
														poetas muertos a golpes. 
														Y las mismas escenas 
														tienen lugar al mismo 
														tiempo en la Tierra 
														entera. En Aragon, la "imagination", 
														en el presentimiento de 
														tales horrores, incita a 
														sus tropas a una última 
														cruzada.   
														
														Para 
														entender estas 
														profecías, así como la 
														línea que ha alcanzado 
														el surrealismo, es 
														preciso medir 
														estratégicamente y 
														preguntarse por la 
														índole de pensamiento 
														que se extiende en la 
														llamada inteligencia 
														bien pensante de 
														izquierda burguesa. La 
														cual se manifiesta con 
														suficiente claridad en 
														la orientación actual 
														respecto de Rusia de 
														esos círculos. 
														Naturalmente que no 
														hablamos de Béraud, que 
														ha abierto vía a la 
														mentira sobre Rusia, ni 
														tampoco de Fabre-Luce, 
														que le sigue, como buen 
														asno, trotando por 
														dichas vías, bien 
														cargado con todos los 
														resentimientos 
														burgueses. Pero ¡qué 
														problemático es incluso 
														el típico libro de 
														mediación de Duhamel! 
														Difícilmente se soporta 
														el lenguaje de teólogo 
														que le cruza, lenguaje 
														forzadamente riguroso, 
														forzadamente esforzado y 
														cordial. ¡Qué manido el 
														método, dictado por el 
														desconocimiento del 
														lenguaje y por el 
														apocamiento, de empujar 
														las cosas hacia 
														cualquier iluminación 
														simbólica! ¡Qué traidor 
														su resumen: "La 
														verdadera, profunda 
														revolución que, en 
														cierto sentido, podría 
														transformar la sustancia 
														del alma eslava, no ha 
														ocurrido todavía." Esto 
														es lo típico de esta 
														inteligencia francesa de 
														izquierdas (exactamente 
														igual que de la rusa): 
														su función positiva 
														proviene por entero de 
														un sentimiento de 
														obligación, no respecto 
														de la revolución, sino 
														de la cultura heredada. 
														Su ejecutoria colectiva 
														se acerca, en lo que 
														tiene de positiva, a la 
														de los conservadores. 
														Pero política y 
														económicamente habrá que 
														contar siempre con el 
														peligro de que hagan 
														sabotaje.   
														
														Lo 
														característico de esta 
														posición burguesa de 
														izquierdas es el 
														maridaje incurable de 
														moral idealista con 
														praxis política. Ciertos 
														elementos medulares del 
														surrealismo, incluso de 
														la tradición 
														surrealista, sólo se 
														entenderán en contraste 
														con los compromisos 
														desvalidos de la "Gesinnung". 
														Aunque en orden a ese 
														entendimiento no es que 
														hayan pasado muchas 
														cosas. Demasiado 
														seductor ha sido captar, 
														en un inventario del 
														snobismo, el satanismo 
														de un Rimbaud o de un 
														Lautréamont como 
														contrapeso del arte por 
														el arte. Pero si uno se 
														resuelve a abrir ese 
														romántico cajón secreto, 
														encontrará en él algo 
														útil. Encontrará el 
														culto del mal como un 
														aparato romántico de 
														desinfección y 
														aislamiento contra todo 
														dilettantismo 
														moralizante. En esta 
														convicción tropezaremos 
														en Breton con el 
														escenario de una pieza 
														tremenda, en cuyo centro 
														está, en retrospectiva 
														quizá de un par de 
														décadas, una violación 
														infantil. Entre los años 
														1865 y 1875 algunos 
														grandes anarquistas, sin 
														saber los unos de los 
														otros, trabajaron en sus 
														máquinas infernales. Y 
														lo que resulta 
														sorprendente: 
														independientemente unos 
														de otros, pusieron su 
														reloj a la misma hora, y 
														cuarenta años más tarde 
														explotaron en Europa 
														occidental a tiempo 
														simultáneo los escritos 
														de Dostoyevski, de 
														Rimbaud y de Lautréamont. 
