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THOMAS MANN
 
Franz Kafka y «El Castillo» - Zola y la Edad de Oro - Durero -
 

Zola y la Edad de Oro (1952)

Siempre me ha parecido Emilio Zola como uno de los representantes más destacados, más ejemplares del siglo XIX. Anteriormente, hace ya decenios, lo comparé, ante el escándalo inmotivado de mis compatriotas, los alemanes, con Ricardo Wagner; establecía una relación entre Los Rougon-Macquart y El anillo de los Nibelungos. ¿Es que no existe esa relación? Salta hoy a los ojos el parentesco espiritual de las intenciones e incluso de los medios. Lo que les une no es el ambicioso formato de la obra, el gusto del artista por lo grandioso y lo masivo, no solamente. Desde el punto de vista técnico es el leitmotiv homérico (que se encuentra también en Tolstoi); es ante todo un naturalismo que reúne el símbolo y que está en estrecha conexión con el mito. Porque ¿cómo ignorar en la epopeya de Zola el simbolismo y la inclinación al mito, que eleva su universo hasta lo sobrenatural, a pesar de toda la fuerza drástica y de la brutalidad en otro tiempo escandalosa al servicio de la verdad? Esta Astarté del segundo Imperio, denominada Naná, ¿no es un símbolo y un mito?, ¿de dónde saca su nombre? es una desinencia primitiva, uno de los antiguos balbuceos voluptuosos de la humanidad. Naná era una de las denominaciones de la Ishtar babilónica. ¿Lo sabía Zola? Sería mucho más destacable y característico que lo hubiese ignorado.

Su poderoso espíritu burgués, su prodigiosa ética de trabajo, su fervor de saber, la particular mezcla que combinaba en él una sombría concepción del mundo junto a una violencia grosera, con una capacidad de clara fe en los ideales sencillos, y con su empeño personal en la lucha por defenderlos, todo esto es del más impuesto siglo XIX e igualmente me parece relacionarse con el mito, o, si se prefiere un sinónimo de mito, con la tradición. Porque a pesar de que resguarde el áspero frenesí de verdad que plantea en su obra épica, tras la tradición francesa de la crítica de las costumbres, como, por ejemplo, su acción política de 1898, el famoso yo acuso por el que interviene en el caso Dreyfus, se encuentra bajo la capa de esta tradición francesa; en efecto, es poco probable que sin el prototipo y la advertencia de Voltaire, sin el caso de Jean Calas, el novelista, satisfecho, burguesmente establecido, se hubiese desplegado a la lucha, o que fuese, bajo este aspecto, comprendido por su nación.

Confesemos nuestro sentimiento de envidia ante la feliz simplicidad de la situación moral en la que se encontró situado este hombre, este escritor. Combatir por el derecho y la verdad contra las tenebrosas y antiliberales maquinaciones de una camarilla militar, ¡qué bueno es, qué puro, qué bonito! Y qué benigno relativamente el martirio que acompaña a esta actitud (en comparación con el que nuestra época post-liberal totalitaria inflige a todo no conformista) Dio una vuelta por Inglaterra, donde además contrajo el asma cardiaca, mientras que por otra parte el espíritu de la época prohibía a cualquiera poner las manos en sus bienes, y mucho más sobre sus obras, y mientras que en su país los artículos salidos de su pluma aparecían impunemente; y el año siguiente, después de su vuelta, se le permitió reunir estos mismos artículos bajo el título La verdad en marcha. Verdaderamente uno tiene la impresión de que él salía del paso con poco daño. Después, hemos visto muchos otros en las mismas condiciones. El que viviendo en nuestros días refunfuña contra el aguijón, desenmascarase la mentira, la corrupción del derecho, no tendría que esperar las molestias del orden de las que le asaltaron a Zola, lo que le esperaría sería el aniquilamiento sin frases.

Edad de Oro en que un solo crimen contra el derecho, el rechazo de un inocente aislado, podía poner al mundo en sobresalto, gracias a la palabra de un gran escritor. La regresión moral sobrevenida después es tremenda; tremendo el embotamiento que nuestra alma conoció probando el mal en proporciones masivas. La apatía y el miedo nos rebajan al estado de enfermos morales, y, sin embargo, nos jactamos del refinamiento de nuestra cognición, de nuestro «triunfo sobre el materialismo» e incluso de «una recrudescencia del sentimiento religiosos»

En verdad, ¡qué bien colocados estamos para burlarnos retrospectivamente de la edad burguesa! Admiro en Zola el siglo XIX y reverencio el mito de Francia, esta tradición en la que se inspiraba y que es una tradición de conciencia social y de sensibilidad vigilante en nombre de la libertad, de la verdad y de la dignidad humana.


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© Helios Buira

San Cristóbal - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 2017

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