ESTATUAS
Egestes era un sacerdote de Lanuvio a quien le habían encargado trasladar unas estatuas a la recién fundada ciudad de Alba. El trabajo vino a tornarse imposible porque las estatuas regresaban durante la noche y se instalaban en sus emplazamientos originales. Egestes perseveró durante un tiempo, pero finalmente resolvió no contrariar los deseos de las estatuas y las dejó definitivamente en Lanuvio.
A lo largo de la historia hay algunos otros ejemplos de estatuas semovientes, cuando no parlantes, cantoras, oraculares o concupiscentes: la caprichosa Hera de Argos; la vengativa Artemis Ortia, que volvió locos a los hijos de Irbo; la fecunda estatua que esculpió Pigmalión, a quien le dio una hija; el célebre Paladium, que garantizaba la victoria a sus poseedores.
Los Brujos de Chiclana afirman que las posturas de las estatuas del rosedal varían imperceptiblemente cada noche. Desde luego, se trata de levísimas modificaciones: una sonrisa acentuada, un abrazo más estrecho, un ojo guiñado, una túnica más arrugada.
Hasta el presente nadie ha realizado mediciones comparativas. Tampoco ha sido sorprendida estatua alguna en el momento de moverse. Los Brujos declaran que los movimientos los hacen cuando nadie las mira y agregan que hay estatuas que salen a caminar todas las noches. Parece que durante sus paseos besan a las jóvenes que duermen y les contagian la frialdad. Las vecinas supersticiosas piensan que la maldad de las estatuas es innegable y cierran sus puertas con llave para que no invadan sus casas a la madrugada.
Las viejas de. Palermo cuentan historias de niños raptados que luego son convertidos en estatuas. Un grupo de iconoclastas de Villa Crespo asegura que desde hace años se prepara una sublevación de estatuas destinada a poner el mundo bajo su dominio y a condenar a los humanos a una existencia inmóvil y ornamental. El grupo se complace en destrozar toda clase de esculturas para preservar los clásicos privilegios de los hombres.
Hay algunas cosas que los Brujos de Chiclana han llegado a establecer: la personalidad de cada estatua es independiente de la figura que representa. San Martín no es San Martín y Belgrano no es Belgrano. Eso sí: todas se comportan conforme a su especie y a su sexo. Las mujeres son mujeres y los perros son perros.
¿Realizan las estatuas el acto sexual? Podría conjeturarse que no, si se piensa que no nacen de un vientre materno. Sin embargo, los Brujos creen que son capaces de sentir deseo. En cuanto a las estatuas que han sido esculpidas representando precisamente una fornicación, es razonable suponer que aprovechan la ausencia de testigos para descansar un poco de sus abrazos.
Los Brujos dicen preparar una especie de polenta que convierte en estatua a quien la come. Dejan sospechar además, que les espera el mismo destino a los que espían a una gitana bañándose, a los que miran fijo un eclipse, a los vigilantes que se quedan dormidos, a los que se desnudan en las plazas, a los que piensan siempre en la misma cosa y a los que se ponen bizcos de cara al Pampero.
Algunas de las historias que se cuentan sobre las estatuas vivientes tienen su origen en sucesos que nada tienen de prodigioso.
Los jubilados de la Plaza Flores oían muchas veces los dictámenes de una estatua oracular que con voz clara respondía a toda clase de interrogaciones. Al fin vino a descubrirse que todo era un fraude y que las consultas eran satisfechas en verdad por el ruso Salzman, escondido en las ramas de un árbol vecino. A pesar de todo, los jubilados siguen creyendo en la estatua y le hacen preguntas cuyas respuestas inventan ellos mismos.
El viejo Helios, un escultor de Santos Lugares, es experto en el fundido de caballos de bronce. Para su desgracia, su taller linda con los fondos del club Sporting. En horas de aburrimiento los socios se entretienen saqueando los corrales del viejo. Para rubricar la hazaña, los cuatreros juran a su víctima que los caballos se escapan por su cuenta y que los vecinos de la calle Rodríguez Peña los ven galopar cada noche en dirección a Villa Progreso.
Los muchachones impíos del barrio del Pilar se llevan los caballos de los monumentos, dejando a los próceres de a pie. Los guardianes de las plazas, compadecidos, se esfuerzan por ubicar al patriota desmontado en ancas de algún otro.
Algunos vendedores de elixir opinan que la rebelión de las estatuas es obra de los propios Brujos de Chiclana, que están prepa-
rando un ejército de piedra, mármol y bronce para atacarnos en el momento menos pensado. Si triunfan los Brujos, todos seremos estatuas y el tiempo pasará inútil sobre una historia encallada.