														Para ser más exactos 
														podríamos destacar en la 
														obra completa de 
														Dostoyevski el pasaje 
														publicado por primera 
														vez en 1915: "La 
														confesión de Stavrogin" 
														en Los endemoniados. 
														Este capítulo, que está 
														en estrecho contacto con 
														el tercer canto de los 
														Chants de Maldorar, 
														contiene una 
														justificación del mal, 
														que expresa ciertos 
														motivos del surrealismo 
														con mayor fuerza que la 
														que logra cualquiera de 
														sus actuales portavoces. 
														Porque Stavrogin es un 
														surrealista "avant la 
														lettre". Nadie como él 
														ha captado la falta de 
														vislumbre con la que el 
														cursi opina que el bien, 
														con todas las virtudes 
														de quien lo ejerza, está 
														inspirado por Dios; pero 
														que el mal procede 
														enteramente de nuestra 
														espontaneidad y por eso 
														somos en él 
														independientes, somos en 
														él seres instalados en 
														nosotros mismos. Nadie 
														como él ha visto en la 
														acción más indigna, y 
														precisamente en ella, la 
														inspiración. Igual que 
														el burgués idealista 
														hace con la virtud, 
														percibe él la infamia 
														como algo preformado en 
														el curso del mundo, en 
														nosotros mismos, como 
														algo que nos acercan, si 
														es que no nos lo 
														imponen. El Dios de 
														Dostoyevski no sólo ha 
														creado el cielo y la 
														tierra, el hombre y el 
														animal, sino además la 
														indignidad, la venganza, 
														la crueldad. Tampoco en 
														esta obra le ha dejado 
														entrometerse al diablo. 
														Por eso aparece el mal 
														en él con entera 
														originalidad, quizá no 
														"espléndido", pero sí 
														siempre nuevo, "como en 
														el primer día", a miles 
														de kilómetros de los 
														clichés en que a los 
														filisteos se les aparece 
														el pecado.   
														
														La 
														gran tensión, que 
														capacita a los poetas 
														aludidos para su 
														sorprendente efecto a 
														distancia, queda 
														documentada, si bien de 
														manera ridícula, por la 
														carta que Isidore 
														Ducasse dirige el 23 de 
														octubre de 1869 a su 
														editor para hacer 
														plausible su poesía. Se 
														coloca en una línea con 
														Mickiewicz, Milton, 
														Southey, Alfred de 
														Musset, Baudelaire, y 
														dice: "Claro que he 
														adoptado un tono más 
														lleno, para introducir 
														algo nuevo en esta 
														literatura, que sólo 
														canta la desesperación 
														para que el deprimido 
														lector añore con más 
														fuerza el bien como 
														medio de salvación. Esto 
														es que a la postre sólo 
														se canta al bien, aunque 
														el método sea más 
														filosófico y menos 
														ingenuo que el de la 
														antigua escuela, de la 
														que todavía viven Víctor 
														Hugo y algunos otros." 
														Pero si el errático 
														libro de Lautréamont 
														está en algún contexto, 
														permite que se le 
														instale en uno, será 
														éste el de la 
														insurrección. Por ello 
														era comprensible, y de 
														suyo no carecía de 
														intuición, intentar, 
														como hizo Soupault en 
														1927 para la edición de 
														sus obras completas 
														escribir una vita 
														politica de Isidore 
														Ducasse. Por desgracia 
														no hay documentos al 
														respecto y los que 
														aportó Soupault 
														consistían en una 
														confusión. En cambio el 
														ensayo correspondiente 
														se logró por suerte con 
														Rimbaud y es mérito de 
														Marcel Coulon haber 
														defendido su verdadera 
														imagen contra la 
														usurpación católica de 
														Claudel y Berrichon. 
