ENSAYO
DE
UNA
TEORÍA
PSICOLÓGICA
DE
LA
HISTERIA
ADQUIRIDA,
DE
MUCHAS
FOBIAS
Y
REPRESENTACIONES
OBSESIVAS
Y DE
CIERTAS
PSICOSIS
ALUCINATORIAS (1894)
EL
detenido
estudio
de
varios
enfermos
nerviosos
aquejados
de
fobias
y
representaciones
obsesivas
nos
sugirió
un
intento
de
explicación
de
esos
síntomas,
que
ulteriormente
nos
ha
permitido
descubrir
el
origen
de
tales
representaciones
patológicas
en
otros
nuevos
casos,
razón
por
la
cual
lo
creemos
digno
de
publicación
y
examen.
Simultáneamente
a
esta
teoría
psicológica
de
las
fobias
y
las
representaciones
obsesivas,
resultó
de
nuestra
observación
de
los
enfermos
una
aportación
a la
teoría
de
la
histeria,
o
más
bien
una
modificación
de
tal
teoría,
modificación
que
responde
a un
importante
carácter
común
a la
histeria
y a
la
neurosis
mencionada.
Hemos
tenido
además
ocasión
de
penetrar
en
el
mecanismo
psicológico
de
una
forma
patológica
de
innegable
carácter
psíquico,
y al
hacerlo
hallamos
que
la
orientación
de
nuestro
nuevo
punto
de
vista
permitía
establecer
un
visible
enlace
entre
tales
psicosis
y
las
dos
neurosis
a
que
nos
venimos
refiriendo.
Al
final
del
presente
ensayo
expondremos
la
hipótesis
auxiliar,
de
la
que
en
los
tres
casos
indicados
nos
hemos
servido.
I
COMENZAREMOS
por
presentar
la
modificación
que
nos
parece
indispensable
introducir
en
la
teoría
de
la
neurosis
histérica.
Desde
los
excelentes
trabajos
de
P.
Janet,
J.
Breuer
y
otros,
parece
indiscutible
que
el
complejo
sintomático
de
la
histeria
justifica
las
hipótesis
de
una
disociación
de
la
consciencia,
con
formación
de
grupos
psíquicos
separados.
En
cambio,
por
lo
que
respecta
a
las
opiniones
sobre
el
origen
de
esta
disociación
de
la
consciencia
y
sobre
el
papel
que
este
carácter
desempeña
en
la
neurosis
histérica,
no
reina
tanta
claridad.
Según
la
teoría
de
Janet,
la
disociación
de
la
consciencia
es
un
rasgo
primario
de
la
modificación
histérica,
y
depende
de
una
debilidad
congénita
de
la
capacidad
de
síntesis
psíquica,
o
sea
de
una
angostura
del
«campo
de
consciencia»,
que
testimonia
en
calidad
de
estigma
psíquico,
de
la
degeneración
de
los
individuos
histéricos.
A la
teoría
de
Janet,
contra
la
cual
pueden
elevarse,
a
nuestro
juicio,
numerosas
objeciones,
se
opone
la
desarrollada
por
J.
Breuer
en
nuestra
comunicación
sobre
la
histeria.
Según
Breuer,
es
«base
y
condición»
de
la
histeria
la
existencia
de
singulares
estados
de
consciencia
oniriformes,
con
disminución
de
la
facultad
asociativa,
para
los
cuales
propone
el
nombre
de
«estados
hipnoides».
La
disociación
de
la
consciencia
es
entoncesuna
disociación
secundaria
adquirida,
motivada
por
el
hecho
de
que
las
representaciones
surgidas
en
los
estados
hipnoides
se
hallan
excluidas
del
comercio
asociativo
con
los
restantes
contenidos
de
la
consciencia.
Como
prueba
de
nuestras
anteriores
afirmaciones,
podemos
presentar
ahora
dos
o
tres
formas
extremas
de
la
histeria,
en
las
cuales
no
puede
considerarse
primaria,
en
el
sentido
de
Janet,
la
disociación
de
la
consciencia.
En
la
primera
de
dichas
formas
nos
ha
sido
posible
demostrar
repetidas
veces
que
la
disociación
del
contenido
de
la
consciencia
es
consecuencia
de
una
volición
del
enfermo,
siendo
iniciada
por
un
esfuerzo
de
la
voluntad,
cuyo
motivo
puede
ser
determinado.
Naturalmente,
no
afirmamos
con
esto
que
el
enfermo
se
proponga
provocar
una
disociación
de
la
consciencia.
La
intención
del
enfermo
es
muy
otra,
y no
llega
a
cumplirse,
acarreando,
en
cambio,
una
disociación
de
la
consciencia.