O acaso los Brujos ya triunfaron y ya somos estatuas y el movimiento no es más que una ilusión y no hay almas en nuestros pechos de piedra.
HISTORIAS
DE
AMOR
El
universo
es
una
perversa
inmensidad
hecha
de
ausencia.
Uno
no
esta
en
casi
ninguna
parte.
Sin
embargo,
en
medio
de
las
infinitas
desolaciones
hay
una
buena
noticia:
el
amor.
Los
Hombres
Sensibles
de
Flores
tomaban
ese
rumbo
cuando
querían
explicar
el
cosmos.
Y
hasta
los
Refutadores
de
Leyendas
tuvieron
que
admitir
casi
sin
reservas,
que
el
amor
existe.
Eso
si,
nadie
debe
confundir
el
amor
con
la
dicha.
Al
contrario:
a
veces
se
piensa
que
amor
y
pena
son
una
misma
cosa.
Especialmente
en
el
barrio
del
Ángel
Gris,
que
es
también
el
barrio
del
desencuentro.
Las
historias
amorosas
de
los
tiempos
dorados
son
casi
siempre
tristes.
Esto
no
basta
para
afirmar
que
todos
los
romances
fueron
desdichados:
sucede
-tal
vez-
que
el
arte
necesita
nostalgia.
No
se
puede
ser
artista
si
no
se
ha
perdido
algo.
Los
poemas
de
amor
satisfecho
aparecen
como
una
compadrada
de
mercaderes
afortunados.
Por
eso
los
poetas
de
Flores
buscaban
el
desengaño,
porque
pensaban
que
cerca
de
el
andaba
el
verso
perfecto.
Casi
todos
quedaban
en
la
mitad
del
camino.
Manuel
Mandeb
veía
las
cosas
de
un
modo
mas
complicado.
Admitía
que
la
pena
de
amor
conducía
al
arte.
Pero
también
sostenía
que
el
propósito
final
del
arte
es
el
amor.
La
recompensa
del
artista
es
ser
amado.
Así
parecía
opinar
Ives
Castagnino,
el
músico
de
Palermo,
quien
componía
valses
melancólicos
al
solo
efecto
de
seducir
señoritas.
Cuando
no
lo
lograba,
su
tristeza
le
dictaba
otras
canciones
que
mas
tarde
le
servían
para
deslumbrar
señoritas
nuevas
y
así
recomenzaba
el
círculo.
Algunos
muchachos
sin
vocación
artística
trataban
de
merecer
a
las
damas
cultivando
las
ciencias,
la
bondad,
el
coraje,
la
riqueza
o la
extorsión.
Los
autores
de
aforismos
extrajeron
de
estas
realidades
una
conclusión
modesta:
si
no
fuera
por
el
amor,
nadie
haría
gran
cosa.
Las
muchachas
beligerantes
podían
objetar
que
estos
pensamientos
parecen
reservados
a la
conducta
masculina.
Al
respecto,
Mandeb
creía
que
las
mujeres
hacían
de
ellas
mismas
un
hecho
artístico.
El
polígrafo
de
Flores,
en
un
rapto
de
arbitrariedad,
llego
a
establecer
un
orden
de
cualidades,
según
su
eficacia
para
enamorar.
Coloco
en
primer
lugar
la
belleza
y
luego
la
juventud,
aclarando
que
estas
dos
virtudes
son
tal
vez
una
sola.
Después
ubico
las
condiciones
espirituales:
inteligencia
y
bondad.
En
último
termino,
el
poder
y el
dinero.
Muchedumbres
de
feos
de
cierta
edad
polemizaron
con
Mandeb
reclamando
el
derecho
a
ser
amados
por
su
limpieza,
trayectoria
comercial
o
apellido
ilustre.
De
todos
modos,
para
este
oscuro
pensador,
el
amor
era
una
flor
exótica
cuyo
hallazgo
ocurría
muy
pocas
veces.
- De
cada
mil
personas
que
pasen
por
esa
puerta
-decía-
acaso
nos
conmueva
solamente
una.
Del
mismo
modo,
quizás
solo
una
entre
las
mil
tenga
a
bien
impresionarse
con
nosotros.
La
cuenta
es
sencilla:
sin
contar
percepciones
engañosas
y
desilusiones
posteriores,
la
posibilidad
de
un
amor
correspondido
es
de
una
en
un
millón.
No
esta
tan
mal,
después
de
todo.
Pero
dejemos
la
pura
especulación
de
los
espíritus
obtusos
de
Flores.
Mucho
más
interesante
es
saber
como
amaron
realmente.