														Rimbaud es católico, 
														desde luego; pero lo es, 
														según el mismo lo 
														expone, en su parte más 
														miserable, ésa que nunca 
														se cansa de denunciar, 
														de entregar a su odio y 
														al de cualquiera, a su 
														desprecio y al de los 
														otros: la parte que le 
														fuerza a confesar que no 
														entiende la revuelta. 
														Pero ésta es la 
														confesión de un hombre 
														de la Comuna que no 
														llegó a hacer su 
														cometido. Y cuando dio 
														la espalda a la poesía, 
														se había ya despedido en 
														sus creaciones más 
														tempranas de la 
														religión. "A ti, odio, 
														he confiado mi tesoro", 
														escribe en la Saison en 
														enfer. Y en estas 
														palabras podría 
														encaramarse una poética 
														del surrealismo. Sus 
														raíces alcanzarían más 
														hondo en los 
														pensamientos de Poe que 
														la teoría de la "surprise", 
														del poetizar 
														sorprendido, que procede 
														de Apollinaire.   
														
														Un 
														concepto radical de 
														libertad no lo ha habido 
														en Europa desde Bakunin. 
														Los surrealistas lo 
														tienen. Ellos son los 
														primeros en liquidar el 
														esclerótico ideal 
														moralista, humanista y 
														liberal de libertad, ya 
														que les consta que "la 
														libertad en esta tierra 
														sólo se compra con miles 
														de durísimos sacrificios 
														y que por tanto ha de 
														disfrutarse, mientras 
														dure, ilimitadamente, en 
														su plenitud y sin ningún 
														cálculo pragmático". Lo 
														cual les prueba que "la 
														lucha por la liberación 
														de la humanidad en su 
														más simple figura 
														revolucionaria (que es 
														la liberación en todos 
														los aspectos) es la 
														única cosa que queda a 
														la que merezca la pena 
														servir". ¿Pero consiguen 
														soldar esta experiencia 
														de libertad con la otra 
														experiencia 
														revolucionaria, la que 
														tenemos que reconocer, 
														puesto que la teníamos 
														ya: la de lo 
														constructivo, 
														dictatorial de la 
														revolución? ¿Cómo nos 
														representaríamos una 
														existencia, que se 
														cumpliese por entero en 
														el boulevard 
														Bonne-Nouvelle, en 
														espacios de Le Corbusier 
														y de Oud?   
														
														Ganar 
														las fuerzas de la 
														ebriedad para la 
														revolución. En torno a 
														ello gira el surrealismo 
														en todos sus libros y 
														empresas. De esta tarea 
														puede decir que es la 
														más suya. Nada se hace 
														por ella por el hecho de 
														que, como muy bien 
														sabemos, en todo acto 
														revolucionario esté viva 
														una componente de 
														ebriedad. Esta 
														componente se identifica 
														con la anárquica. Pero 
														poner exclusivamente el 
														acento sobre ella 
														significaría posponer 
														por completo la 
														preparación metódica y 
														disciplinaria de la 
														revolución en favor de 
														una praxis que oscila 
														entre el ejercicio y la 
														víspera. A lo cual se 
														añade una visión corta y 
														nada dialéctica de la 
														naturaleza de la 
														ebriedad. La estética 
														del pintor, del poeta 
														"en état de surprise", 
														del arte como reacción 
														sorprendida, está presa 
														en algunos prejuicios 
														románticos 
														catastróficos. Toda 
														fundamentación de los 
														dones y fenómenos 
														ocultos, surrealistas, 
														fantasmagóricos, tiene 
														como presupuesto una 
														implicación dialéctica 
														que jamás llegará a 
														apropiarse una cabeza 
														romántica. Subrayar 
														patética o fanáticamente 
														el lado enigmático de lo 
														enigmático, no nos hace 
														avanzar. Más bien 
														penetramos el misterio 
														sólo en el grado en que 
														lo reencontramos en lo 
														cotidiano por virtud de 
														una óptica dialéctica 
														que percibe lo cotidiano 
														como impenetrable y lo 
														impenetrable como 
														cotidiano. La 
														investigación apasionada 
														por ejemplo de fenómenos 
														telepáticos no nos 
														enseña sobre la lectura 
														(proceso eminentemente 
														telepático) ni la mitad 
														de lo que aprendemos 
														sobre dichos fenómenos 
														por medio de una 
														iluminación profana, 
														esto es, leyendo. 0 
														también: la 
														investigación apasionada 
														acerca del fumar 
														haschisch no nos enseña 
														sobre el pensamiento 
														(que es un narcótico 
														eminente) ni la mitad de 
														lo que aprendemos sobre 
														el haschisch por medio 
														de una iluminación 
														profana, esto es, 
														pensando. El lector, el 
														pensativo, el que 
														espera, el que callejea 
														son tipos de iluminados 
														igual que el consumidor 
														de opio, el soñador, el 
														ebrio. Y, sin embargo, 
														son profanos. Para no 
														hablar de esa droga 
														terrible, nosotros 
														mismos, que tomamos en 
														la soledad.   