En
una
tercera
forma
de
la
histeria,
que
se
lo
ha
descubierto
en
el
análisis
psíquico
de
enfermos
inteligentes,
desempeña
la
disociación
de
la
consciencia
un
papel
insignificante
o
quizá
nulo.
Son
éstos
los
casos
en
los
que
sólo
perdura
la
reacción
a
estímulos
traumáticos,
y
que
pueden
ser
curados
por
derivación
del
trauma,
o
sea,
las
puras
histerias
de
retención.
A
los
fines
de
nuestro
estudio
de
las
fobias
y
las
representaciones
obsesivas
sólo
nos
interesa
la
segunda
forma
de
la
histeria,
a la
cual
damos,
por
motivos
fácilmente
visibles,
el
nombre
de
histeria
de
defensa,
distinguiéndola
así
de
las
histerias
hipnoides
y de
las
de
retención.
Igualmente
podríamos
presentar
por
lo
pronto
estos
casos
de
histeria
como
«adquiridos»,
pues
en
ellos
no
podrá
hablarse
para
nada
de
una
grave
tara
hereditaria
ni
de
una
propia
disminución
degenerativa.
Los
dos
pacientes
por
mí
analizados
habían
gozado,
en
efecto,
de
salud
psíquica
hasta
el
momento
en
que
surgió
en
su
vida
de
representación
un
caso
de
incompatibilidad;
esto
es,
hasta
que
llegó
a su
yo
una
experiencia,
una
representación
o
una
sensación,
que
al
despertar
un
afecto
penosísimo
movieron
al
sujeto
a
decidir
olvidarlos,
no
juzgándose
con
fuerzas
suficientes
para
resolver
por
medio
de
una
labor
mental
la
contradicción
entre
su
yo y
la
representación
intolerable.
Tales
representaciones
intolerables
florecen
casi
siempre,
tratándose
de
sujetos
femeninos,
en
el
terreno
de
la
experiencia
o la
sensibilidad
sexuales,
y
las
enfermas
recuerdan
con
toda
la
precisión
deseable
sus
esfuerzos
para
rechazarlas
y su
propósito
de
dominarlas
y no
pensar
en
ellas.
Nuestra
actividad
clínica
nos
ha
dado
a
conocer
multitud
de
casos
de
este
género,
entre
los
que
citaremos
el
de
una
muchacha
que,
hallándose
asistiendo
a su
padre
enfermo,
se
reprochaba
duramente
pensar
en
un
joven
que
la
había
hecho
experimentar
una
ligera
impresión
erótica
el
de
una
institutriz,
enamorada
del
señor
de
la
casa,
que
decidió
ahogar
su
amorosa
inclinación
por
un
sentimiento
de
orgullo.
No
puedo
afirmar
que
tal
esfuerzo
de
la
voluntad
por
expulsar
del
pensamiento
algo
determinado
sea
un
acto
patológico,
ni
tampoco
que
aquellas
personas
que
bajo
iguales
influencias
psíquicas
permanecen
sanas,
consigan
realmente
el
deseado
olvido.Sólo
sé
que
en
los
pacientes
por
mí
analizados
no
había
sido
nunca
alcanzado,
llevándolos,
en
cambio,
a
diversas
reacciones
patológicas,
que
produjeron,
bien
una
histeria,
bien
una
representación
obsesiva
o
una
psicosis
alucinatoria.
En
la
capacidad
de
provocar
con
el
indicado
esfuerzo
de
la
voluntad
uno
de
dichos
estados,
enlazados
todos
con
una
disociación
de
la
consciencia,
hemos
de
ver
la
expresión
de
una
disposición
patológica,
que,
sin
embargo
no
ha
de
identificarse
necesariamente
con
una
«degeneración»
personal
o
hereditaria.
Sobre
el
camino
que
conduce
desde
el
esfuerzo
de
voluntad
del
paciente
hasta
la
emergencia
del
síntoma
histérico
me
he
formado
una
opinión,
que
en
el
lenguaje
abstracto-psicológico
usual
puede
formularse
aproximadamente
como
sigue:
la
labor
que
el
yo
se
plantea
de
considerar
como
non
arrivée
la
representación
intolerable
es
directamente
insoluble
para
él;
ni
la
huella
mnémica
ni
el
afecto
a
ella
inherente
pueden
ser
hechos
desaparecer
una
vez
surgidos.
Pero
hay
algo
que
puede
considerarse
equivalente
a la
solución
deseada,
y es
lograr
debilitar
la
representación
de
que
se
trate,
despojándola
del
afecto
a
ella
inherente;
esto
es,
de
la
magnitud
de
estímulo
que
consigo
trae.