Para
ellos
habremos
de
transcribir
algunas
historias
que
presumen
de
veraces
y
que
han
llegado
hasta
nosotros
por
avenidas
literarias
o
por
oscuros
atajos
confidenciales.
HISTORIA
DEL
QUE
ESPERO
SIETE
AÑOS
Jorge
Allen,
el
poeta,
amaba
a
una
joven
pechugona
de
los
barrios
hostiles.
según
supo
después,
alcanzo
a
ser
feliz.
Una
noche
de
junio,
la
chica
resolvió
abandonarlo.
- No
te
quiero
mas
- le
dijo.
Allen
cometió
entonces
los
peores
pecados
de
su
vida;
suplico,
se
humillo,
escribió
versos
horrorosos
y
lloro
en
los
rincones.
La
pechugona
se
mantuvo
firme
y
rubrico
la
maniobra
entreverándose
con
un
deportista
reluciente.
El
poeta
recobro
la
dignidad
y
empleo
su
tiempo
en
amar
sin
esperanzas
y en
recordar
el
pasado.
Su
alma
se
retemplo
en
el
sufrimiento
y se
hizo
cada
vez
más
sabio
y
bondadoso.
Muchas
veces
soñó
con
el
regreso
de
la
muchacha,
aunque
tuvo
el
buen
tino
de
no
esperar
que
tal
sueño
se
cumpliera.
Mas
tarde
supo
que
jamás
habría
en
su
vida
algo
mejor
que
aquel
amor
imposible.
Sin
embargo,
una
noche
de
verano,
siete
años
y
siete
meses
después
de
su
pronunciamiento,
la
pechugona
apareció
de
nuevo.
Las
lágrimas
le
corrían
por
el
escote
cuando
le
confeso
al
poeta:
-
Otra
vez
te
quiero.
Allen
nunca
pudo
contar
con
claridad
lo
que
sintió
en
aquellas
horas.
El
caso
es
que
volvió
a su
casa
vacío
y
desengañado.
Quiso
llorar
y no
pudo.
Nunca
más
volvió
a
ver
a la
pechugona.
Y lo
que
es
peor,
nunca
mas,
nunca
mas
volvió
a
pensar
en
ella
ni a
soñar
su
regreso.
HISTORIA
DEL
QUE
SE
ENAMORO
DE
UNA
NIÑA
DEMASIADO
JOVEN
Manuel
Mandeb
supo
tener
amores
con
una
niña
muy
joven
de
la
calle
Paez.
La
muchacha
no
hizo
cuestión
por
la
diferencia
de
edades
y
además
es
cierto
que
Mandeb
era
un
hombre
de
aspecto
soberbio,
dentro
de
su
sombrío
estilo.
Pero
pronto
empezaron
las
dificultades.
Un
día
Mandeb
insistió
en
caminar
bajo
un
aguacero
mientras
recitaba
a
los
gritos
un
soneto
flamante.
Una
noche
le
hizo
el
amor
en
la
casa
embrujada
de
la
calle
Campana
para
espantar
a
los
demonios.
A
veces,
en
la
madrugada,
se
trepaba
hasta
la
ventana
de
la
niña,
en
el
tercer
piso,
y
dejaba
prendida
una
flor
roja.
Una
tarde
de
invierno
le
hizo
probar
el
licor
del
olvido
y el
vino
del
recuerdo.
En
verano,
le
sacaba
la
blusa
en
las
calles
oscuras
y le
ponía
alguna
de
sus
gastadas
camisas
azules.
Para
su
cumpleaños
le
regalo
una
sombra
robada
en
Villa
del
Parque
que
había
encerrado
en
una
cajita
de
cristal.
Después
enseño
a
todos
los
pájaros
de
Flores
a
cantar
el
nombre
de a
muchacha
en
su
ventana.
Entonces
la
niña
abandono
a
Mandeb
y
comento
luego
a
sus
amistades
en
una
pizzería:
-No
éramos
de
la
misma
generación.
HISTORIA
DEL
QUE
SE
DESGRACIO
EN
EL
TREN
Jaime
Gorriti
tomaba
todos
los
días
el
tren
de
las
14.35.
Y
todos
los
días
se
fijaba
en
una
estudiante
morocha.
Con
prudente
astucia
trataba
de
ubicarse
cerca
de
ella
y -a
veces-
ligaba
una
mirada
prometedora.
Una
tarde
empezó
a
saludarla.
Y
algunos
días
después
tuvo
ocasión
de
hacerse
ver,
ayudándola
a
recoger
unos
libros
desbarrancados.
Por
fin,
un
asiento
desocupado
les
permitió
sentarse
juntos
y
conversar.
Gorriti
acelero
y le
hizo
conocer
sus
destrezas
de
picaflor
aficionado.