														
														Ganar 
														las fuerzas de la 
														ebriedad para la 
														revolución. Con otras 
														palabras: ¿política 
														poética? "Nous en avons 
														soupé. Todo antes que 
														eso." Nos interesará por 
														tanto aún más un excurso 
														en la poemática de las 
														cosas. Puesto que: ¿cuál 
														es el programa de los 
														partidos burgueses? Un 
														mal poema de primavera, 
														lleno hasta reventar de 
														comparaciones. El 
														socialista ve ese 
														"futuro más bello de 
														nuestros hijos y nietos" 
														en que todos se porten 
														"como, si fuesen 
														ángeles" y en que cada 
														uno tenga tanto "como si 
														fuese rico" y en que 
														cada uno viva "como si 
														fuese libre". Pero de 
														ángeles, riqueza, 
														libertad, ni rastro. 
														Todo son solamente 
														imágenes. ¿Y cuál es el 
														tesoro imaginero de esos 
														poetas de los centros 
														socialdemócratas? ¿Cuál 
														es su "Gradus ad 
														Parnassum"? El 
														optimismo. Qué otro es 
														en cambio el aire que se 
														respira en el escrito de 
														Naville, que hace de la 
														"organización del 
														pesimismo" la exigencia 
														del día. En nombre de 
														sus amigos literarios 
														plantea un ultimatum 
														para que infaliblemente 
														tenga que confesar su 
														color ese optimismo 
														diletante y sin 
														conciencia: ¿cuáles son 
														los presupuestos de la 
														revolución? ¿La 
														modificación de la 
														actitud interna o la de 
														las circunstancias 
														exteriores? Esta es la 
														pregunta cardinal que 
														determina la relación de 
														política y moral y que 
														no tolera paliativo 
														alguno. El surrealismo 
														se ha aproximado más y 
														más a la respuesta 
														comunista. Lo cual 
														significa: pesimismo en 
														toda la línea. Así es y 
														plenamente.   
														
														Desconfianza en la 
														suerte de la literatura, 
														desconfianza en la 
														suerte de la libertad, 
														desconfianza en la 
														suerte de la humanidad 
														europea, pero sobre todo 
														desconfianza, 
														desconfianza, 
														desconfianza en todo 
														entendimiento: entre las 
														clases, entre los 
														pueblos, entre éste y 
														aquél. Y sólo una 
														confianza ilimitada en 
														la I.G. Farben y en el 
														perfeccionamiento 
														pacífico de las fuerzas 
														aéreas. ¿Y entonces, 
														entonces qué?  
														Adquiere aquí su derecho 
														la intuición que, en el 
														Traité du style, último 
														libro de Aragon, reclama 
														la distinción entre 
														comparación e imagen. 
														Una intuición afortunada 
														en cuestiones de estilo 
														que debe ser prolongada. 
														Prolongación: nunca se 
														encuentran ambas 
														—comparación e imagen— 
														tan drástica, tan 
														irreconciliablemente 
														como en la política. 