La
representación
así
debilitada
no
aspirará
ya a
la
asociación.
Mas
la
magnitud
de
estímulo
de
ella
separada
habrá
de
encontrar
un
distinto
empleo.
Hasta
aquí
muestran
la
histeria
y
las
fobias
y
representaciones
obsesivas
iguales
procesos.
No
así
en
adelante.
En
la
histeria,
la
representación
intolerable
queda
hecha
inofensiva
por
la
transformación
de
su
magnitud
de
estímulo
en
excitaciones
somáticas,
proceso
para
el
cual
proponemos
el
nombre
de
conversión.
La
conversión
puede
ser
total
o
parcial,
y
sucede
a
aquella
inervación
motora
o
sensorial
más
o
menos
íntimamente
enlazada
con
el
suceso
traumático.
El
yo
consigue
con
ello
verse
libre
de
contradicción;
pero,
en
cambio,
carga
con
un
símbolo
mnémico
que
en
calidad
de
inervación
motora
insoluble
o de
sensación
alucinatoria
de
continuo
retorno
habita
como
un
parásito
en
la
consciencia
y
perdura
hasta
que
tiene
lugar
una
conversión
opuesta.
La
huella
mnémica
no
desaparece
por
ello,
sino
que
forma
a
partir
de
aquí
el
nódulo
de
un
segundo
grupo
psíquico.
En
pocas
palabras
expondré
nuestra
anunciada
opinión
de
los
procesos
psicofísicos
en
la
histeria;
constituido
tal
nódulo
de
una
disociación
histérica
en
un
«momento
traumático»,
crece
luego
en
otros
momentos,
a
los
que
podemos
llamar
«momentos
traumáticos
auxiliares»,
en
cuanto
una
nueva
impresión
de
igual
género
consigue
traspasar
las
barreras
alzadas
por
la
voluntad,
aportar
nuevo
afecto
a la
representación
debilitada
e
imponer
por
algún
tiempo
el
enlace
asociativo
de
ambos
grupos
psíquicos
hasta
que
una
nueva
conversión
restablece
la
defensa.
La
distribución
del
estímulo
que
así
se
establece
en
la
histeria
resulta
casi
siempre
harto
inestable.
La
excitación,
impulsada
por
un
falso
camino
(por
el
de
la
inervación
somática),
retrocede
entre
tanto
hasta
la
representación,
de
la
que
fue
separada,
y
fuerza
entonces
al
sujeto
a su
elaboración
asociativa
o a
su
descarga
en
ataques
histéricos,
como
lo
prueba
la
conocida
antítesis,
formada
por
los
ataques
y
los
síntomas
permanentes.
El
efecto
del
métodocatártico
de
Breuer
consiste
en
crear
un
retroceso
de
la
excitación
desde
lo
físico
a lo
psíquico
y
conseguir
luego
solucionar
la
contradicción
por
medio
del
trabajo
mental
del
sujeto
y
descargar
la
excitación
por
medio
de
la
comunicación
oral.
Si
la
disociación
de
la
consciencia
en
la
histeria
adquirida
reposa
sobre
un
acto
de
la
voluntad,
se
explica
ya
fácilmente
el
hecho
singular
de
que
la
hipnosis
amplíe
siempre
la
restringida
consciencia
de
los
histéricos
y
haga
accesible
el
grupo
psíquico
disociado.
Sabemos,
en
efecto,
que
todos
los
estados
análogos
al
sueño
suprimen
aquella
distribución
de
la
energía,
sobre
la
que
reposa
la
«voluntad»
de
la
personalidad
consciente.
Consideramos,
pues,
como
el
factor
característico
de
la
histeria
no
la
disociación
de
la
consciencia,
sino
la
facultad
de
conversión,
y
vemos
una
parte
muy
importante
de
la
disposición
a la
histeria,
por
lo
demás
aún
desconocida,
en
la
transferencia
a la
inervación
somática,
de
tan
grandes
magnitudes
de
inervación.
Esta
propiedad
no
excluye
por
sí
sola
la
salud
psíquica,
y no
conduce
a la
histeria
más
que
en
el
caso
de
una
incompatibilidad
psíquica
o de
un
almacenamiento
de
la
excitación.
Con
esta
orientación
nos
acercamos
Breuer
y yo
a
las
conocidas
definiciones
dadas
por
Oppenheim
y
Strümpell,
separándonos,
en
cambio,
de
Janet,
que
atribuye
un
papel
demasiado
amplio
en
la
característica
de
la
histeria
a la
disociación
de
la
consciencia.
Con
la
exposición
que
antecede
esperamos,
por
nuestra
parte,
haber
hecho
comprensible
el
enlace
de
la
conversión
con
la
disociación
histérica
de
la
consciencia.