No
andaba
mal.
La
morocha
conocía
el
juego
y
colaboraba
con
retruques
adecuados.
Sin
embargo,
los
demonios
decidieron
intervenir.
Saliendo
de
Haedo,
la
chica
trato
de
abrir
la
ventanilla
y no
pudo.
Con
festo
mundano,
Gorrito
copo
la
banca.
-
Por
favor....
Se
prendió
de
las
manijas,
tiro
hacia
arriba
con
toda
su
fuerza
y se
desgracio
con
un
estruendo
irreparable.
Sin
decir
palabra,
se
fue
pasillo
adelante
y se
largo
del
tren
en
oron.
Desde
ese
día
empezó
a
tomar
el
tren
de
las
14.10.
HISTORIA
DEL
QUE
PADECIA
LOS
DOS
MALES.
En
la
calle
Caracas
vivía
un
hombre
que
amaba
a
una
rubia.
Pero
ella
lo
despreciaba
enteramente.
Unas
cuadras
mas
abajo
dos
morochas
se
morían
por
el
hombre
y se
le
ofrecían
ante
su
puerta.
El
las
rechazaba
honestamente.
El
amor
depara
dos
máximas
adversidades
de
opuesto
signo:
amar
a
quien
no
nos
ama
y se
amados
por
quien
no
podemos
amar.
El
hombre
de
la
calle
Caracas
padeció
ambas
desgracias
al
mismo
tiempo
y
murió
una
mañana
ante
el
llanto
de
las
morochas
y la
indiferencia
de
la
rubia.
HISTORIA
DEL
QUE
NO
PODIA
OLVIDAR.
El
ruso
Salzman
tuvo
muchas
novias.
Y a
decir
verdad
solía
dejarlas
al
poco
tiempo.
Sin
embargo
jamás
se
olvidaba
de
ellas.
Todas
las
noches
sus
antiguos
amores
se
le
presentaban
por
turno
en
forma
de
pesadilla.
Y
Salzman
lloraba
por
la
ausencia
de
ellas.
La
primera
novia,
la
verdulera
de
Burzaco,
la
pelirroja
de
Villa
Luro,
la
inglesa
de
La
Lucila,
la
arquitecta
de
Palermo,
la
modista
de
Ciudadela.
Y
también
las
novias
que
nunca
tuvo:
la
que
no
lo
quiso,
la
que
vio
una
sola
vez
en
el
puerto,
la
que
le
vendió
un
par
de
zapatos,
la
que
desapareció
en
un
zaguán
antes
de
cruzarse
con
el.
Después
Salzman
lloraba
por
las
novias
futuras
que
aun
no
habían
llegado.
Los
hombres
sabios
no
se
burlaban
del
ruso
pues
comprendían
que
estaba
poseído
del
más
sagrado
berretín
cósmico:
el
hombre
quería
vivir
todas
las
vidas
y
estaba
condenado
a
transitar
solamente
por
una.
Aprendan
a
soñar
los
que
se
contentan
con
sacar
la
lotería......
LA
CALLE
DE
LAS
NOVIAS
PERDIDAS.
Hay
una
calle
en
Flores
en
la
que
viven
todas
las
novias
abandonadas.
Al
atardecer
salen
a la
vereda
y
miran
ansiosas
hacia
las
esquinas
para
ver
si
vuelven
los
novios
que
se
fueron.
A
veces
conversan
entre
ellas
y
rememoran
viejos
paseos
por
el
Rosedal.
Por
las
noches
se
encierran
a
releer
cartas
viejas
que
guardan
en
cajitas
primorosas
o
admirar
fotografias
grises.
Los
domingos
se
ponen
vestidos
floreados
y se
pintan
los
labios.
Algunas
escriben
diarios
íntimos
con
letra
prolija.
Dicen
que
no
es
posible
encontrar
esa
calle.
Pero
se
sabe
que
algún
día
desembocara
en
la
esquina
el
batallón
de
los
novios
vencedores
de
la
muerte
para
rescatar
a
las
novias
perdidas
y
llevarlas
de
paseo
al
Rosedal.
Esto
será
dentro
de
mucho
tiempo,
cuando
endulce
sus
cuerdas
el
pájaro
cantor.
Existen
por
ahí
infinidad
de
personas
confiables
que
juran
que
el
amor
es
posible
en
todos
los
barrios.
No
habrá
de
discutirse
semejante
tesis.
Pero
el
que
tuviera
que
vivir
pasiones
locas,
es
mejor
que
no
pierda
el
tiempo
en
rumbos
equivocados.
Una
historia
terrible
esta
esperando
en
Flores. |