														Organizar el pesimismo 
														no es otra cosa que 
														transportar fuera de la 
														política a la metáfora 
														moral y descubrir en el 
														ámbito de la acción 
														política el ámbito de 
														las imágenes de pura 
														cepa. Ambito de imágenes 
														que no se puede ya medir 
														contemplativamente. Si 
														la tarea de la 
														inteligencia 
														revolucionaria es doble: 
														derribar el predominio 
														intelectual de la 
														burguesía y ganar 
														contacto con las masas 
														proletarias, en cuanto a 
														la segunda parte de esa 
														tarea ha fracasado por 
														completo, puesto que no 
														resulta ya posible 
														hacerse con ella 
														contemplativamente. Y 
														este, sin embargo, ha 
														estorbado a los menos 
														para plantearla una y 
														otra vez como 
														contemplativa, 
														invocando, eso sí, a 
														poetas, pensadores y 
														artistas proletarios. En 
														contra de ello tuvo 
														Trotski, en Literatura y 
														revolución, que señalar 
														que sólo puede resultar 
														de una revolución 
														victoriosa. En realidad 
														se trata mucho menos de 
														hacer al artista de 
														procedencia burguesa 
														maestro del "arte 
														proletario", que de 
														ponerlo en función, aun 
														a costa de su 
														efectividad artística, 
														en los lugares 
														importantes de ese 
														ámbito de imágenes. ¿No 
														debiera incluso ser tal 
														vez la interrupción de 
														su "carrera artística" 
														una parte esencial de 
														esa función?  
														Tanto mejores serán los 
														chistes que cuente. Y 
														tanto mejor los contará. 
														Porque también en el 
														chiste, en el insulto, 
														en el malentendido, allí 
														donde una acción sea 
														ella misma la imagen, la 
														establezca de por sí, la 
														arrebate y la devore, 
														donde la cercanía se 
														pierda de vista, es 
														donde se abrirá el 
														ámbito de imágenes 
														buscado, el mundo de 
														actualidad integral y 
														polifacética en el que 
														no hay "aposento noble", 
														en una palabra, el 
														ámbito en el cual el 
														materialismo político y 
														la criatura física 
														comparten al hombre 
														interior, la psique, el 
														individuo (o lo que nos 
														dé más rabia) según una 
														justicia dialéctica 
														(esto es, que ni un solo 
														miembro queda sin 
														partir). Pero tras esa 
														destrucción dialéctica 
														el ámbito se hace más 
														concreto, se hace ámbito 
														de imágenes: ámbito 
														corporal. De nada sirve; 
														es tiempo de confesar 
														que el materialismo 
														metafísico de la 
														observancia de Vogt y de 
														Bujarin no se deja 
														transponer sin rupturas 
														al materialismo 
														antropológico tal y como 
														lo documenta la 
														experiencia de los 
														surrealistas y ya antes 
														la de un Hebel, un Georg 
														Büchner, un Nietzsche, 
														un Rimbaud. Queda un 
														residuo. También lo 
														colectivo es corpóreo. Y 
														la physis, que se 
														organiza en la técnica, 
														sólo se genera según su 
														realidad política y 
														objetiva en el ámbito de 
														imágenes del que la 
														iluminación profana hace 
														nuestra casa. Cuando 
														cuerpo e imagen se 
														interpenetran tan 
														hondamente, que toda 
														tensión revolucionaria 
														se hace excitación 
														corporal colectiva y 
														todas las excitaciones 
														corporales de lo 
														colectivo se hacen 
														descarga revolucionaria, 
														entonces, y sólo 
														entonces, se habrá 
														superado la realidad 
														tanto como el Manifiesto 
														Comunista exige. Por el 
														momento los surrealistas 
														son los únicos que han 
														comprendido sus órdenes 
														actuales. Uno por uno 
														dan su mímica a cambio 
														del horario de un 
														despertador que a cada 
														minuto anuncia sesenta 
														segundos.  
														 
														*Madrid, Taurus, 1980. 
														Traducción de Jesús 
														Aguirre.    |