II
CUANDO
en
una
persona
de
disposición
nerviosa
no
existe
la
aptitud
a la
conversión,
y
es,
no
obstante,
emprendida
para
rechazar
una
representación
intolerable
la
separación
de
la
misma
de
su
afecto
concomitante,
este
afecto
tiene
que
permanecer
existiendo
en
lo
psíquico.
La
representación
así
debilitada
queda
apartada
de
toda
asociación
en
la
consciencia,
pero
su
afecto
devenido
libre
se
adhiere
a
otras
representaciones
no
intolerables
en
sí,
a
las
que
este
«falso
enlace»
convierte
en
representaciones
obsesivas.
Esta
es,
en
pocas
palabras,
la
teoría
psicológica
de
las
representaciones
obsesivas
y
las
fobias,
a la
que
aludimos
al
iniciar
el
presente
estudio.
Indicaremos
ahora
cuáles
de
los
eslabones
de
esta
teoría
son
directamente
comprobables
y
cuáles
otros
han
sido
añadidos
por
nosotros
a
modo
de
complemento.
Directamente
comprobable
es,
en
primer
lugar;
a
más
del
término
del
proceso,
o
sea
la
representación
obsesiva,
la
fuente
de
la
que
nace
el
afecto
falsamente
enlazado.
En
todos
los
casos
por
mí
analizados
era
la
vida
sexual
la
que
había
suministrado
un
afecto
penoso
de
la
misma
calidad
exactamente
que
el
enlazado
a la
representación
obsesiva.
Teóricamente
no
es
imposible
que
este
afecto
nazca
alguna
vez
en
otros
sectores;
mas
nuestra
experiencia
clínica
no
nos
ha
presentado
hasta
ahora
caso
ninguno
de
este
género.
Por
otro
lado,
es
comprensible
que
la
vida
sexual
sea
la
que
másocasiones
dé
para
la
emergencia
de
representaciones
intolerables.
Directamente
comprobable
es
también,
por
las
inequívocas
manifestaciones
de
los
enfermos,
el
esfuerzo
de
voluntad,
la
tentativa
de
defensa,
a la
que
nuestra
teoría
da
singular
importancia,
y en
toda
una
serie
de
casos
afirman
los
enfermos
mismos
que
la
fobia
o la
representación
obsesiva
surgió
cuando
el
esfuerzo
de
voluntad
parecía
haber
alcanzado
su
intención.
«Una
vez
me
sucedió
algo
muy
desagradable,
y me
propuse
con
todas
mis
fuerzas
apartarlo
de
mi
imaginación
y no
pensar
en
ello.
Por
fin
lo
conseguí;
pero
entonces
surgió
esto
que
ahora
me
pasa
y de
lo
que
no
he
conseguido
librarme.»
Con
estas
palabras
me
confirmó
una
paciente
los
puntos
principales
de
la
teoría
aquí
desarrollada.
No
todos
los
enfermos
de
representaciones
obsesivas
ven
tan
claramente
el
origen
de
las
mismas.
Por
lo
general,
cuando
llamamos
la
atención
del
enfermo
sobre
la
representación
primitiva,
de
naturaleza
sexual,
obtenemos
la
respuesta
siguiente:
«No;
eso
no
tiene
nada
que
ver
con
mi
estado
actual.
Nunca
pensé
mucho
en
ello.
Al
principio
sí
me
asustó
un
poco;
pero
luego
dejó
de
preocuparme,
y no
me
ha
vuelto
a
intranquilizar.»
Esta
objeción
tan
frecuente
integra
una
prueba
de
que
la
representación
obsesiva
constituye
un
sustitutivo
o un
subrogado
de
la
representación
sexual
intolerable
y la
ha
sustituido
en
la
consciencia.
Entre
el
esfuerzo
de
voluntad
del
paciente,
que
consigue
reprimir
la
representación
sexual
inaceptable,
y la
emergencia
de
la
representación
obsesiva,
que,
poco
intensa
en
sí,
aparece
aquí
provista
de
un
afecto
incomprensiblemente
intenso,
se
abre
la
laguna
que
nuestra
teoría
intenta
llenar.
La
separación
de
la
representación
sexual
de
su
afecto,
y el
enlace
del
mismo
con
otra
representación
adecuada,
pero
no
intolerable,
son
procesos
que
se
desarrollan
sin
que
la
consciencia
tenga
noticia
de
ellos,
y
que
por
tanto,
sólo
podemos
suponer
sin
que
nos
sea
dable
demostrarlos
por
medio
de
un
análisis
clinocopsicológico.
Quizá
fuera
más
exacto
decir
que
no
se
trata
de
procesos
de
naturaleza
psíquica,
sino
de
procesos
físicos,
cuya
consecuencia
psíquica
se
manifiesta
como
si
lo
expresado
con
los
términos
de
«separación
de
la
representación
de
su
afecto
y
falso
enlace
de
este
último»
hubiera
sucedido
realmente.
Junto
a
los
casos
que
demuestran
una
sucesión
de
la
representación
sexual
intolerable
y la
representación
obsesiva
hallamos
otros,
en
los
que
se
nos
muestra
una
coexistencia
de
representaciones
obsesivas
y
representaciones
sexuales
de
carácter
penoso.
Estas
últimas
no
pueden
calificarse
apropiadamente
de
las
representaciones
obsesivas
sexuales»,
pues
carecen
de
un
carácter
esencial
de
las
representaciones
obsesivas,
toda
vez
que
se
muestran
perfectamente
justificadas,
mientras
que
el
carácter
penoso
de
las
representaciones
obsesivas
comunes
constituye
un
problema
para
el
médico
y
para
el
enfermo.
En
cuanto
me
ha
sido
dado
penetrar
en
casos
de
este
género,
he
podido
comprobar
que
se
trata
de
una
defensa
continuada
contra
representaciones
sexuales
distintas,
incesantemente
emergentes,
o
sea,
de
una
labor
que
no
había
llegado
a
término.
Los
enfermos
suelen
ocultar
sus
representaciones
obsesivas
en
tanto
tienen
consciencia
de
su
procedencia
sexual.
Cuando
se
lamentan
de
ellas
manifiestan
generalmente
su
asombro
de
sucumbir
al
efecto
correspondiente,
angustiarse,
experimentar
determinados
impulsos,
etc.
En
cambio,
el
médico,
perito
en
la
materia,
encuentra
justificado
y
comprensible
el
afecto,
hallando
tan
sólo
singular
su
enlace
con
una
representación
que
no
lo
justifica.
O
dicho
de
otro
modo:
el
afecto
de
la
representación
obsesiva
le
parece
dislocado
o
transpuesto,
y si
ha
adoptado
la
teoría
aquí
descrita,
intentará
en
toda
una
serie
de
casos
de
representaciones
obsesivas
sus
transposición
regresiva
a lo
sexual.
Para
el
enlace
secundario
del
afecto
devenido
libre
puede
ser
utilizada
cualquier
representación
que
por
su
naturaleza
sea
susceptible
de
conexión
con
un
afecto
de
la
cualidad
dada
o
tenga
con
la
intolerable
ciertas
relaciones,
a
consecuencia
de
las
cuales
aparezca
utilizable
como
subrogado
suyo.
Así,
la
angustia
devenida
libre,
y
cuyo
origen
sexual
no
debe
ser
recordado,
se
enlaza
a
las
comunes
fobias
primarias
de
los
hombres,
a
los
animales,
a
las
tormentas
a la
oscuridad,
etcétera,
o a
cosas
de
innegable
relación
asociativa
con
lo
sexual,
tales
como
los
actos
de
orinar
y
defecar,
y,
en
general,
a la
impureza
y al
contagio.
La
ventaja
que
obtiene
el
yo,
eligiendo
para
la
defensa
el
camino
de
la
transposición
del
afecto,
es
menor
que
la
que
ofrece
la
conversión
histérica
de
excitación
psíquica
en
inervación
somática.
El
afecto
bajo
el
cual
ha
padecido
el
yo
permanece
intacto,
con
la
sola
diferencia
de
que
la
representación
intolerable
queda
excluida
del
recuerdo.
Las
representaciones
así
reprimidas
constituyen
por
su
parte
el
nódulo
de
un
segundo
grupo
psíquico,
accesible,
a
nuestro
parecer,
también
sin
la
ayuda
de
la
hipnosis.
El
que
en
las
fobias
y
las
representaciones
obsesivas
y
las
representaciones
obsesivas
falten
aquellos
visibles
síntomas
concomitantes
a la
formación
de
un
grupo
psíquico
independiente,
obedece
probablemente
a
que
en
el
primer
caso
toda
la
modificación
permanece
circunscrita
a lo
psíquico,
no
experimentando
cambio
alguno
la
relación
entre
la
excitación
psíquica
y la
inervación
somática.
Con
algunos
ejemplos
de
naturaleza
probablemente
típica
aclararemos
lo
dicho
hasta
aquí
sobre
las
representaciones
obsesivas:
1)
Una
muchacha
padece
de
reproches
obsesivos.
Cuando
en
el
periódico
lee
haberse
descubierto
una
falsificación
de
moneda
o un
crimen,
cuyo
autor
se
ignora,
piensa
en
seguida
estar
complicada
en
la
falsificación,
o se
pregunta
con
angustia
si
no
habrá
sido
ella
la
homicida,
dándose,
sin
embargo,
clara
cuenta
de
lo
absurdo
de
tales
imaginaciones.
Durante
algún
tiempo
tal
consciencia
de
su
culpabilidad
adquirió
tan
gran
dominio
sobre
ella,
que
llegó
a
ahogar
su
juicio
crítico,
llevándola
a
acusarse
ante
sus
familiares
y su
médico
de
haber
sometido
realmente
semejantes
delitos.
Un
penetrante
interrogatorio
descubrió
el
origen
de
su
consciencia
de
culpabilidad.
Excitada
por
una
sensación
voluptuosa,
casualmente
experimentada,
y
arrastrada
por
los
consejos
de
una
amiga
suya,
había
comenzado
a
masturbarse,
y
venía
practicándola
desde
varios
años
atrás,
con
plena
consciencia
de
su
falta,
que
se
reprochaba
duramente,
pero,
como
de
costumbre
en
estos
casos,
sin
conseguir
enmienda.
Un
exceso
cometido
al
retorno
de
un
baile
provocó
la
emergencia
de
la
psicosis.
La
paciente
curó
después
de
algunos
meses
de
tratamiento
y de
severa
vigilancia.
2)
Otra
muchacha
padecía
el
temor
de
verse
atacada
de
incontinencia
de
orina
desde
que
un
vehemente
deseo
de
orinar
la
había
obligado
a
abandonar
en
una
ocasión
un
teatro
durante
un
concierto.
Esta
fobia
la
había
incapacitado
poco
a
poco
para
toda
vida
social.
Sólo
se
sentía
tranquila
cuando
sabía
tener
próximo
un
w.
c.
al
que
poder
llegar
disimuladamente.
No
existía
en
ella
vestigio
alguno
de
enfermedad
orgánica
que
pudiese
justificar
sus
temores.
Hallándose
en
su
casa,
entre
sus
familiares,
no
experimentaba
jamás
el
temido
incoercible
deseo,
ni
tampoco
durante
la
noche.
Un
detenido
examen
descubrió
que
dicho
deseo
la
había
acometido
por
vez
primera
en
las
siguientes
circunstancias:
en
la
sala
de
conciertos
se
hallaba
sentado
cerca
de
ella
un
caballero,
que
no
le
era
indiferente.
Al
verle
comenzó
a
pensar
en
él y
a
imaginarse
ser
su
mujer
y
estar
sentada
a su
lado.
Durante
esta
ensoñación
experimentó
aquella
sensación
que
en
las
mujeres
hemos
de
comparar
a la
erección
masculina,
y
que
en
su
caso
-ignoramos
si
en
todos-
terminó
con
un
ligero
deseo
de
orinar.
La
referida
sensación
sexual,
habitual
en
ella,
la
asustó
en
esta
ocasión,
porque
había
formado
el
firme
propósito
de
combatir
su
inclinación
amorosa,
e
inmediatamente
el
afecto
inherente
a la
misma
se
transfirió
al
deseo
de
orinar
que
la
acompañaba,
viéndose
obligada
la
sujeto,
después
de
una
penosa
lucha,
a
abandonar
la
sala.
Esta
joven,
a
quien
toda
realidad
sexual
horrorizaba,
no
concibiendo
siquiera
que
pudiera
casarse
algún
día,
era,
por
otro
lado,
de
una
tal
hiperestesia
sexual,
que
en
las
ensoñaciones
eróticas
a
que
se
abandonaba
gustosa
experimentaba
regularmente
la
referida
sensación
voluptuosa.
El
deseo
de
orinar
había
acompañado
siempre
a la
erección,
sin
haberla
impresionado
hasta
el
día
del
concierto.
El
tratamiento
alcanzó
la
curación
casi
completa
de
la
fobia.
3)
Una
joven,
casada,
que
en
cinco
años
de
matrimonio
sólo
había
tenido
un
hijo,
se
me
quejaba
de
sentir
un
impulso
obsesivo
de
arrojarse
por
el
balcón,
y de
que
a la
vista
de
un
cuchillo
se
apoderaba
de
ella
el
miedo
a
verse
impulsada
a
cogerlo
y
matar
con
él a
su
hijo.
A
mis
preguntas
confesó
que
sólo
muy
raras
veces
practicaba
ya
el
comercio
matrimonial,
y
siempre
con
precauciones
para
evitar
la
concepción,
añadiendo
que
ello
no
le
disgustaba
nada,
pues
era
de
naturaleza
poco
sensual.
Por
mi
parte
hube
de
manifestarle
que
lo
cierto
era
que
a la
vista
de
los
hombres
surgían
en
ella
representaciones
eróticas,
y
que
este
hecho
la
había
llevado
a
perder
su
confianza
en
sí
misma,
apareciéndose
como
una
persona
degradada
y
capaz
de
todo.
Esta
retraducción
de
la
representación
obsesiva
a lo
sexual
alcanzó
pleno
éxito.
La
paciente
confesó
llorando
su
miseria
conyugal,
por
tanto
tiempo
ocultada,
y me
comunicó
más
tarde
varias
representaciones
penosas
de
carácter
sexual
no
modificado,
tales
como
la
sensación
frecuentísima
de
que
se
le
entraba
algo
por
debajo
de
las
faldas.
Terapéuticamente
he
aprovechado
estas
repetidas
experienciaspara
orientarme,
a
pesar
de
las
protestas
del
enfermo,
en
los
casos
de
fobias
y
representaciones
obsesivas
hacia
las
representaciones
sexuales
reprimidas,
y
cegar,
cuando
ello
es
posible,
las
fuentes
de
que
provienen.
Naturalmente,
no
puedo
afirmar
que
todas
las
fobias
y
todas
las
representaciones
obsesivas
nazcan
en
la
forma
aquí
descrita,
pues,
en
primer
lugar,
mi
experiencia
no
comprende
sino
un
número
de
formas
muy
limitado
en
comparación
con
las
muchas
que
toman
estas
neurosis,
y en
segundo,
sé
muy
bien
que
estos
síntomas
«psicasténicos»
(según
la
calificación
de
Janet)
no
son
todos
equivalentes.
Hay,
por
ejemplo,
fobias
puramente
histéricas.
Pero,
a mi
juicio,
el
mecanismo
de
la
transposición
del
afecto
es
propio
de
la
gran
mayoría
de
las
fobias
y
representaciones
obsesivas,
y
creo
que
estas
neurosis,
que
tan
pronto
hallamos
aisladas
como
combinadas
con
la
histeria
o la
neurastenia,
no
deben
ser
confundidas
con
la
neurastenia,
en
la
que
no
sé
puede
suponer
un
mecanismo
psíquico
como
síntoma
fundamental.
III
EN
los
dos
casos
hasta
ahora
examinados,
la
defensa
contra
la
representación
intolerable
tenía
efecto
por
medio
de
la
disociación
de
su
afecto
concomitante.
La
representación
permanecía
en
la
consciencia,
si
bien
aislada
y
debilitada.
Pero
hay
aún
otra
forma
de
la
defensa
mucho
más
enérgica
y
eficaz,
consistente
en
que
el
yo
rechaza
la
representación
intolerable
conjuntamente
con
su
afecto
y se
conduce
como
si
la
representación
no
hubiese
jamás
llegado
a
él.
En
el
momento
en
que
esto
queda
conseguido
sucumbe
el
sujeto
a
una
psicosis
que
hemos
de
calificar
de
«locura
alucinatoria».
Un
único
ejemplo
aclarará
esta
nuestra
afirmación.
Una
muchacha
ha
ofrendado
a un
hombre
su
primera
inclinación
amorosa,
y
cree
firmemente
ser
correspondida,
en
lo
cual
se
equivoca,
pues
si
el
joven
frecuenta
su
casa
es
por
distinto
motivo.
Pronto
comienza
a
sufrir
desilusiones.
Al
principio
se
defiende
de
ellas
convirtiendo
histéricamente
la
experiencia
dolorosa,
y
conserva
así
su
fe
en
que
el
amado
volverá
un
día
y
pedirá
su
mano.
Pero
a
consecuencia
de
una
conversión
imperfecta
y de
constantes
impresiones
penosas
se
siente
desgraciada
y
enferma.
Su
esperanza
se
concentra,
por
último,
en
determinado
día,
en
el
que
se
celebra
en
su
casa
una
fiesta
familiar.
Mas
el
día
transcurre
sin
que
el
joven
acuda.
Pasados
todos
los
trenes
en
los
que
podía
llegar,
cae
la
sujeto
en
una
locura
alucinatoria:
su
amor
ha
llegado;
oye
su
voz
en
el
jardín
y
baja
a
recibirle.
A
partir
de
este
momento
vive
por
espacio
de
dos
meses
en
un
dichoso
sueño:
el
joven
está
siempre
a su
lado;
no
la
abandona
un
instante,
y
todo
ha
vuelto
a
ser
como
antes
(como
en
época
anterior
a
las
desilusiones,
tan
trabajosamente
rechazadas).
La
histeria
y la
depresión
de
ánimo
han
quedado
vencidas.
Durante
toda
la
enfermedad
no
habla
la
sujeto
para
nada
de
la
última
época
de
dudas
y
sufrimientos.
Es
feliz
mientras
se
la
deja
tranquila,
y
sólo
se
exalta
cuando
alguna
medida
de
sus
familiares
le
impide
realizar
alguna
lógica
consecuencia
de
sudichoso
ensueño.
Esta
psicosis,
incomprensible
en
su
tiempo
queda
explicada
diez
años
más
tarde
en
un
análisis
hipnótico.
El
hecho
sobre
el
que
yo
quiero
llamar
la
atención
es
el
de
que
el
contenido
de
una
tal
psicosis
alucinatoria
consiste
precisamente
en
la
acentuación
de
la
representación,
amenazada
por
el
motivo
de
la
enfermedad.
Puede,
por
tanto,
decirse
que
el
yo
ha
rechazado
la
representación
intolerable
por
medio
de
la
huida
a la
psicosis.
El
proceso
que
lleva
a
este
resultado
escapa
tanto
a la
autopercepción
del
sujeto
como
el
análisis
psicologicoclínico.
Debe
ser
considerado
como
la
expresión
de
una
elevada
disposición
patológica
y
puede,
quizá,
describirse
como
sigue:
el
yo
se
separa
de
la
representación
intolerable,
pero
ésta
se
halla
inseparablemente
unida
a un
trozo
de
la
realidad,
y al
desligarse
de
ella,
el
yo
se
desliga
también,
total
o
parcialmente,
de
la
realidad.
Esto
último
es,
a mi
juicio,
la
condición
para
reconocer
a
las
propias
representaciones
vida
alucinatoria,
y
con
ello
cae
el
sujeto,
una
vez
alcanzada
la
repulsa
de
la
representación
intolerable,
en
la
locura
alucinatoria.
No
dispongo
sino
de
muy
pocos
análisis
de
psicosis
de
este
género;
pero
creo
ha
de
tratarse
de
un
tipo
muy
frecuentemente
utilizado
de
enfermedad
psíquica
pues
en
ningún
manicomio
faltan
los
casos,
análogamente
interpretables,
de
la
madre
que,
enajenada
por
la
muerte
de
su
hijo,
mece
incansablemente
en
sus
brazos
un
trozo
de
madera,
o de
la
novia
despreciada,
que
todos
los
días
espera,
durante
años
y
años,
la
llegada
de
su
novio,
y se
compone
para
recibirle.
No
es,
quizá,
superfluo
acentuar
que
las
tres
formas
de
la
defensa
aquí
descritas,
y
con
ellas
las
tres
formas
de
enfermedad,
a
las
que
la
defensa
lleva,
pueden
presentarse
reunidas
en
una
misma
persona.
La
aparición
simultánea
de
fobias
y
síntomas
histéricos,
tan
frecuentemente
observada
en
la
práctica,
es
uno
de
los
factores
que
dificultan
la
separación
de
la
histeria
de
las
demás
neurosis,
y
obligan
a
establecer
las
«neurosis
mixtas».
La
locura
alucinatoria
no
es
con
frecuencia
compatible
con
la
perduración
de
la
histeria,
ni
por
lo
regular
con
la
de
las
representaciones
obsesivas.
En
cambio,
no
es
nada
raro
que
una
psicosis
de
defensa
irrumpa
episódicamente
en
el
curso
de
una
neurosis
histérica
o
mixta.
Recordaré,
por
último,
con
pocas
palabras,
la
idea
auxiliar,
de
la
cual
me
he
servido
en
esta
descripción,
de
las
neurosis
de
defensa.
Tal
idea
es
la
de
que
en
las
funciones
psíquicas
debe
distinguirse
algo
(montante
del
afecto,
magnitud
de
la
excitación),
que
tiene
todas
las
propiedades
de
una
cantidad
-aunque
no
poseamos
medio
alguno
de
medirlo-;
algo
susceptible
de
aumento,
disminución,
desplazamiento
y
descarga,
que
se
extiende
por
las
huellas
mnémicas
de
las
representaciones
como
una
carga
eléctrica
por
las
superficies
de
los
cuerpos.
Esta
hipótesis,
en
lo
que
se
basa
ya
nuestra
teoría
de
la
«derivación
por
reacción»,
puede
utilizarse
en
el
mismo
sentido
que
los
físicos
utilizan
la
de
la
corriente
de
fluido
eléctrico.
De
todos
modos,
queda
por
lo
pronto
justificada
por
su
utilidad
para
la
síntesis
y la
explicación
de
muy
diversos
estados
psíquicos. |